La periodista Lola Hierro reúne sus viajes por África en ‘El tiempo detenido’
El libro describe las tradiciones, colores y sabores de un continente del que la reportera destaca su “diversidad”
Madrid
Una mujer recoge algas de su huerto en el mar en Jambiani, en la isla de Unguja (Tanzania), en 2015.LOLA HIERRO
África es el lugar al que la reportera y fotógrafa Lola Hierro siempre quiere volver. Sin embargo, en su primera toma de contacto, en noviembre de 2014, bajo un aguacero en Adís Abeba, la capital de Etiopía, no hacía más que preguntarse qué demonios hacía allí. Desde entonces ha viajado por Kenia, Uganda, Tanzania, Malí, Níger, Botsuana, Namibia, Zimbabue… de lo que se deduce que aquella complicada noche etíope le sirvió para despertar su curiosidad por recorrer este continente. Hierro (Madrid, 1983) fue contando esas experiencias africanas en un blog que ahora ha recopilado, junto a relatos inéditos, en el libro El tiempo detenido (editorial Kailas).
"Si hay una palabra que define África es diversidad", dice Hierro, aunque el desconocimiento lleva a hablar de estos 30 millones de kilómetros cuadrados "como si fuera un continente compacto". "Ni es solo el sitio del hambre y guerras, ni el exótico de los safaris. A mí lo que me gusta es ver la vida de gente normal en los pueblos. Me he encontrado a mi abuela, que ya falleció, en muchas mujeres africanas, que me decían y aconsejaban lo mismo que ella", explica.
Claro que hay dramas en África, "como cuando ves a niños famélicos, hambrientos, en Níger", añade, sin embargo, otras veces "suceden cosas graciosas, incluso a veces es necesario tirar de humor negro para no hundirte", recuerda como consejo del periodista Ramón Lobo. Algo tendrá que ver ese planteamiento en su estilo desenfadado, fresco, que le ha puesto a sus textos, rebosante de olores, sabores y colores.
Periodista de EL PAÍS desde 2013, donde trabaja en la sección Planeta Futuro,que versa sobre desarrollo global sostenible en colaboración con la Fundación Bill & Melinda Gates, Hierro sostiene que "la principal idea errónea" que hay en Europa de lo que ocurre en su vecino del sur es considerar que "todos los que viven allí son víctimas, que te venga en seguida a la mente la palabra ‘pobrecitos".
Como en una película
Aunque el libro se desarrolla entre carreteras de baches, suburbios y maravillas de la naturaleza, la reportera también se toma allí su tiempo para pensar. "Suelo ir sola, y a veces me paso muchas horas sin hablar con nadie o sentada o leyendo. Entonces veo lo que ocurre a mi alrededor como si fuera la espectadora de una película". Es el tiempo detenido que titula su libro.
Hierro no solo describe, también invita a pensar sobre el papel de los distintos actores que se mueven por África, como las ONG. "Hacen un trabajo importante, pero en ocasiones les critico por cómo manejan el dinero que les damos. Lo peor es cuando se hacen proyectos de desarrollo sin consultar a quienes se van a beneficiar de ello, o cuando se eternizan en el terreno sin solucionar nada". En cuanto a las misiones católicas, reconoce que ver trabajar sobre el terreno a religiosos le ha ensanchado la mente. "Un cura me dijo una vez que para evangelizar a alguien, primero tiene que estar vivo. He visto a personas muy involucradas, con vocación, que pasan allí su vida. Un cooperante puede volver cuando quiera".
Ante la continua actualidad de los emigrantes que buscan El Dorado en Europa, Hierro subraya que, siempre que puede, hace una labor pedagógica. "Les intento convencer de que no vengan, pero les suele dar igual. Allí son pobres, pero tienen su familia, papeles, identidad... Aquí llegan, siguen pobres y encima no tienen esos apoyos".
En El tiempo detenido hay escuelas en las que los niños aprenden con pocos medios, poblados de cabañas, estilizados masáis, bellísimos atardeceres, paseos por gargantas y cascadas... pero, ¿qué sucede cuando todo eso queda atrás y la periodista regresa a su comodidad en Madrid? "Al principio volvía cabreada con la humanidad, echaba broncas a los que tiraban comida… Luego pasé por la fase de la tristeza y el remordimiento de conciencia por no poder hacer gran cosa ante lo que veía", detalla. "Y últimamente he aprendido a agradecer lo que tengo. Cuando me voy estoy contenta, y a la vuelta, también, porque veo a mi familia, tengo un trabajo, amigos... Soy una privilegiada, hay muchas personas que no pueden volver a su casa".
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