Maldito país, Venezuela
Karina Sainz Borgo se estrena con una novela meritoria pero algo maniquea sobre la vida en una Caracas degradada
La periodista y escritora Karina Sainz Borgo, el 4 de marzo en Madrid. JULIAN ROJAS
Desde hace más de una década, Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) vive en España, donde es una respetada periodista cultural. Precisamente por cualidades de su escritura (condensación, capacidad de dar con metáforas vivas, finura en el gusto, exigencia intelectual) que se manifiestan con mayor despliegue en esta primera novela, La hija de la española, uno de esos raros éxitos editoriales desde antes de su publicación: la novela ha sido contratada en 22 países, como destacan las solapas del libro. Decir éxito editorial no es lo mismo que decir éxito literario, pues la virtud del primero se mide sobre todo en su posibilidad de encarnar varios targets de mercado. Y es evidente la oportunidad de esta novela sobre la Venezuela actual, con grandes personajes femeninos, dosis exactas de color local y una fluida alternancia de escenas de violencia política con otras de una nostalgia bien trabajada, tanto literaria como políticamente. Porque La hija de la española es una obra de propaganda, y la aguerrida toma de partido lastra esta interesante primera novela.
Resumamos la trama desde la perspectiva de su protagonista y narradora: Adelaida Falcón, correctora freelance de una editorial extranjera, acaba de quedarse huérfana. Sobrevive en una Caracas degradada. El Estado se alía con la delincuencia para destruir el tejido social de una vulnerable clase media, y ella pronto tiene que huir de su casa, ocupada por un grupo de mujeres afines al chavismo dedicadas al estraperlo. De repente surge la posibilidad de suplantar la personalidad de una española y huir por fin del “maldito país” que ha truncado, por medio de una brutalidad aleatoria y sistemática, los destinos de quienes sólo querían vivir una vida normal. Así, en la novela se alternan breves capítulos dedicados a un presente incendiado con otros que recuperan un pasado más o menos nostálgico, pero que sirven, sobre todo, para encajar los engranajes de la trama.
Si antes hemos destacado el talento de Sainz Borgo con las metáforas (condensar con sencillez un mundo complejo), también sobresale su análisis de la construcción del imaginario de la clase media venezolana, la compleja tensión de diversos elementos: por ejemplo, la cultura “cosmética”, el imperativo de la seducción; o el orgullo por la riquísima tradición de vanguardia literaria y artística nacional, cortada de golpe por “la revolución”.
Pero La hija de la española no aplica esta exigencia en la construcción del Otro. Es una novela con buenos y malos, por momentos más cerca de La Pimpinela Escarlata que de Los demonios. Los “hijos de la revolución” pasan a llamarse bastardos, y son: vulgares, bestias, con un olor agrio y oscuro, semianalfabetos, incultos, morenos, obesos; e incluso muestran “la feminidad en su más amplio y esperpéntico esplendor”. En su problemático clasismo y racismo, la narradora llega a comparar el desorden de Caracas con “una merienda de negros”. ¿Cómo se habrá traducido esta expresión a otras lenguas? Además, el tremendismo de las escenas de violencia neutraliza uno de los más perversos instrumentos del poder totalitario, se llame o no democrático: el miedo. En La hija de la española no se siente miedo, sino un vértigo de pudrición, heces y cuerpos amontonados.
Son los elementos más dudosos de una novela con sobradas virtudes, pero que no logra transformar el resentimiento (muy presente, incluso en la invocación a Thomas Bernhard) en un rotundo artefacto literario.
La hija de la española. Karina Sainz Borgo. Lumen, 2019. 222 páginas. 18,90 euros.
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