Lady Macbeth en Cape Cod
Extensa y repetitiva, 'Tierra madre', de Paul Theroux, parece escrita para mostrar que las familias desgraciadas se parecen
El escritor Paul Theroux. WILLIAM FURNISS
Nos habían enseñado mil maneras de ser desleales, además de habernos inculcado el motivo para serlo: entrégate por completo a alguien y te abandonará, te hará daño, te defraudará, te destruirá”. Las lecciones en la familia Justus (de “Justice” o “justicia”, irónicamente) siempre han sido amargas, y eso desde el nacimiento de Jay, el narrador, o incluso desde antes: “La primera lección de madre, más implícita que expresada abiertamente, fue que nuestro afecto por los otros era una señal de debilidad. La lealtad era peligrosa, como una oscura forma de engaño. Nuestro amor por los demás nos volvía poco fiables, pues interfería en nuestra primera y más importante obligación: la obediencia a madre”.
“Madre” es el centro en torno al cual todo gira en la nueva novela de Paul Theroux (Medford, Massachusetts, 1941). “Irresponsable y fría, distraída, retorcida, corrupta, manipuladora, testaruda, vanidosa, materialista y dictatorial”, “Madre” nunca ha ocultado su naturaleza, pero ésta se pone de manifiesto en toda su tremenda dimensión tras la muerte del marido, un hombre simple y escasamente rebelde obligado a castigar a sus hijos para satisfacer la rabia de la mujer y demostrarle su obediencia; tras su muerte, Jay (quien escapó en cuanto pudo de su familia, vivió en África, viajó, tuvo hijos y escribió libros, al igual que Theroux) regresa junto a su madre y a sus hermanos (siete más una niña muerta al nacer con la que la progenitora dialoga diariamente) con la esperanza de dejar atrás las afrentas del pasado. Lo que descubre es que, en algún sentido, éstas recién comienzan: manipulando a sus hijos y enemistándolos unos con otros, la madre arruina las perspectivas amorosas de Jay, favorece económicamente a sus hijas Rose y Franny a cambio de que éstas la protejan (y de paso consigue que sus hermanos las odien), enfrenta a Jay con Floyd (el “otro escritor” de la familia, que escribe una reseña rabiosa de un libro del primero), pone sus asuntos en manos de Fred, el hijo abogado, y desplaza a Gilbert (el diplomático) y a Hubby, el enfermero, al que le regala una propiedad controvertida y no muy útil, ataca a los hijos ridiculizando a sus nietos, humilla regularmente a Jay, cuya actividad literaria le parece indigna de su tiempo, obtiene atenciones de todos ellos (lo que más le gusta son las ostras) y dispone de sus vidas como cuando eran niños. Ni siquiera después de alcanzar los 100 años, “Madre” deja de ser lo que siempre ha sido: la Lady Macbeth de un reino íntimo.
“Todas las familias felices se parecen entre sí, pero las infelices son desgraciadas a su manera”, escribió alguien; lo más destacable de Tierra madre, sin embargo, es que pareciera haber sido escrita para demostrar que también las familias desgraciadas se parecen. Da la impresión de que Theroux, cuya trayectoria es, por decirlo de alguna manera, irregular (sus mejores libros, El gran bazar del ferrocarril y La costa de los mosquitos,se alternan en ella con otros erráticos o prescindibles), hubiera deseado inscribir esa irregularidad en el interior de una obra “total” pero excesivamente extensa y repetitiva (“Algunas partes son buenas, muchas son aburridas, una pérdida de tiempo”, resume su autor), cuyos mejores pasajes (traducidos con su solvencia habitual, como el resto de la obra, por el poeta Mariano Peyrou) consisten en la extrañísima transformación del padre en un actor de minstrel, la evocadora estancia de Jay en Chiapas y las tiradas del recalcitrantemente erudito Floyd, el mejor personaje del libro.
Tierra madre. Paul Theroux.Traducción de Manuel Peyrou. Alfaguara, 2018. 648 páginas. 22,90 euros
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