viernes, 26 de marzo de 2021

CONVERSACIONES ESTÚPIDAS 2© [2] By Víctor Norberto Cerasale Morteo®

CONVERSACIONES ESTÚPIDAS 2© [2] By Víctor Norberto Cerasale Morteo® Roberto era un tipo de porte grande… medio encorvado, de espaldas anchas, fornido… era médico pero no había querido recibir el título… su hermano menor era médico y ejercía… su hermano del medio también era médico, también ejercía… su padre había sido médico y había quedado decepcionado de su hijo mayor… les había dejado una fábrica de televisores y ellos, aparte de ser quiénes eran, administraban la misma hasta que los avatares de la Argentina los fundió… dejándolos a merced de sus propios destinos… la vida tiene vueltas extrañas y no pocas veces te expone a remolinos donde no hay arriba ni abajo y donde uno se ve atravesado por circunstancias que parecen contrarias al “uno mismo” desorientado… él venía de grandes batallas y peores tormentas… estaba recluido en sí mismo y luego de muchos vaivenes, había recalado en un pequeño laboratorio de productos medicinales en calidad de agente de propaganda médica… Cubría hospitales de la ciudad de Buenos Aires y también de la provincia, así es que iba y venía de todas partes, pero su centro operativo estaba en el Hospital de Quemados Arturo Humberto Illia, en la avenida Pedro Goyena 369, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, allí era parte del paisaje… todo los médicos sabían que él era médico… todas las enfermeras sabían de su condición de médico renegado… todo el personal lo cuidaba y lo protegía reconociéndole sus batallas y sus tormentas… él era un hombre aplicado a su trabajo… hablaba con los médicos y estos confiaban en su palabra… siempre llevaba algún caramelo para endulzarle la vida a alguien que se le cruzara en el disgusto… los hospitales de quemados no son ni tienen el paisaje de un hospital común… allí, muchos pacientes recuperados quedan atados como voluntarios, ayudando a semejantes a regresar a la vida… digamos que se ven cosas que no se aprecian en otras unidades sanitarias… “de aquí nadie se puede ir”, repiten a quien quiera escucharlo… Roberto llegaba al hospital bien temprano y muchas veces ayudaba en las tareas de ordenamiento de pacientes en la guardia, de allí que fuese uno más… estacionaba su Fiat 147 medio viejo y se sumaba rápidamente a las actividades, y aunque renegaba de su verdadera profesión, no pocas veces terminaba orientando a los pacientes en qué hacer o qué no hacer… ni qué hablar de los colegas jóvenes… Un día nos encontramos a la mañana temprano, justo en la escaleras de la entrada… nos abrazamos… nos unía mucho más que una amistad… estaba apesadumbrado ese día, como si algo lo tuviese contrariado, él no lo expresaba pero se lo veía amargado, algo le había sucedido con su pareja y algo más con alguno de sus hermanos… se lo veía preocupado y con sus nervios crispados, algo no usual en él… siempre vestido de sonrisa y poniéndole el pecho a lo que viniese… siempre de buen humor y dispuesto a extender su mano para quien la necesitase… era evidente que necesitaba un hombro donde apoyarse… era evidente que necesitaba un oído que le prestara atención… alguien con quien compartir un sentimiento encontrado u otro desencontrado… lo conocía lo suficiente como para mirarle el brillo en los ojos… me pregunté cómo sería su día atrapado en esos raros vacíos que prodiga la vida… lo dejé que se acomodara cerca de la guardia, y le pedí que nos encontráramos en la cafetería, en unos quince minutos… la mañana se iba escurriendo entre el bullicio de la gente aguardando a ser atendida, los llamados de las enfermeras, las charlas entre los médicos de la guardia, y todos los etcéteras que se juntan alrededor de las dudas y las necesidades… - ¿lo viste a Hugo?, pregunté… - Creo todavía no llegó, dijo… - Hay mucha gente para la guardia… - Parece que hoy va ser un día de esos… Lo miré a los ojos… y le dije: - No te animás a que hagamos algo distinto… - ¿cuándo?, preguntó… - Ahora mismo… quiero que veas algo… - Vamos, déjame que acomode un par de cosas y vamos… Minutos después lo había tomado del brazo e íbamos con dirección al Fiat… se notaba que su cabeza daba vueltas… pero había aceptado acompañarme y modificar su plan de trabajo… - No te asustes, le dije… tomá por la autopista hacia Ezeiza, como si fuésemos al aeropuerto… - Voy donde digas, respondió seco… Los kilómetros se fueron devorando entre comentarios y aflojes… ya no tenía el gesto adusto, pero continuaba molesto… se le notaba en el tono de voz, un largo dejo de amargura… de desdén… de haber sido atropellado por sus circunstancias… hacía comentarios generales sobre temas generales, pero siempre recaía en el punto donde las personas evitar comprender las razones ajenas… el paisaje se iba abriendo cada vez más hasta que ya no se veían casas, todo era campo… - Tomamos por la 205 y vamos hasta… - Seguido… doblá por la 206 y vamos por ahí hasta la 215… No había nadie… la ruta estaba vacía y sus ojos buscaban un destino… - No te preocupes, vamos bien… seguí así, (el Fiat ronroneaba porque hacía rato que no andaba por una ruta como extraviado) … - Me tenés desorientado, dijo… hace rato que andamos y no hay nadie, pareciera que la han abierto para nosotros solos… algo está raro… (pero no se animó a agregar nada más) … Llegamos a Brandsen y le hice tomar la ruta 29… ya estaba mareado de tantos cortes… pero se lo notaba distendido, apreciando el espacio y sobre todo adquiriendo la perspectiva de horizonte… eso que amplía la visión del espíritu y nutre el alma… ya podía ver lejos y todo lo que nos rodeaba era campo abierto… como era día de semana no había controles policiales y excepto los del lugar, nadie recorría la ruta… habían transcurrido 130 kilómetros y todavía faltaban 25 más… atravesamos un pueblo desierto, y otra vez ruta vecinal… - Ya estamos llegando… dije… - ¿qué es esa pista de aterrizaje?... - La que hizo construir Alfonsín por si las moscas, respondí… - Pero sólo hay avionetas… - Es que nunca se usó, así es que es sólo para aviones chicos que operan localmente… De pronto aparecieron grandes extensiones de agua… lagunas… primero a la izquierda de nuestra dirección, luego a la derecha… agua hasta donde alcanzaba la vista… - ¿dónde me trajiste?, preguntó… - Chascomús, respondí a secas… - ¿para qué vinimos hasta aquí?... - Para descubrir que la vida no es lo que parece, dije… Luego de unas vueltas menores terminamos parados frente a la gran laguna… él estaba perplejo, pero la molestia se le estaba esfumando… ya no estaba incómodo… él arrastraba un tumor de vejiga, pero ya ni se acordaba… - Vení tomemos asiento acá en el bar frente a la laguna, apreciá el paisaje… mirá el horizonte… - (silencio) - ¿Ves?, lo que te incomodaba ya no existe, aseveré… - ¿No te sentís libre?, pregunté… - Estoy en otro planeta, dijo… no sé cómo llegamos aquí y tampoco soy consciente de haber manejado tantos kilómetros… parece como si el tiempo se hubiese detenido… no lo puedo creer… hace más de treinta años que no venía a este lugar… más aún, este preciso lugar no lo conocía… sí estuve, pero del lado de la Ruta 2… - ¿Te das cuenta?, el pasado ya pasó, ahora estás en otra dimensión, dije… A veces, aparece un remolino que te atrae y te atrapa… te confunde, te aturde, te impide ver la circunstancia desde lejos, entonces te apabulla… cuando caes en él (remolino), formas parte del torbellino y eso te revolea hacia afuera del “sí mismo” … ahora, después de cambiar el contexto, Roberto había regresado a ser el de todos los días… se animó a contarme algo de lo que le preocupaba, pero ya era otra persona… - ¿Por qué no quisiste ser médico?, pregunté… - Porque ya lo he sido en otras vidas, me contestó… y en esta quise hacer un impasse… ¿sabes?, todo me ha costado mucho… siempre me ha parecido que las cosas me han demandado más tiempo que a los otros… siempre luchando contra molinos de viento… siempre librando batallas contra vaya a saber qué cosa… esta vida me ha costado, te lo aseguro… - No tengo por qué poner en duda lo que me dices… muchas veces me he sentido igual que vos, atropellado por las circunstancias… pero lo tengo asumido… por eso pongo el rostro, pero al mismo tiempo, tomo distancia y me sumerjo en el mundo del “mi mismo” … siempre protegiendo el alma y preservando el espíritu… - Eso, eso, pero ya estoy cerca de la jubilación y estoy entre cansado y harto… me voy a ir vivir a Córdoba… quiero morirme en las sierras, entre montañas… ahí pertenezco, quizás lo haga con mi pareja o tal vez solo, el tiempo dirá… no quiero más hospitales… la medicina me agobia… el trabajo también… estoy repasando mi vida y me estoy comenzando a encontrar, y te aseguro que no quiero perderme otra vez, no otra vez… Así fue, Roberto se recluyó en las montañas cordobesas… no mucho tiempo después de nuestra conversación… fue algo así como una despedida… un abrazo de almas…

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