Siempre he amado los árboles… en el campo de mi niñez los había de todos los verdes, que a veces se volvían rojos, para renacer en verdes intensos… me parecían inmensos, altos, capaces de ver el mundo desde arriba… capaces de ver más allá del horizonte… ocupando un espacio de lazos secretos donde se tocaban las ramas pero se unían las raíces… para mí era importante el árbol, pero tenía necesidad de recorrer el bosque… atender sus silencios… prestar atención al canto de las aves… ver un zorro cara a cara… ver una liebre comiendo plácidamente… ver… siempre he amado los árboles y ellos me han acompañado en los sueños del comienzo… allá en el campo había un extenso camino de doble hilera de casuarinas… al menos diez cuadras de una doble hilera por derecha, en el medio un camino de tierra, del otro lado una doble hilera por izquierda, ¿quién habría plantado semejante cosa?... ¿quién había sido el genio que había sido iluminado para agregar valor a la tierra?... cuando el viento se entremezclaba con los árboles, estos hablaban… y vaya que lo hacían!... alguien los había traído como plantines de Australia y los había depositado allí con un cuidado casi matemático… midiendo las distancias entre árbol y árbol… intercalándolos para que hicieran de barreras cortavientos… había genio en dicho camino, un camino que nadie caminaba, simplemente estaba allí, en el medio de la nada… construyendo naturaleza pura… me gustaba caminar todo el recorrido contemplando cómo las hileras se unían en el centro acariciándose… en 1956 fue la última vez que lo recorrí, y pude impregnarlo en mi memoria… esa imagen perdura hasta hoy, intacta… los adultos le escapaban y una tía mía lo había hecho pintura… ella decía que era el universo de los duendes, y es verdad, a veces algo se movía entre los árboles, como mirándote, como observándote, para ver qué hacías con tu vida… estimo que en mis tiempos, ya tenían al menos cien años de estar allí, juntando tiempo y nidos para los futuros pendientes…
Colonia Hinojo se volvió estampa… un recuerdo cuyas imágenes regresan de vez en cuando a visitarme… como para que no olvide dónde están las raíces… por dónde caminaba mi madre… por dónde andaban mis tías… dónde iba a cazar mi abuelo… dónde estaban los caballos… dónde las gallinas… dónde los patos… dónde las papas y dónde los zapallos… el tanque de agua… el motor que proveía de electricidad a todo el complejo… los potreros y el camino de entrada y salida que me parecía un mundo de distancias y tranqueras… la vieja Ford era una aventura en sí misma… y más emocionante era el jeep Willy´s que había recalado en el campo, importado de vaya a saber qué circunstancias de la guerra mundial recientemente concluida… todavía con sus siglas en inglés, todavía con sus marcas del ejército americano… construido para durar… tiempos en que las cosas se hacían para que nunca dejaran de funcionar… había dos camiones guerreros americanos, que seguramente habían viajado con el jeep… me acostumbré de niño a escuchar hablar en alemán… ya que Colonia Hinojo se había fundado en la provincia de Buenos Aires, a quince kilómetros de Olavarría, el 5 de enero de 1878, habitada por alemanes rusos, se los conocía como los alemanes del Volga, cristianos… todavía me repican algunos apellidos como Kessler, Schamber, Schwindt… amigos de mis padres biológicos… de alguna manera era una gran familia que había atravesado semejantes vicisitudes para abandonar sus suelos y venir a recalar a la Argentina… nunca supe el motivo que los trajo… la villa había sido llamada “Colonia Santa María de Hinojo” para luego reducirse a Colonia Hinojo… aquellos hijos de la vieja Europa hablaban alemán y también ruso… lenguas que me sonaban a chino… ser niño allí era como ser extranjero… sin saberlo entonces, muchas eran las cosas que me unían a esas gentes… sólo que ellos habían llegado mucho antes de la primera guerra mundial, como adivinando lo que se venía, vaya a saber… a veces la piel te avisa… a veces el inconsciente lo hace… a veces alguien recibe visiones donde te avisan de la necesidad de buscar nuevos suelos, distintos aires… por entonces Argentina estaba vacía y había lugar para todos…
Debe ser por eso que tengo tanta afinidad de FE con la Virgen de Schönstatt… que aunque aparece fundada en 1914 en Koblenz, tiene antecedentes que se remontan al año 1604 en que el padre jesuita Jakob Rem le concedió el título de Mater Ter Admirabilis (Madre Tres veces Admirable)… como sea, esta imagen me ha acompañado a lo largo de mis años (70) y he tenido de ella desde estampas hasta réplicas de la pintura, siempre con una intensa necesidad de ofrecerle agua… ya que una vez se me apareció en sueños diciéndome que tenía sed… desde entonces le ofrendo agua, todos los días… es decir, he mantenido conexiones místicas hasta cósmicas, sin perder de vista una unión que va más allá de las pequeñas iglesias…
Justamente el primer paciente voluntario que me tocó en suerte en aquella investigación clínica de antibióticos era de Koblenz… tenía nombre y apellido pero para el campo del estudio era un número seguido de letras y otros números… siempre creí que algo me estaban queriendo decir, o mejor dicho, que algo me estaban anunciando… siempre aguardé la señal y su consiguiente mensaje… es necesario estar abierto de mente, pero fundamentalmente de alma, porque allí reside el motivo que te trae la novedad que hace a tu destino… por entonces, conocíamos a dichos voluntarios como héroes silenciosos de una realidad jamás revelada… donde se establecía un vínculo que trascendía el estudio, donde los voluntarios eran cientos y hasta, eventualmente, miles… sanos… enfermos… donde ellos sabían de su enfermedad más que nosotros y donde nosotros aprendíamos de lo que ellos habían aprendido a valorar… detalles… ínfimos… en una de mis salidas para jugar al silencio en soledad, dando vueltas por Garmish-Partenkirchen, me había cruzado en medio de la montaña con una imagen de la Virgen de Schönstatt y me había animado a colocar al pie un cuenco con agua del arroyo, y unas monedas de Argentina… ella siempre me bendecía con personas que necesitaban de una palabra de aliento… yo iba y venía de Alemania (1986) con lo cual el paisaje se me había vuelto habitual… cultor del silencio y de la necesidad de la menor cantidad de palabras posible… cultor de la soledad en la que me recluía para esquivar las circunstancias que me tocaban atravesar en lo familiar… qué queres que te diga! Uno aprende a sobrevivir como sabe, como puede, como quiere, como te dejan, intentando protegerse de los males ajenos, de las desidias, de las envidias y también, de los desprecios…
Regresado al país me había tocado una investigación sobre cáncer… donde se estaba ensayando un producto nuevo, otra vez letras y números… uno de los pacientes se me había acercado y me había hecho intensas confidencias sobre su vida… tenía 56 años y padecía un cáncer terminal… me había convertido, sin quererlo, en su confesor, y a pesar de la escases de horarios, siempre le daba tiempo para conversar de su enfermedad y del ensayo, donde justamente, se estaba midiendo la supervivencia… un día, con algunas lágrimas en la mejilla, me dijo: “sabe doc, no me falta mucho, no sé si lo mío servirá para este estudio… me lo han dicho en sueños… y lo he tomado con naturalidad, porque uno en el fondo sabe qué le está pasando”… como siempre, escuchaba atentamente y pocas veces devolvía alguna aseveración… pero aquella vez tuve un impulso… y le propuse algo impensado… dije: “usted me seguiría si se lo pidiese”… me responde: “sí doc, qué quiere hacer”…
- Vamos a combinar un encuentro, un día específico, y si usted no tiene reparos, vamos a hacer algo que se llevará con su esencia… digamos, algo así como un largo viaje…
- No voy a desperdiciar semejante oportunidad, me dijo… con usted me voy al fin del mundo…
Después de dos semanas que parecieron siglos, pudimos acordar, un día, una hora… a pesar de estar prohibido semejante vínculo, me atreví a pasarlo a buscar con mi auto, un Fiat 125 Berlina de aquellos años ochenta, rojo intenso, con caja de cuarta y un motor para hacer castillos en el aire… el auto era modelo 1973, pero para mí era cero kilómetro… estaba impecable… me estaba esperando en la puerta… subió… y nos dispusimos a transitar unos ciento veintiocho kilómetros por alguna ruta desolada de un día de semana, creo que se trataba de un miércoles… íbamos conversando sobre la vida y la importancia del presente… cada día que amanezco es un día que nazco, decía… lo agradezco, agradezco la oportunidad de respirar un día más, decía… y conversábamos sobre la importancia del día presente y la significancia del día por venir…
- Sabe doc, el pasado parece quedarse en alguna parte, como estampado, como escrito… alguien toma nota y provee testimonio… pero todo lo que nos ocurre en algún lado queda documentado…
- No tenga dudas, respondí…
- Tengo la sensación que venimos a una escuela, a estudiar y pasar exámenes… si los aprobamos nos conceden ir a un nuevo estudio y a otro nuevo examen… siempre pensé eso…
- Tenemos sensaciones parecidas, respondí…
- Yo quería estudiar medicina, pero la medicina no me eligió a mí, así es que me dediqué a la docencia y le entregué mi vida por entero, a veces a gusto y a veces disgusto…
- Es curioso, yo estudié el magisterio, pero la medicina me eligió a pesar de mis resistencias, la sangre me puede y la cirugía no me gusta, dije…
La ruta devoraba kilómetros… paisaje de campo con olor a campo… alrededor alambradas, postes, vacas, caballos, nada…
Después de una hora y media, arribamos a un campo chico de tres tranqueras… abrí un candado y entramos…
- ¡Qué lindo lugar!, es suyo?...
- Digamos, respondí…
- ¡Aquí sí que se puede mirar lejos!... dice
- Aquí lo que sobra es horizonte… digo
Abro la casa y le presento a mi virgen…
- ¿Se anima a comer algo?, pregunto
- Sí doc, ¿qué quiere hacer?...
- Mire, este es un día elegido, digo…
- Vamos a preparar unos chorizos a la parrilla… agrego…
Se le ilumina el rostro, se le estira la piel, la alegría corre por sus venas…
El tiempo se escurre de entre las manos… tal vez el reloj se detuvo para poder vivir intensamente el instante, me digo para mis adentros… sí, el tiempo no pasa… hace rato que llegamos y todavía no han pasado ni tres horas… hemos conversado del pasado y de la vida… como si nos conociésemos de otras existencias… él no deja de ser un paciente, y yo no soy más que alguien que quiere agregar valor a la supervivencia… la de él, y la mía…
Me voy hasta el baúl del auto, saco un plantín de casuarina… grande ya, de más de metro y medio largos… voy en búsqueda de una pala de punta… le digo:
- Elija un lugar…
- ¿Qué quiere hacer?, contesta…
- Quiero que usted plante un árbol…
- ¿Para qué doc?...
- Para que cuando muera venga como ángel a sentarse a su sombra… se sonríe…
- Venga a hacer un pozo, no, perdón, el pozo lo hago yo, digo…
Hago un pozo profundo y le hecho agua hasta el borde…
- Por favor, quítelo del plástico y colóquelo en la tierra, digo… el árbol apreciará su mano… su sudor… su voluntad… sus ganas… su esencia se impregnará en él…
- Sí doc, hago lo que usted diga…
Todo sucede de acuerdo a lo pensado… el hombre se siente unido al cosmos, y el cosmos se apoya en él… en un día distinto… en un día único…
- Este árbol crecerá en un año hasta alcanzar los cinco metros, y una vez que se adapte alcanzará los siete, primero, y los diez, después… es mi deseo que cuando usted sea espíritu venga a sentarse a su sombra, repito…
- Le aseguro que será una experiencia que no me perderé por nada del mundo…
Falleció siete meses después… curiosamente, la casuarina creció rápidamente, como si estuviese esperando al alma de aquel paciente… cuando dejé de ver al árbol en 2007, ya tenía quince metros de altura… la sobrevivencia no se había cumplido… pero él repetía cada día que ése había sido un día mágico, donde le había descubierto el alma… no se cansaba de decirlo y yo de escucharlo… el estudio fracasó, pero el puente con la eternidad aún permanece intacto…
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