Los tatarabuelos del tebeo
Una exposición en la Biblioteca Nacional traza un original recorrido por el cómic que arranca en el Antiguo Egipto
Madrid
Facsímil del 'Códice Madrid', de los mayas (siglo XVI-XVII). MUSEO DE AMÉRICA
Desde que el ser humano se irguió, empezó a trazar dibujos para contar sus historias, ya fueran para sí o para sus dioses. Ese embrión de los tebeos de hoy puede remontarse al Antiguo Egipto, a las vendas para envolver momias con dibujillos sobre la tela para acompañar al difunto en su partida al más allá. Ese largo viaje en el tiempo por la ilustración, que finaliza con historietas de figuras del cómic o la novela gráfica, como los estadounidenses Chris Ware o Richard McGuire, es la propuesta de la exposición de la Biblioteca Nacional ¡Beatos, Mecachis y Percebes!, que puede visitarse hasta el 13 de enero de 2019.
Con piezas de la propia BNE, más las prestadas por el Museo Arqueológico Nacional, el Museo ABC o el Archivo Histórico Nacional y de coleccionistas privados, se cuenta, en diez vitrinas acompañadas de reproducciones, fotografías y paneles, una historia muy visual cuyo comisario, Enrique Bordes Cabrera, ha organizado en tres entregas, como si fuera un tebeo. Beatos muestra la etapa que arranca con las vendas egipcias del 323 antes de Cristo, hasta los inicios del siglo XIX y tiene piezas especiales como los códices, “que fueron creados por amanuenses de forma similar a como han trabajado los autores de cómic, con gran libertad gráfica”, subrayó Bordes. Sobresale un facsímil de un códice maya (siglo XVI) realizado sobre una tira vegetal plegada como un biombo, y uno del Beato de Tábara (Zamora), del siglo X, que recoge la atareada vida de los monjes en el interior de un monasterio, visible gracias a un corte transversal. Sí, un precedente del 13, Rue del Percebe que creó Francisco Ibáñez en los años sesenta del pasado siglo y de las populares historietas en ese formato del París de finales del XIX, creadas cuando se empezó a vivir en edificios de varias plantas.
Esta sección incluye incunables, ediciones creadas en los primeros momentos de la imprenta que imitaban a los libros anteriores a este invento; más grabados, estampas... La exposición, “una mirada ligera y sin prejuicios, incluso irreverente”, según los organizadores, sigue con Mecachis, nombrada así en honor al ilustrador y humorista gráfico madrileño Eduardo Sáenz Hermúa (1859-1898), que adoptó ese seudónimo. Con este maestro del tebeo sin texto se da paso a un periodo en que nacen la fotografía y los tebeos como los conocemos hoy. Es el auge, también, de nuevas publicaciones, como las aleluyas, series de estampas con versos populares al pie. El francés Gustave Doré ilustra ediciones de la Biblia o el Quijote y ensaya un antecedente de novela gráfica “en la que cuenta una historia irreverente de Rusia que, sin embargo, no cuajó”, señaló Bordes.
En otra vitrina se hace mención “al que muchos consideran padre del cómic moderno”, el pintor suizo Rodolphe Töpffer, y a la explosión de prensa con contenido gráfico en el XIX, con bellezas como las páginas del semanario satírico La Caricature, con el dibujante Alberto Robida. La producción nacional está representada por la revista Blanco y negro, con nombres como Joaquín Xaudaró.
El último tramo se llama Percebes, en homenaje a la archiconocida tira de Ibáñez. Se enseña la primera de las 400 creadas por el dibujante catalán de la mano de la editorial Bruguera. Son historias que retratan a varias generaciones y a todo vecindario: el moroso, la cotilla... Otra cara ofrece la reivindicación del movimiento vanguardista del isotipo, que saltó de país en país huyendo de los nazis y en el que destacaron artistas como Marie Neurath, autora de publicaciones infantiles, o el pintor Gerd Antz. Las últimas páginas son para novelas gráficas de Premios Nacionales de cómic como Rayco Pulido y de autores como Juan Berrio, Miguel Brieva, Ana Galvañ y Carla Berrocal, que demuestran “la salud increíble del tebeo español”. Son dibujantes que se ocupan de temas cotidianos porque, como dice Bordes, “la vida es como un tebeo” y lo que nos sucede se podría contar en viñetas, con sus correspondientes “¡boom!”, “¡catacroc!” y “¡zas!”.
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