sábado, 17 de mayo de 2025

Annie Ernaux: reflexiones sobre la urgencia de la escritura En Escribir la vida: Fotodiario publica sus recuerdos íntimos. Impresiona mucho de Ernaux el empeño, la determinación de escribir, casi como un mandato o una maldición

https://www.elmundo.es/la-lectura/2025/04/10/67eff508e9cf4a2a0f8b457c.html En El acontecimiento, Annie Ernaux afirma que el hecho de haber vivido algo te otorga el derecho de poder escribir sobre ello. Sin embargo, hay cosas de las que parece imposible hacerlo, ya sea porque la mirada social las califica como irrelevantes y secundarias o porque uno no se ve capaz de dejar por escrito lo que ocurrió. A veces escribir es un gesto de valentía, a veces es un gesto de memoria, otras veces es un gesto de redención. Cuando uno escribe sobre su propia vida se despierta entonces el fantasma de la «literatura terapéutica», como si la llegada al texto fuera solamente una excusa para curarse. Muchos escritores justifican sus obras de corte autobiográfico con explicaciones estéticas, probando de huir de cualquier palabra que asimile la escritura a un proceso de sanación: eso, dice el saber común, no sería arte. ¿Desde dónde escribe quien convierte su vida en narrativa? ¿Qué deja fuera? ¿Qué deforma? ¿Piensa en la dimensión estética o en cómo la escritura le permite ordenar y entender una experiencia límite? Marcos Giralt Torrente escribió un breve texto en el que dilucidaba una posibilidad a este dilema. En el artículo de Cuadernos Hispanoamericanos, «De lo que no se puede escribir» (recogido en Algún día seré recuerdo), el autor rememoraba la publicación de Tiempo de vida, el libro en el que reconstruyó la relación con su padre fallecido, y que se alzó, entre otros premios, con el Nacional de Narrativa: «Ahora no utilizaría peyorativamente el adjetivo terapéutico. Cuando es buena, la literatura explora zonas problemáticas de la realidad frente a las cuales no caben las respuestas unívocas y por eso no busca tranquilizar ni consolar. Se convierte en vida, igual de incontestable y de cruel. Sin embargo, no por eso deja de ser terapéutica, en cierto modo, al menos para quien la escribe. Nadie pasaría tantas horas sentado, apartado del mundo, si no encontra­ra alguna recompensa», afirmaba Giralt Torrente. Las historias que parten de la propia vida exigen «un pacto con el lector distinto del de la ficción». No se trata solo, pues, de si la literatura cura o no cura a quien escribe; se trata, en cambio, de preguntarse de qué forma la literatura transforma alquímicamente una verdad personal e íntima en algo que está presente en tantos lectores que llegan al libro. Giralt Torrente se pregunta, hacia al final del artículo: «¿Para qué esforzarse en inventar mundos paralelos, o imaginarlos en las palabras de otros, si tenemos tan a mano la arcilla del nuestro?». Quince años después del ya mítico Tiempo de vida, el autor regresa a la novela de memoria personal con Los ilusionistas, un libro que se enfrenta al misterio de las vidas de sus tíos y su propia madre, y que empieza afirmando el reto: «Escribir de la familia a menudo es visto con recelo», pero pasa que «dejarla totalmente de lado no es posible». Así pues, hay veces que la escritura no es una opción, sino una pulsión necesaria y vigorosa.

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