sábado, 25 de marzo de 2017

EL NAUFRAGIO DE LAS LETRAS || Lemaitre y Banville, cómo leer el mundo | Babelia | EL PAÍS

Lemaitre y Banville, cómo leer el mundo | Babelia | EL PAÍS

LITERATURA

Lemaitre y Banville, cómo leer el mundo

Dos escritores de éxito reflexionan sobre el papel de los libros en el convulso presente en una conversación digital, poco antes de su encuentro en el festival Kosmopolis de Barcelona

Lemaitre y Banville, cómo leer el mundo





El irlandés John Banville y el francés Pierre Lemaitre tienen algo en común. Los dos publican narrativa sin género y, a la vez, novela negra. Y los dos triunfan en uno y otro campo. Invitados por Babelia, ambos dialogan por correo electrónico antes de verse en Barcelona dentro del festival literario Kosmopolis.
LOS LIBROS Y EL MUNDO
PIERRE LEMAITRE. Si nos preguntamos si los libros pueden cambiar el mundo, tenemos que decir que sí: algunos libros (El capital, la Biblia, etcétera) han cambiado en algo las estructuras del mundo (salvo si consideramos que El capital y la Biblia son relatos ficticios, pero ese es otro problema). Sin embargo, si preguntamos si las novelas han cambiado el mundo, la respuesta es no, no lo han cambiado. Ni Don Quijote ni En busca del tiempo perdido, de Proust, han cambiado literalmente el mundo. La tercera pregunta es si la “ficción” ha cambiado el mundo. En este caso, creo que debemos responder “sí”. La cantidad de historias que nos contamos a nosotros mismos desde que adquirimos el lenguaje contribuyen enormemente a forjar y desarrollar nuestra visión del mundo. La literatura, que es una forma más o menos precisa de transmitir la ficción, sigue influyendo en nuestra manera de ver el mundo. Y, como consecuencia, afecta a la realidad.
JOHN BANVILLE. Podemos decir que, en un plano fundamental, los libros cambian el mundo, porque cada libro nuevo que se publica contribuye a aumentar la reserva de objetos culturales. Esta no es una observación tan trivial como puede parecer. Los libros, incluso los que no son muy buenos, son declaraciones morales, no porque sus autores los hayan escrito con un fin moral —eso sería desastroso—, sino porque son objetos completamente auténticos, dado que son la mejor obra que el escritor ha sido capaz de crear, dentro de los límites, y a veces más allá de los límites, de su talento. Es evidente que ese no es el tipo de respuesta que busca esta pregunta. Tiene razón usted cuando establece una distinción entre los distintos tipos de libros de los que hablamos. La República, de Platón; El príncipe, de Maquiavelo; La interpretación de los sueños, de Freud, por escoger tres grandes obras al azar, modificaron sin duda el significado que damos a ser humano, ser político y ser un ente consciente en posesión de —o poseído por— un subconsciente. Pocas obras de ficción son tan poderosas como para provocar un cambio significativo en el mundo —quizá una de ellas es 1984—, pero toda novela cambia la sensibilidad de su lector, aunque sea de manera infinitesimal. Estoy pensando en el último verso del poema de ­Rilke ‘Torso arcaico de Apolo’: “Debes cambiar tu vida”.
J. B: “Pocas ficciones son tan poderosas como para cambiar el mundo pero todas cambian la sensibilidad del lector”
TRABAJAR EN DOS GÉNEROS
P. L. Para simplificar, una novela es… una novela. La noción de “género” no engloba la diferencia esencial entre los distintos tipos de novelas (histórica, psicológica, thriller, social, sentimental, etcétera), pero sí las diferencias prácticas. Cada género tiene sus propias normas y sus propias restricciones: si uno quiere escribir una novela sentimental y sus personajes principales no se enamoran en ningún momento, no solo el lector le maldecirá, sino que la novela pertenecerá a otra categoría distinta. Lo mismo ocurre si escribe un thriller sin un crimen (asesinato, secuestro, tortura…, por suerte, la lista es larga). O si escribe una novela histórica que ocurre en el presente. En otras palabras, un novelista que aborda diferentes géneros no es más que un novelista capaz de pasar de un tipo de restricciones a otro. Pocos autores pueden hacerlo. Todos encontramos enseguida nuestros límites. Por eso muchos escogen un género y no lo cambian jamás. Yo, por ejemplo, no puedo escribir una novela sentimental. Tengo algo más de pericia con los crímenes… O al menos eso tiendo a creer.
J. B. Vivimos como si fuéramos criaturas únicas, con un alma única, una especie de piloto que luce constantemente en nuestro pecho, como la lámpara del sagrario en una iglesia. Pero esa idea del “yo” es lo que Coleridge, en otro contexto, llamaba “religión derramada”. Nuestro supuesto “yo” es la supuesta “alma” inventada por la religión. De hecho, en realidad, somos una colección de actitudes, opiniones, reflejos, emociones, y cambiamos a cada instante. ¿El hombre que deja el lecho de su amante y se encuentra en la calle con su peor enemigo es el mismo hombre? Por supuesto que no, respondo yo. Como decía Whitman, cada uno de nosotros contiene multitudes en su interior. ¿Hasta qué punto es difícil, pues, escribir dos tipos distintos de libros? Yo trabajé como corrector de textos en un periódico durante 35 años, y otros 10 años más como responsable de libros en The Irish Times. De día escribía mis libros y por la noche iba a la redacción y me convertía en otra persona. Y mi experiencia no es solo mía, sino la de todos. Como dijo T. S. Eliot, “preparamos un rostro para afrontar los rostros que nos encontramos”. En cualquier caso, el concepto de “género” no me gusta. La buena escritura es buena escritura, y la buena escritura se puede encontrar en cualquier forma. Cuando mi esposa y yo, hace muchos años, compramos nuestro primer lavavajillas, el manual de instrucciones tenía un estilo claro y conciso que hacía que fuera un placer leerlo. La nieve estaba sucia, de Simenon, es, para mí, una obra de arte de tanta calidad como Por el camino de Swann. De modo que ¡vivan las palabras!
John Banville y Pierre Lemaitre, vistos por Setanta.



John Banville y Pierre Lemaitre, vistos por Setanta.





EL ÉXITO DE LA NOVELA POLICIACA EN OCCIDENTE
J. B. El objetivo supremo de la civilización occidental, al menos en la era moderna, es una vida pacífica para todos los ciudadanos. Por supuesto, es un objetivo que solo alcanzan unos pocos: digamos que las clases medias, los principales consumidores de novelas y películas y series de televisión cultas. Sin embargo, la paz, como sabemos, no es un estado natural para el hombre, porque somos la especie más salvaje que ha vivido o vivirá jamás en la Tierra, de modo que nos encontramos en una situación paradójica, tranquilos y a gusto en nuestras vidas, pero, en el fondo, con sed de violencia, crueldad y caos. En esta falta de autenticidad, de mala fe sartriana, recurrimos a la ficción policiaca, tanto en los libros como en la pantalla grande o pequeña, para tener la impresión de que experimentamos esa violencia que falta en nuestras vidas. Ese es el verdadero significado del término “escapismo”: no intentamos escapar de la realidad, sino hacia ella. Y, a medida que la violencia en el mundo se vuelve cada vez más monstruosa, y las informaciones sobre ella cada vez más explícitas, queremos que nuestro crimen ficticio sea igual de terrible o más, al tiempo que seguimos haciendo declaraciones huecas sobre la moral burguesa. De ahí la inmensa popularidad, por ejemplo, de las novelas de Stieg Larsson o de los libros y películas de Hannibal Lecter, en los que se cometen unas crueldades difícilmente imaginables contra unas mujeres jóvenes y son jóvenes heroínas quienes hacen justicia.
P. L.: “La novela negra logra objetivar la violencia que no ha dejado de aumentar: precariedad, pobreza, paro”
P. L. Tiene razón; la novela negra posee varias virtudes prácticas. Además de las que enumera usted, creo que la novela negra es un buen ejemplo de la función del relato como explicación del mundo en una época en la que se derrumban los mitos fundacionales, las historias sagradas y los metarrelatos. (Es posible también que, como sugiere Auden, el éxito de la literatura policiaca en los países protestantes se justifique en la ausencia del rito de la confesión). Ahora bien, creo que la novela negra cumple también una función social de “purga”: en las sociedades en las que la violencia física ha retrocedido sin cesar desde el siglo XIX (es más visible, pero cuantitativamente es menos frecuente), la novela negra permite objetivar otra violencia que, por el contrario, no ha dejado de aumentar: la violencia simbólica (precariedad, pobreza, paro, violencias sociales, etcétera). Creo asimismo que es un género valorado por los lectores porque sitúa la culpa sobre los hombros de un único responsable, y eso es muy tranquilizador. Y nos permite ver a otra persona condenada y castigada por cometer unos actos de los que, en el fondo, nosotros también nos sentimos capaces.

JOHN BANVILLE, AGENTE DOBLE

  • Nacido en Wexford (Irlanda) en 1945, el autor y periodista supo con 12 años que quería ser escritor. Publicó su primer libro, Long Lankin (recopilación de relatos no traducida al español), en 1970 y su producción roza ya la treintena de títulos. Unos los ha escrito como John Banville; otros, como Benjamin Black, su alter ego en novela negra.
  • Premio Booker 2005 por El mar, Banville ha visto también reconocido su trabajo con el Guardian (Kepler), el Nonino a toda su obra, el Kafka y el Príncipe de Asturias de las Letras, aunque él no los ve claros. “No me gusta ninguno de mis libros”, confesó en 2016 a este periódico. “De hecho, me siento avergonzado de todos”.
  • Autor de obras como Copérnico o La carta de Newton, ha aportado a la novela negra títulos tan conocidos como El secreto de Christine y Muerte en verano.
LA LITERATURA Y LA REALIDAD
P. L. Stendhal decía que una novela “es un espejo que uno lleva mientras recorre el camino”. La definición sigue valiendo: la literatura es una gran máquina para descifrar el mundo. Cada novela propone al lector una visión del mundo determinada, es decir, una forma de verlo, abordarlo y comprenderlo. En este sentido, no existe nada más “real” que la ficción. Preguntar “de qué forma” implica un punto de vista más “técnico”. Cada disciplina que pretende explicar el mundo tiene su herramienta preferida para hacerlo: la historia tiene los hechos, la sociología, las estadísticas, la psicología, la experimentación, etcétera. La herramienta de la literatura es la emoción. La emoción (positiva, negativa: empatía, horror, deseo, duda, odio, etcétera) que siente el lector mientras lee una ficción le permite ver el mundo desde el ángulo que sugiere el novelista. Gracias a esa emoción, entra y evoluciona en una realidad diferente a la suya y, por consiguiente, se abre a nuevos horizontes.
J. B. En el arte —y creo que la novela es, al menos en potencia, una forma artística—, lo que importan no son los hechos, sino la verdad, y las dos cosas no son necesariamente sinónimas. Las verdades del arte no son los hechos reales. Una novela parece extraordinariamente similar a la vida —vívida, life-like, decimos en inglés—, pero, como muestra cualquier momento de reflexión, en realidad no se parece en absoluto. Aquiles, Emma Bovary y Leopold Bloom pueden parecernos más reales que la persona que se sienta a desayunar frente a nosotros cada mañana a pesar de que son personajes de novelas y, por tanto, están hechos de palabras y no tienen una sustancia real en el mundo. Una novela, incluso Finnegans Wake, tiene un principio, un desarrollo y un final; la vida, no. No recordamos cuando nacimos, y, como observó Wittgenstein, la muerte no es una experiencia de vida, de modo que nuestras vidas no son más que un desarrollo incoherente. Por el contrario, la novela es, como todas las demás obras de arte, un objeto acabado, redondeado y pulido, una cosa completa. Entonces, ¿cómo puede “mostrar la realidad” una novela? La respuesta, creo, es que el arte no se queda en los meros “hechos”, sino que se dirige a una verdad que está más allá, la realidad real, por así decir, de la que tenemos atisbos ocasionales mediante lo que usted llama, si he comprendido bien, emoción. Henry James dijo: “El arte hace la vida”, y creo que quería decir que el arte nos hace saber con mucha más certeza que estamos vivos, que estamos conscientes, que somos humanos.

PIERRE LEMAITRE, NOVELISTA TARDÍO

  • Autor que debe esencialmente su reputación al género policiaco, Lemaitre (París, 1951) ganó el Premio Goncourt 2013 por Au revoir là-haut —Nos vemos allá arriba—, curiosamente una novela sobre la Primera Guerra Mundial, alejada del terreno que mejor domina.
  • Es guionista además de escritor tardío. Estudió Psicología, creó una empresa de formación pedagógica, ha ejercido de profesor de literatura y no se estrenó como novelista hasta pasada la cincuentena. Debutó con Travail soigné (2006), publicada en español como Irene, protagonizada por el ya consagrado inspector Camille Verhoeven.
  • Multipremiado y muy traducido, ha publicado Alex, Rosy & John, Camille y Vestido de novia, entre otras obras.
P. L. Estoy completamente de acuerdo con su punto de vista. Me gustaría añadir que la definición propuesta por Aragon me sigue pareciendo pertinente: “La novela es una máquina inventada por el hombre para entender la realidad en toda su complejidad”. La literatura es una máquina para descifrar el mundo. Como todo el mundo, he sentido envidia. Pero cuando mejor comprendí mi envidia (y, por tanto, cuando mejor la superé) fue al leer la historia de la envidia de Charles Swann en Proust. Cuando mejor comprendí que mi actitud respecto a mi hija podía llegar a ser perjudicial fue al descubrir la relación entre Nicolás Andreievitch y la princesa María. Llegamos, en este sentido, a una paradoja muy fecunda: es la ficción la que permite comprender la realidad.
Posdata: Concluiré en este punto, y con la alegría de saber que pronto me mostrará usted dónde se encuentra en Finnegans Wake el desarrollo (el principio y el final me parecen un poco menos difíciles…).
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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