ENTREVISTA
Pere Gimferrer entra en ignición
El escritor barcelonés, que vuelve al castellano con 'Las llamas' tras escribir sendos libros en catalán e italiano, habla de poesía, cine, series y de su labor como editor
Pere Gimferrer en la biblioteca del Hotel de las Letras de Madrid. SAMUEL SÁNCHEZ
Pere Gimferrer (Barcelona, 1945) ha escrito sus tres últimos libros en italiano, catalán y castellano respectivamente. No es raro, pues, que el mes pasado fuese candidato en Guadalajara (México) al Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances —ganó Ida Vitale— o que hace una semana inaugurase a lo grande el festival Cosmopoética, que hoy se clausura en Córdoba. Los libros citados son Per riguardo (2014), Marinejant (2016) y Las llamas (2018). Este último coincide además con la reedición de La llum / La luz. A su autor no le pesa la carga simbólica de títulos como esos. “Siempre hay que decir algo nuevo”, dice en un hotel de Madrid. No le importa, afirma, quemarse en la llama de amor viva de San Juan de la Cruz. “Lo tuve presente, claro. A San Juan lo tengo memorizado porque es una obra corta, pero he leído más, por ejemplo, a Fray Luis”. ¿Memorizado? “Soy muy lector de poesía y la que me interesa la sé de memoria”.
Las llamas es un libro de amor, y Gimferrer sabe que los exégetas de San Juan se dividen entre quienes consideran que el sentimiento del que habla es un amor divino y los que opinan que es humano. Él no entra en la disputa: “Me interesa su poesía como tal, como palabra poética. Un poeta tiene que designar cosas que se puedan visualizar, crea o no en ellas. Si no podemos ver lo que escribe, no es poesía”. Leopoldo María Panero, que adoraba a su compañero de generación, contaba que, en una remota carta de juventud, Gimferrer le dijo algo que valía por todo un tratado de crítica: “En poesía es mejor la palabra manzana que la palabra soledad”. “¿Eso le dije?”, pregunta. “La idea es buena, pero no es mía, es de Cabral de Melo hablando de Gonzalo de Berceo: ‘Berceo decía que se encontró a la Virgen en un prado. Tú no tienes por qué creerlo, pero es imposible que no lo visualices”.
Además de ser un libro de amor, Las llamas es, añade su autor, “un libro sobre el paso del tiempo y sobre la propia poesía”. En algún verso se habla de la flor saxígrafa, capaz de romper una piedra. ¿Tiene la poesía esa capacidad? “Puede crear una realidad autónoma que no existe fuera de las palabras del poema y que solo puede decirse en rigor con ellas. En ese sentido es una forma de conocimiento”. El viejo tema de la utilidad de la poesía entra en la conversación: “En el siglo XIX hubo dos personas que quisieron influir en lo externo. Transformar el mundo, decía Marx. Cambiar la vida, decía Rimbaud. Para los surrealistas era lo mismo. No lo es. ¿Quién ha influido más? Difícil decirlo”.
Fue el descubridor de autores como Eduardo Mendoza o Antonio Muñoz Molina. “Lo normal”, dice él
No es el caso de su último libro, pero en otros anteriores Gimferrer no ha evitado acercarse críticamente a la realidad, ya se tratase de la corrupción (como en No en mis días) o del conflicto catalán (como en El castillo de la pureza). En Cataluña, dice, “ha habido errores de cálculo por ambas partes y cada una los ha pagado a su manera”. ¿Qué errores? “Cada parte infravaloraba a la otra; además, una de ellas creía que tenía razón y que se la daría todo el mundo”. Él, que tiene plaza tanto en la historia de la literatura en catalán como en castellano, dice sentirse parte de una tercera Cataluña, de una tercera España: “Y de una tercera Europa casi. Leo y escribo en muchos idiomas y esto me hace diferente. Alguien incomparablemente más valioso que yo, Unamuno, también era así. ¿Ha visto usted el inventario de su biblioteca en Salamanca? No falta nada. En cualquier idioma, de cualquier tendencia… Me pregunto cómo conseguía ciertos libros. El hecho de estar leyendo siempre en varios idiomas te da otra visión de las cosas. También leer no solo poesía, sino filosofía, novela, historia…”.
De hecho, después de recitar un discurso en catalán de Menéndez Pelayo, de evocar la correspondencia entre Maragall y Unamuno, el poeta y académico señala un libro “importantísimo” para entender la idea de España: Mater dolorosa, de José Álvarez Junco. “¿Cuánta gente lo ha leído comprendiendo lo que estaba diciendo y no lo que ellos querían que dijera?”, se pregunta. “Me sorprende que tuviera el premio que tuvo [el Nacional de Ensayo en 2002] porque la tesis que defiende para nadie es cómoda. No sé si recuerda que España y español iban casi siempre entrecomillados. Conste que no lo conozco”.
Dice Gimferrer que no sabría precisar cuántas horas lee al día, pero pasa por ser uno de los lectores más agudos de su gremio. A todo lo ya leído hay que sumar su trabajo en Seix Barral y su intacta curiosidad. En estos meses se ha dedicado a rellenar lagunas. “Le van a sorprender”, afirma. Y relata:“La señorita, de Ivo Andric, que estaba entre los preferidos de Salvador Espriu. Yo lo tengo por esa razón y hasta ahora no lo había leído. Enrique el Verde, de Gottfried Keller, que no había leído pese a conocer su importancia; Los Maia, de Eça de Queiroz…”.
A su labor editorial se debe el descubrimiento de las primeras novelas de Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina, Julio Llamazares o Isaac Rosa. Ellos enviaron sus libros a Seix, él los leyó y el resto es historia. Le da la importancia justa: “Es lo normal, lo que tiene que hacer toda persona que se dedique a la edición. Y es lo más difícil. Editar a Octavio Paz puede ser complicado por otros motivos, pero ya sabemos todos quién es. Pero que te llegue un autor desconocido… Pienso en otro que llegó así: Bolaño, con La literatura nazi en América”. Su trabajo como editor va, sin embargo, más allá del mero descubrimiento. Mendoza siempre cuenta que le debe no solo la publicación de La verdad sobre el caso Savolta, sino también el título y hasta el final de varios de sus libros.
Además de la literatura, la gran pasión del autor de La muerte en Beverly Hills es el cine. Eso sí, apenas va a las salas. “La culpa no es del cine actual, sino de los circuitos de distribución”, explica. “Si viviera en París o en Turín, iría a menudo. Hay muchas películas que aquí no llegan. Cuando Cahiers du Cinéma establece la lista de películas del año, solo 4 o 5 de las 10 se han estrenado en España”. Él tiene una videoteca que no se ha entretenido en inventariar, pero que alberga “casi la historia del cine”. Series de televisión no ha visto completa ninguna excepto Mad Men y Twin Peaks. ¿Supone el género la gran revolución narrativa que dicen algunos? “En absoluto. Tienen dos características principales. Una, explotar posibilidades de duración que no eran accesibles al metraje en salas. Dos, casi todas son —aprovechando los progresos técnicos— una reelaboración plástica de motivos existentes. Por ejemplo, Mad Men respecto a Douglas Sirk”. La revolución está en el metraje, dice, porque algunas suponen “un retroceso a la narrativa clásica”; otras, sin embargo, consiguen “muy buenos resultados desde el punto de vista plástico y de la duración”. Y matiza: “Hay precedentes. Berlin Alexanderplatz, de Fassbinder, tenía características semejantes. Y era una serie. Como lo eran Los intocables o Arriba y abajo. Las había incluso antes de que hubiera televisión: Phantomas, Los vampiros… Eran muy buenas”.
La conversación de Gimferrer es un esprín de cultura y memoria. ¿Le pesan a la hora de escribir? ¿Le ayudan? “Están en mí”, responde sin más. “Pero siempre tengo presente una frase de Isaak Bábel: ‘No quieras saber nada del derecho a escribir mal”. La charla podría quedar ahí, con esa guinda, pero él no puede evitar añadir una nota: “Esa frase está en un poema muy bueno de Gabriel Ferrater. Una broma de Gabriel. Le pidieron un poema para el 50º aniversario de la revolución rusa. Lo mandó. Trataba sobre Bábel y Gorki. Uno acabó víctima de la revolución y el otro estuvo alejado de ella y luego volvió. La broma es que había varios versos en ruso que requirieron mandar el poema a Moscú porque trataba temas peligrosos”.
Las llamas. Pere Gimferrer. Epílogo de Aurora Egido. Fundación José Manuel Lara, 2018. 12 páginas. 14 euros.
La luz. Pere Gimferrer. Ilustraciones de Antoni Tàpies. Traducción de Justo Navarro. La Cama Sol, 2018. 56 páginas. 40 euros.
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