jueves, 15 de agosto de 2019

Cautivos e indomables | Babelia | EL PAÍS

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ARTE

Cautivos e indomables

Para filósofos, activistas y artistas, las prisiones son instituciones de castigo que se apropian de los cuerpos, convirtiéndolos en algo rentable y con efectos en lo que está fuera

Plantas de cárceles en la exposición de Iñaki Gracenea en Vitoria.
Plantas de cárceles en la exposición de Iñaki Gracenea en Vitoria.
En los años cuarenta, hubo en España un militar de atemorizador nombre, Máximo Cuervo, a quien Franco le encomendó la misión de reorganizar los servicios carcelarios. De rostro raso y bonachón, era padre de nueve críos a los que de vez en cuando metía en vereda agitando con su mano una fusta, al tiempo que les contaba las más heroicas fantasías sentado ante su mesa de despacho, rodeado de condecoraciones y con el testigo de su sufrida esposa de no menos afectado apelativo, María Valseca.
La fama del “cuervo máximo” —que es como le apodaban quienes consumían la mejor parte de sus vidas en el trullo— estaba justificada por ser el ideólogo de la dispersión de presos, una modalidad punitiva diabólicamente publicitada como “turismo penitenciario”, que consistía en mandar al reo —la mayoría eran presos políticos— a la otra punta de la Península en condiciones tan penosas que podían equivaler a un fusilamiento. Asimismo, y con el orgullo de su escrupulosa responsabilidad, hizo grabar en una placa el lema que en adelante colgaría en la fachada de todas las prisiones estatales: “La disciplina de un cuartel, la seriedad de un banco, la caridad de un convento”.
'Centro de producción y combustión' (carbón sobre papel, 1989), de Miriam Cahn.
'Centro de producción y combustión' (carbón sobre papel, 1989), de Miriam Cahn.
Cuervo dio su último graznido en 1982, en la cama, plácidamente —como correspondía a un ultracatólico leal al atrofiado espíritu del Movimiento (gran oxímoron)— y sin saber que aquella trinidad instituida como fundamento del orden dictatorial se volvería con el tiempo mísera e incierta, con ese viejo olor doméstico de lo que ha estado décadas sin airear, ventanas cerradas y puertas giratorias donde solo puede aflorar algo mezquino y criminal. Cuarteles, bancos y conventos que no eran —ni son— un refugio socialmente sano, sino, en efecto, mazmorras, con sus cloacas y sus impenetrables mafias, la ley del silencio impartida por monjitas pasteleras y hombres de cuello blanco, con sus aires satisfechos y sus tejemanejes que no responden de ningún modo al ideal de bienestar de los seres humanos.
La antigua cárcel de Vitoria (1861) fue la primera prisión celular de España y punto de arranque del proyecto artístico de Iñaki Gracenea (San Sebastián, 1972) MODELO ETA PRAKTIKA (disciplinar), en el Centro Cultural Montehermoso, con el testigo invisible de Cuervo y su famosa placa, ahora colocada sobre el marco de una peana justo en la entrada a salas.
¡Nunca más, nunca más!

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