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“Recuerdo que era verano. Yo tenía diez o doce años…”, dice la primera frase de la primera viñeta de Maus, el primer cómic que ganó un Premio Pulitzer –en 1992, cuando se publicó íntegramente– y que, según una idea muy extendida, hizo entrar al noveno arte en su edad adulta, tan capaz como cualquier otro medio de expresión de tratar asuntos serios desde una perspectiva personal, alejarse del entretenimiento y la producción industrial para públicos masivos.
Tal vez sea así, aunque antes ya habíamos leído –aunque fuera entre líneas– sobre el valor de un pollo a l’ast en la época del hambre española gracias a Carpanta o sabido del ansia del poder absoluto con Iznogoud, el que quería ser califa en lugar del califa, por ceñirnos a tebeos considerados para niños. Temas bastante serios también. Eso sin contar toda la tradición francesa de luces y sombras de Jacques Tardi –si no es adulto Ici Même…–o la explosión corrosiva del underground.
Así que, bueno, no vamos a hacer las prácticas del carnet de historiadores del cómic ahora, pero seguramente es difícil establecer fronteras tan nítidas que delimiten un antes y un después, porque en la cultura casi nunca ocurre esto, siempre hay hilos, tradiciones asumidas o rotas, peldaños en los que subirse. Y quizá el afán de reconocimiento del cómic como arte hasta hace no tanto tiempo esté detrás de afirmaciones tan rotundas, tan de Wikipedia.
Lo que sí parece evidente es que la influencia de un cómic tan extraordinario como Maus es enorme. Su manera de manejar la memoria, de ir de lo personal a lo colectivo, de contar la Gran Historia con fragmentos de pequeñas historias, de arañar en el presente desde el relato del pasado… todo eso está de fondo en muchos autores contemporáneos, desde el documental de Joe Sacco hasta la minuciosidad de Paco Roca, desde el Berlín de Jason Lutes al Jonas Fink de Vittorio Giardino o al enorme fresco que es Revolución, la obra en curso de Grouazel y Locard. Por lo que sea, y con sus excepciones reglamentarias, aquí casi siempre nos parece que Cómic Histórico > Novela Histórica, por decirlo de una manera que te haga recordar las matemáticas de cuarto de primaria.
Con ese entusiasmo te traemos hoy Chumbo, de Matthias Lehmann, un autor francés de madre brasileña. A través de una familia de Minas Gerais, desde los años treinta al comienzo del XXI, nos sitúa en medio del convulso siglo en la historia de Brasil, con sus sucesivos levantamientos militares frenando cualquier iniciativa de justicia social, un espejo del auge de la extrema derecha bolsonarista en el presente.
Desconocemos mucho de Brasil, algo pasa con lo lusófono, que no acaba de llegar aquí, como si una coraza hecha de fútbol y carnaval impidiera ver más allá. Unos días después de que Pelé y los suyos ganaran el Mundial del 70, dos de los protagonistas de esta historia estaban sufriendo torturas en el D.O.P.S., (Departamento de Orden Político y Social) un centro de detención de desafectos al régimen, mientras su director reúne a la clase dirigente y empresarial para hacerles una presentación –sin Powerpoint, todo real– sobre la sofisticación de sus métodos de tortura.
Lehmann parte de una historia familiar –su tío fue el periodista y novelista Roberto Drummond– con las herramientas de la ficción para contar los entresijos de los mecanismos del poder y la vida bajo los efectos del totalitarismo. Y consigue sumergirnos ahí gracias a la construcción de los personajes: el patriarca propietario de una mina que no duda en abrazar a los fascistas para reventar las huelgas en sus negocios; la madre que en un momento sueña que gana un premio literario, una Clarice Lispector sometida que nunca tuvo energía para sentarse ante la máquina de escribir; un hijo que sale periodista y perezoso revolucionario y otro aficionado al juego y a meterse en líos turbio; una hija que en la confrontación entre los ideales y la realidad acaba aplastada…
No destripemos más esto, merece la pena dejarse llevar por esa manera que tiene Lehmann de concebir los azares de la vida, los pesares y los pequeños placeres, el humor, el ansia de libertad, las segundas oportunidades, la resistencia. Lo hace todo con levedad, huyendo de clichés, y con un dibujo en blanco y negro tan rico en matices y expresividad como su escritura. Otra demostración que las viñetas y la Historia se llevan requetebién y son una gran manera de no olvidar sus pasajes más oscuros.
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