Directa o indirectamente, Jules Renard está en el origen de la literatura contemporánea. Esto opinaba Jean Paul Sartre de un escritor que es desconocido para la mayoría de los lectores.
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Jules Renard. Ingenio hecho escritor
Categoría (Consejos para escritores, El oficio de escribir, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 29-03-2020
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Directa o indirectamente, Renard está en el origen de la literatura contemporánea (Jean Paul Sartre). ¿Cómo, siendo este escritor desconocido para la mayoría, puede estar en ese lugar tan privilegiado?
Dos mujeres y dos obras (Poil de Carotte (1894) y Diario 1887-1910 (1998)) le acompañaron durante toda su vida. Jules Renard (1864-1919) conoció la gloria, no toda la que hubiera querido (A ti y a mí, cerdo, solo nos apreciarán una vez muertos), y la humillación; logró codearse con grandes escritores de su época, consiguió plasmar el ingenio y la originalidad en sus obras (El escritor debe crear su lengua y no servirse de la del vecino), y fue una persona bondadosa (He amado demasiadas cosas por los demás y no por mí mismo), sensible (¿Qué sucede con todas las lágrimas que no se derraman?), trabajadora (Todo depende del trabajo. Se lo debemos todo, es el gran regulador de la vida), contradictoria (la vida la comprendo cada vez menos y la amo cada vez más).
Sus obsesiones, su perdurable y desgraciada infancia, su pesimismo, le llevaron a crear obras caracterizadas por la fragmentación y el ingenio. Me juzgo a mí mismo con tanta sinceridad como severidad. Estas dos calificaciones son fundamentales para tener en cuenta que criticó a todos sus contemporáneos, pero primero a sí mismo: Un hombre cuyo carácter le resulta insoportable a todo el mundo. Nací atado y nada romperá el nudo. Efectivamente esa unión perdurará durante toda su vida.
Esa dolorosa atadura resultó ser su pesadilla, con forma de mujer, imborrable en su vida y en su obra. Ella tiene un modo maligno de ser buena. Esta definición pertenece a quien le humilló a lo largo de toda su vida: su madre. Es su obsesión, le impresiona mucho, ha tenido miedo de sus ojos fríos, brillantes y vagos. La conoce tan bien que está convencido de que Nadie llora y ríe tal fácilmente como ella. Nunca se acostumbró, nunca la soportó. Mi madre, de la que solo hablo con terror, me inflamaba. Y la cataloga: Mamá no para de hablar, no miente: inventa. No se puede decir que robe: ella desplaza.
Afortunadamente hubo otra mujer que resultó ser el reverso. La vida le regaló la otra cara, una esposa en la que convivía la bondad, la amabilidad, el cariño, la comprensión… Mujer dulce como los ángeles. Marinette me lo ha dado todo. A veces, cuando mira a sus hijos, parece tan cerca de ellos que se diría que son dos ramas suyas. Es el único ser al que estoy seguro de amar, además de a mí. No estoy seguro de que ella me haya mejorado, pero he adquirido una buena apariencia. Ella era así no solo con él, sino también con sus padres con los que convive al año de casados, en 1889. Por el contrario, su madre empeora, desde el primer momento desprecia también a su nuera: cualquier pequeña vejación hacia ella le parecía buena; se siente celosa de la felicidad de Marinette, entra en cólera contra ella porque ve que ha encontrado la forma de ser feliz con Renard.
Su madre, ya desde su nacimiento, le demostró que no era un ser deseado, ni querido. Jules Renard nació en 1864, en Châlons du Maine, un pequeño pueblo a la orilla del Loira, situado a 275 km de París. Era el tercer hijo de unos padres entre los que tampoco existía el amor. ¿Qué habrá entre esos dos seres? Un montón de pequeñeces, y nada. Él la detesta y la desprecia. Sobre todo, la desprecia, y creo que también le tiene un poco de miedo. Y cuando, enfermo por su congestión pulmonar, con dolores, está en la cama: ¡Cuántas veces quiso mi padre estrangularla cuando ella entraba en su habitación para coger un trapo del armario! Jules, tras estudiar el bachillerato, descubrió su vocación literaria, algo impensable en los planes de su familia, lo que le lleva a vagabundear como poeta en París. Escribe versos y publica su primer libro de poemas Les Roses en 1886.
En 1888, se casa con Marie Morneau, su Marinette, una joven acaudalada de 17 años. Se instalan en París, en el piso en el que vive su suegra. Eso le permite a Renard cumplir dos grandes sueños: fundar una familia y publicar su primer libro de relatos, Crime de village, en la modalidad de autoedición, además de participar en 1889 como mayor accionista en la fundación de la revista Mercure de France, año en el que nace su hijo y tres más tarde, su hija.
La actitud de su madre, vejatoria también con su mujer, le impulsa a escribir Poil de Carotte, su novela más famosa, en la que destaca la humanidad de sus personajes y relata, de forma irónica y cruel, las relaciones familiares. Primero, en 1893, la edita por capítulos; un año más tarde sale como libro y en 1899 la convierte en pieza teatral, como hará con muchas otras obras suyas. A partir de su escritura, los miembros de su familia adoptan los nombres de los personajes de la novela. El título de la novela alude a la forma en que la señora Lepic llama despectivamente a su hijo y que luego heredará el propio Jules Renard.
Quizá sea la lección suprema de Poil de Carotte, su última prueba. Al educar a sus hijos intentará hacer lo contrario de los Lepic, y no le servirá de nada: sus hijos serán tan desgraciados como lo fue él. La relación que tiene con sus hijos fluctúa, no tiene claro si los ama o no. Cuando les miro me enternecen, pero no me esfuerzo en verlos. Quiere lo mejor para ellos, y así lo manifiesta al cumplir, su hijo mayor, diez años: No tengo especial interés en que lea mis libros ni en que me admire. Solo puedo serle útil de una forma indirecta, es decir que tendré que ganar mucho dinero para que haga sus estudios y sea el hombre que quiera ser. Está dispuesto a escribir malas obras de teatro con el fin de poder educarle; ante todo quiere ser un papá honesto cuyo nombre, desde el punto de vista social, no sea una marca ridícula.
En 1890 pasa un mal momento: los libros le hastían. Consciente de todo lo que tiene, una maravillosa mujer, llena de vida y un bebé digno de ganar un concurso, se apena por no tener ninguna energía para disfrutarlo. Y grita: ¡Qué estéril es la vida de un hombre de letras que no triunfa!
Su vida transcurrió entre la ciudad y el campo. París es su pasión, es donde asiste a reuniones, a representaciones, y conoce a artistas y escritores de la época. Por el contrario, el campo es la calma, adecuado para su timidez, y le gusta por lo que simboliza. La sabiduría del campesino es ignorancia que no se atreve a expresarse. Y es aquí, en una población rural cerca de su pueblo, donde alquila una casa “La Gloriette”, en la que pasa largas temporadas mientras escribe otra obra cumbre: Histoires naturelles (1896). Obra que gusta tanto que Toulouse-Lautrec, se encarga de adornarla con litografías en la edición de 1899 y posteriormente Maurice Ravel de musicar cinco de esas historias. Los campesinos no envidian al dueño del castillo, sino al vecino que ha triunfado. Aquí enseña su relación con los animales, su observación desde una perspectiva diferente: El conejo tiene el gesto humano de un hombre que se mesa la barba.
La muerte la conoce en 1897 cuando se suicida su padre con la escopeta. Entonces escribe: No se puede llorar y pensar a la vez, porque cada pensamiento absorbe una lágrima. Está convencido de que no se ha matado porque sufriera demasiado, sino porque solo quería vivir con buena salud. Esto le lleva a cambiar su relación con la caza: A mí, que la despreciaba y la consideraba una diversión de bárbaros, ahora me gusta para darle gusto a mi padre. Escribe de él: No es más que un hombre, un simple alcalde de un pueblo pobre. No me reprocho no haberle querido lo bastante: me reprocho no haberle comprendido.
Más tarde, en 1900, llega la inesperada muerte de su hermano por un ataque al corazón. Cuando, ve pasar su cadáver: Pasa la muerte, pariente de todos nosotros. Al no tratarlo mucho le cuesta ser consciente del suceso: Poco a poco, Maurice Renard cederá su sitio al hermano Félix (su nombre en la novela). Entonces, lo digeriré. En el velatorio le he pedido perdón varias veces, casi en voz alta, por haber sido duro con él. Pero él tampoco era muy fraternal, salvo en el fondo.
Durante los meses que pasa en París, frecuenta los círculos socialistas lo que le lleva a presentarse a las elecciones de Chitry; en 1904 es elegido concejal y luego alcalde, cargo que también tuvo su padre. Demuestra su generosidad invitando a todos a beber tanto a los que han votado contra mí como a mi favor. Pero esta felicidad le dura poco, el pasado se le impone con la visita de un compañero de colegio: ¿No me guardas rencor? Con la cabeza eres un fenómeno, pero físicamente nunca fuiste más que un mequetrefe. Todo el mundo te atizaba. ¡Ah, la de palizas que recibiste, muchacho! ¿Irá Poil de Carotte a recomenzar, y hacerme inhabitable este país? ¡Pensar que, si llego a los ochenta años y me veo obligado a ser un alcalde impopular, los críos me irán detrás llamándome Poil de Carotte!
En 1909 empieza a sentir malestares cardíacos y otros síntomas de la arteriosclerosis: Tengo en mí una enfermedad que observar, vale casi tanto como un crimen en la familia, y coincide con el momento en que muere su madre. Se cae al pozo. Accidente o suicidio, ¿qué diferencia hay desde el punto de vista religioso? Si es lo primero el error es de ella, pero si es lo segundo, es de Dios. Unos años antes, oye lamentarse a su madre, y escribe: Quizá es la pena de no haber sabido hacerse amar como esposa y como madre, de haber fracasado en la vida. ¡Ojalá pudiera desaparecer, quemándose suavemente, y mezclarse con la ceniza del hogar!
En esta época todos sus pensamientos se tiñen de muerte: Los objetos de recuerdo, y hasta las fotografías, ¿para qué? Es dulce que las cosas también mueran, como los hombres. Hasta que llega su cumpleaños: Hoy cuarenta y seis años (22 de febrero de 1910). ¿Hasta dónde llegaré? ¿Hasta el otoño? Morirá exactamente tres meses después, en París, a causa de su arteriosclerosis.
Y una vez muerto, el mundo le conocerá más, por la publicación de su Diario (1887-1910). Lo empezó a escribir a la edad de 23 años y lo abandona justo un mes antes de morir. Nosotros conocimos a este autor a través de un delicioso librito Notas sobre el oficio de escribir. Extractos del Diario de Jules Renard (2015). Después leímos su Diario, de donde también hemos extraído buena parte del contenido de este artículo.
Tal y como nos lo indica en el prólogo Josep Massot, en 1925 se publicaron sus obras completas, incluyendo el diario inédito. Pero posteriormente la viuda censuró parte sustancial del diario y quemó muchas cartas cuya copia conservaba el escritor. Su edición es una antología esencial. No nos cabe la menor duda de que, gracias a esta obra, soportó todo lo que le tocó vivir: ¡Y este Diario que me distrae, me divierte y me esteriliza! No parece que sea solo suyo: Nuestro diario no tiene que ser solo una cháchara, como demasiado a menudo es el de los Goncourt. Tiene que servir para formar nuestro carácter, para corregirlo sin cesar, para enderezarlo. Se refiere a él como “nuestro diario”, es decir, el de su familia.
Porque qué es toda su obra sino esto: Mi literatura: cartas a mí mismo que os permito leer. Lo dice en varias ocasiones y de una forma muy clara: Mi literatura no es sino la continua corrección de lo que me sucede en la vida. Reconoce que no tiene imaginación Mi repugnancia por la mentira me ha matado la imaginación, por eso su fuente es su entorno: Mi imaginación es una botella vacía. Distingue su literatura de la literatura y ¿qué es esta última para él? Tengo que repetirme que la literatura es un deporte, que todo depende del método, hoy llamado entrenamiento. No se corre ningún peligro de superar los propios límites. La literatura es un oficio en el que alguien que tiene talento tiene que demostrárselo continuamente a gente que no lo tiene.
Fue un escritor preocupado por escribir bien, por no imitar, por ser constante… La escritura fue el tema sobre el que dejó múltiples anotaciones. Para él, el escritor es el hombre que jamás tiene motivo para quejarse y que sabe privarse de casi todo; el oficio de escritor es el único en el que uno se puede permitir no ganar dinero, sin caer en el ridículo. Del dinero sí puede prescindir, pero no del talento, que es necesario demostrarlo no escribiendo una única página, sino trescientas. No hay novela que una inteligencia mediana no pueda concebir, ni frase tan hermosa que no la pueda construir un principiante. Por lo tanto, un esfuerzo constante ayudará a obtener la fama.
Cuando comenzó a escribir ansiaba la gloria, pero se conformaba con un poquito, la justa para no parecer un imbécil en mi pueblo. Todo en su medida: Sigo leyendo con placer mi nombre impreso, pero por verlo en los papeles no le regalaría una sonrisa ni al príncipe de la crítica; a menos que viniera a buscarme a casa. Concluye: Lo propio del artista no será consagrarse a una gran obra, (…) será escribir a salto de mata sobre cien temas que surjan de improvisto; desmigar, por decirlo así, el pensamiento. Así nada es forzado. Todo tiene el encanto de lo involuntario, de lo natural. No se provoca: se espera. Aquí muestra cómo su escritura es natural, desmigada… Pero para escribir bien, la forma no puede ir por un lado y el fondo por otro. Hay que escribir como se respira, para que el buen estilo sea un aliento armonioso, con sus lentitudes y sus ritmos precipitados, pero siempre natural: El buen estilo no se ha de notar.
Es un perfeccionista, anhela la palabra exacta: ¡Qué ahorro de papel el día en que una ley obligue a los escritores a ser precisos! Es quisquilloso a la hora de adjetivar. Usa muchos, pero todos ellos añaden información; por eso, el epíteto “azul” en “cielo azul” cae por su propio peso, como una hoja muerta; prefiere decir únicamente “cielo” porque dice mucho más, lo dice todo. Así llega a la palabra más verdadera, la más exacta, la más llena de sentido que según Renard es la palabra “nada”. Las palabras no deben ser más que el traje rigurosamente hecho a medida del pensamiento.
Renard, escribe lo que vivió y no tiene reparo alguno en afirmarlo: y mi hijo, como el resto del universo, solo me interesa por la literatura que puedo extraer de él. Sabe que se ha desnudado en su obra: He puesto demasiado de mi vida en mis libros. No soy más que un hueso roído. Por eso esa indisoluble unión de vida y obra: Lo ridículo en lo trágico: mi mujer y mis hijos me llaman Poil de Carotte. De esta obra, inseparablemente unida a su madre, no se pudo desprender, en ningún momento porque al vivir y ser alcalde de un pueblo, todos se conocían y sabían todo. Por Chitry circula un ejemplar de Poil de Carotte con esta anotación: “Ejemplar encontrado por casualidad en una librería. Es un libro donde habla mal de su madre para vengarse de ella”. Incluso su última anotación en el Diario alude a esa novela. A pesar del éxito que obtuvo, no se sentía satisfecho con ella, se lo confesó a Marcel Schwob (durante años su confidente literario y moral): es una mezcla desagradable, en la que ya no encuentro las alegrías pasadas. Más que una “obra” es la exposición de un espíritu andrajoso en el que hay de todo: piedad, maldad, cosas ya dichas y mal gusto. Naturalmente le estoy dando mi última impresión.
Por encima de la escritura está su pasión lectora. Esa necesidad de leer es otra constante: En cuanto estoy solo, es decir, sin un libro, me vuelvo mediocre; mi calado disminuye. Pero sobre todo le gusta releer a los demás, porque cuando se trata de su obra: Releerme es suicidarme. Simplemente por su afán de perfeccionismo. Más de una veintena de libros componen toda su obra, en la que hay que incluir una colección de cuentos, poco conocida.
Entre esos libros echamos en falta un recopilatorio de todas sus sentencias, máximas… en las que plasma su particular perspectiva sobre temas como la verdad, la amistad, la religión, la fidelidad…, porque aquí une su ironía a su ingenio; es un verdadero deleite leer sus aforismos, fuente de inspiración que utilizaron algunos poetas posteriores, como Gómez de la Serna para la creación de sus Greguerías. Pero no solo en este aspecto resulta inolvidable Jules Renard. En el Diario también nos da a conocer sus opiniones acerca de los demás escritores y artistas con los que compartió reuniones, cenas y demás.
En definitiva, podemos barruntar que quizá la vida le acercó a la escritura por ser una actividad solitaria a la que los demás no podían acceder: Escribir es una forma de hablar sin que te interrumpan. Quizá no fuera sino un hombre sin corazón, que solo ha tenido emociones literarias. Quizá su fidelidad fuera su salvación Mi fidelidad como marido, cosa cómica, consolida mi reputación literaria. Quizá por encima de su obra estuviera el hombre, Todo hombre vale más que su forma de expresarse. Pero sin dudar aseguramos que este escritor sensible y verdadero que se ha servido de su vida como mina de la que extrae su literatura, nos ha legado un enorme tesoro, una ingeniosa obra de la que todavía podemos aprender.
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