La teoría de la doble hélice
Eduardo Lago hace una lucidísima aproximación al revoltoso monstruo de la aún corta historia de las letras estadounidenses
Eduardo Lago, en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara. MÓNICA GONZÁLEZ
Existen, desde que la literatura norteamericana es literatura norteamericana —y el Big Bang podría situarse alrededor de 1849, año en que murió Edgar Allan Poe—, dos fuerzas que, como dos equipos de adolescentes situados frente a frente ante un charco de barro, tiran de una única cuerda –—la ficción propiamente dicha— hacia extremos opuestos. Uno de esos extremos tiene (aún) la vista puesta en el pasado, en lo que podríamos llamar modernidad, la pulsión narrativa no ensimismada, el reflejo de la realidad —Hemingway, Franzen— o la construcción clásica y dramáticamente efectiva. El otro, aparecido a mediados del siglo pasado —y fundado, en parte, por esa suerte de manifiesto que fue La literatura del agotamiento, de John Barth—, entiende la literatura como un juego, aboga por la imaginación y la destrucción de la forma predominante —el modernismo, de ahí que se lo conozca como posmodernismo— y su sustitución por la no forma o todo tipo de formas –—cada autor, una isla: de William Gaddis a David Foster Wallace—.
La tesis binómica y con aspecto de viaje por carretera que Eduardo Lago plantea en esta su lucidísima aproximación a tan encantador y revoltoso monstruo —el de la aún corta historia de las letras estadounidenses— es más que acertada. No deja fuera nada. El suyo es un ensayo Frankenstein, está hecho de pedazos, pero son pedazos convenientes. Lo son tanto el partido de tenis improvisado que se da entre las entrevistas de Wallace y Barth como el paseo por Nueva York y el intento, infructuoso, de capturar el espíritu de la ciudad.
También lo son los apasionados retratos del matrimonio Hughes-Plath, del enigma Pynchon y de algo de tan rabiosa actualidad como la presencia, cada vez mayor, de nuevas voces africanas. Como Isaac Asimov, Lago divulga contando, y así el resultado —en el que queda patente su feroz pasión historiográfica por lo escrito— es una historia de historias, un libro mapa, o brújula, altamente recomendable, del que se extrae una esperanzadora conclusión: que la ficción, por la energía y la torpeza con la que aún se revuelve sobre sí misma, está aún en plena adolescencia.
Walt Whitman ya no vive aquí. Eduardo Lago. Sexto Piso, 2018. 324 páginas. 21,90 euros.
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