El arte de la guerra después de Clausewitz
Lawrence Freedman analiza la evolución de los conflictos bélicos con las nuevas tecnologías y bajo la influencia del cine y la literatura para aventurar cómo serán las contiendas del futuro
Ensayo con una bomba atómica en Nevada en 1952. KEYSTONE / GETTY IMAGES
La guerra tiene futuro. Esta es la conclusión a que se llega después de una lectura sosegada del último libro de Sir Lawrence David Freedman, miembro de la British Academy y profesor durante años de estrategia y estudios de guerra en el King’s College de Londres. Freedman acomete durante más de 400 páginas la nada fácil tarea de hacer una historia comprensiva de la guerra durante los dos últimos siglos, y aventura algunas premoniciones o visiones de en qué ha de consistir la guerra de los años venideros. Uno de los atractivos de la obra es la interacción permanente que en ella se establece entre piezas memorables de la literatura o el cine con el desarrollo de los acontecimientos bélicos, la estrategia militar de las potencias o las decisiones tomadas al respecto por algunos gobernantes. Poseedor de una gran erudición, es capaz de enlazar la numerosa bibliografía sobre estos temas de H. G. Wells, pasando por citas de Victor Hugo o Walt Whitman, hasta llegar a la saga cinematográfica de La guerra de las galaxias. Todo ello a fin de explicar la influencia que los creadores de ficción han tenido en la evolución de las maneras de combatir y la aplicación de diferentes descubrimientos técnicos y científicos que nutren el panorama de la violencia organizada. Estas obras de imaginación “nos ayudan a poner en claro el abanico de opciones” futuras y de vez en cuando sus vaticinios “se han revelado clarividentes”.
Entre las anécdotas que cuenta, una de las más reveladoras se refiere al impacto que la película Juegos de guerra causó en la mente esquemática de Ronald Reagan a la hora de comprender que el ciberespacio podía convertirse en un escenario bélico de increíble fragilidad. Tanta que permitía que un pirata informático adolescente confundiera un programa de destrucción nuclear con un juego más de los que circulan por la Red y, al entretenerse con él, pusiera al mundo al borde de la famosa Destrucción Mutua Asegurada. Amigo de los padres del guionista, Reagan quedó impresionado tras asistir a un pase privado del filme. Después de ello decidió investigar el estado de la todavía incipiente red que combinaba las telecomunicaciones y los sistemas de información, y se encontró con que la situación real era incluso peor que la que sugería el relato.
El libro de Freedman es obviamente el de un historiador, pero no se limita a narrar los hechos. Reconoce la maestría y el liderazgo de Clausewitz en los estudios sobre estrategia y aporta abundante información sobre otros teóricos de la materia tan importantes como el general prusiano aunque menos conocidos de la opinión pública. La idea de que la guerra es la prolongación de la política por otros medios justificó los empeños de las potencias occidentales a finales del siglo XIX y principios del XX por someterla a leyes internacionalmente aceptadas. Tanto el Tribunal de La Haya como la Convención de Ginebra tienen su origen en esos esfuerzos. Pero esta visión clásica parece condenada al reduccionismo. Hemos pasado de un escenario en el que los códigos militares comúnmente aceptados respetaban las vidas de los civiles y reconocían los derechos de los combatientes a otro en el que la violencia se ha vuelto indiscriminada, masiva y letal. Con la aparición de las llamadas guerras híbridas, la extensión del terrorismo, la proliferación de contiendas civiles, la fusión de las guerrillas revolucionarias con bandas de narcotraficantes y la violencia desatada en muchos núcleos urbanos por fenómenos como las maras centroamericanas, la definición de qué pueda ser en el futuro ese engendro de la humanidad denominado guerra adquiere interrogantes peculiares.
Hay algunas ideas fuerza que recorren toda la obra, entre ellas la de que las novedades tecnológicas han constituido siempre hitos fundamentales en la historia militar y bélica de los países. La evolución de la sociedad digital así lo pone de relieve y las consecuencias de la moderna guerra de la información, en la que Rusia desempeña hoy un papel predominante, afectan no solo a operaciones estrictamente militares, aunque también, sino a los procesos electorales, al comportamiento de los mercados y a la estabilidad institucional de los países. Todo ello sirve además para desmoralizar a las poblaciones, proceso básico a fin de someter más rápidamente al enemigo. Otra línea argumental es la opinión generalizada de que dar un primer e imprevisto gran mazazo al contrincante es garantía de una victoria rápida, porque el que da el primero da dos veces, según reza el castellano refrán. De ahí se derivan también las teorías sobre la guerra preventiva que George W. Bush tuvo ocasión de aplicar en la práctica. Freedman señala sin embargo que convicción tan extendida no es respaldada por la realidad. Esos golpes de efecto no evitan la prolongación de las operaciones y no siempre favorecen a quien las inició. La historia de la guerra de trincheras del primer gran conflicto mundial así lo pone de relieve. La aparición del arma nuclear generó también la creencia de que era necesario asestar el primer golpe si se quería obtener una ventaja cualitativa en la guerra atómica; pero la carrera armamentística dio paso enseguida a la convicción de que la única forma de ganar un conflicto de esa especie es no tenerlo en ningún caso.
Desde todos los puntos de vista, incluidas las consideraciones éticas sobre la materia, La guerra futura merece atención y sirve de recordatorio de errores pasados cuya repetición amenaza el presente. Su ágil escritura, apoyada por la brillante traducción de Tomás Fernández Aúz, potencia su rigor documental y analítico. Aunque la premonición de Victor Hugo en el sentido de que “llegará el día en que las balas y los obuses serán sustituidas por los votos” esté todavía muy lejos de ser cumplida en amplias zonas del planeta.
La guerra futura. Lawrence Freedman. Traducción de Tomás Fernández Aúz. Crítica, 2019. 592 páginas. 24,90 euros.
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