La vida y el papel: libros sobre libros
Dos ensayos responden a dos formas distintas de pasión libresca: una declaración vehemente de bulimia lectora por parte de Juan Bonilla y un reposado inventario de querencias y reflexiones por la de Andrés Trapiello
Andrés Trapiello, en el Rastro. ÁLVARO GARCÍA
No hace mucho, un artículo de este periódico recordaba la ominosa profecía que fijó en 2018 la victoria del libro electrónico sobre el impreso. No ha sido así, como escribe Juan Bonilla en La novela del buscador de libros, en unas páginas que citan a menudo y con admiración a Andrés Trapiello, quien acaba de publicar El Rastro. Historia, teoría y práctica, donde se habla de la ardua inmortalidad del comercio de los libros de papel. Frente a la venta electrónica, leemos: “El Rastro tendrá siempre una temperatura moral y sentimental que la Red no conoce”.
Son dos libros muy distintos: una declaración vehemente de bulimia lectora por parte de Bonilla y un reposado inventario de querencias y reflexiones por la de Trapiello. Bonilla se presenta como hijo de un bachillerato que ya conocía las “lecturas obligatorias” y de un catálogo de inolvidables libros baratos que dominaban Alianza y el meteoro Bruguera; Trapiello está más cerca del veterano territorio de la Colección Austral y recuerda sus primeras compras de libros de viejo, cuando las ediciones antiguas de los clásicos del XIX y XX eran más baratas que las modernas. Hay una distancia temporal, pero también dos formas distintas de pasión libresca. La de Juan Bonilla es esencialmente romántica y genera cabalgatas de nombres propios de autores, una relación de las librerías de lance más insólitas del mundo y entusiastas vivencias de lector y buscador. La temprana pasión por Giovanni Papini y Curzio Malaparte fue una infección que cursó a finales de los cincuenta y los primeros sesenta (yo mismo la contraje entonces), pero, al parecer, tuvo recidivas en un autor tan joven. Y no es el único caso de la extemporaneidad que caracteriza —para su bien…— al autodidacto animoso, capaz de entusiasmarse con los poemas de Julio Mariscal (un olvidado poeta de los cincuenta), a la vez que descubría la modernidad en Charles Bukowski y proclamaba a un trío de narradores —Gonzalo Suárez, Terenci Moix y Fernando Quiñones— por encima de la impostación intelectual que atribuía a Valente, Gamoneda o Goytisolo.
Buena parte de la novela de Bonilla se dedica a los libros de viejo. “Me infecté” —escribe— cuando en 1989 trabajaba en el puesto de venta que Abelardo Linares abría en la Feria de Otoño de Madrid y que visitaban con frecuencia Juan Manuel Bonet y Andrés Trapiello. Allí nació una pasión posesiva (“soy propietario de dos bibliotecas: la primera la forman los libros que tengo; la segunda, los libros que busco”) y una convicción que tiene mucho que ver con su propia escritura narrativa: le gustan “esos libros que nos leen a nosotros cuando estamos leyéndolos a ellos”.
No creo que sea este el lema de Andrés Trapiello, quien más bien es un explorador de géneros —poemas, narraciones, ensayos extensos, reflexiones aforísticas, un dietario donde todo cabe…— donde buscar las mil formas en que la vida y la literatura se encuentran, se mezclan y se reproducen. De esa dedicación han brotado, entre otras cosas, ensayos que ya son hitos en la historiografía literaria española: Las vidas de Miguel de Cervantes (1993), Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1994) e Imprenta moderna (2006), por ejemplo. El Rastro. Historia, teoría y práctica está en la misma línea de excelencia donde el rigor de la indagación no excluye ni la calidez de la escritura, ni el vuelo imaginativo del ensayo. Quizá porque, como leemos al paso, el Rastro le ha enseñado “a buscarle sentido a lo que no tiene y darle una unidad como si lo tuviera”.
Miriam, previsora, le advirtió que “el Rastro es difícil de pensar. Es puro fluir”… Por eso, su “teoría” del viejo mercado incluye “meditaciones y conjeturas” sobre el uso y decadencia de las “cosas”, sobre el valor subjetivo del pasado, sobre la relación entre lo disperso y lo único, para lo que apenas pueden echarnos una mano Walter Benjamin (Libro de los pasajes) o Remo Bodei (La vida de las cosas), por no citar al omnipresente Ramón Gómez de la Serna, picoteador de casi todo, y sobre quien este libro de Trapiello contiene páginas memorables. Pero al lado están los capítulos ‘Intermedio sentimental o práctica del Rastro’, que tiene mucho de autobiografía de lector-autor, e ‘Iluminaciones del Rastro’, que ofrecen una antología de la presencia de este ámbito en el Salón de pasos perdidos.
El tipógrafo Alfonso Meléndez y el escritor Trapiello han diseñado conjuntamente un libro que logra la impresión de simultaneidad —imagen y texto, reflexión y nota, dato y recuerdo— que el tema impone. Todos los que han escrito sobre el viejo mercado —desde el siglo XVIII hasta ahora mismo— y los que lo han fotografiado, filmado o pintado tienen su lugar en estas páginas, como hay también planos históricos, las fotos y las viejas guías del siglo antepasado… Y allí reviven “las Américas” (vastos tinglados de obra que albergaban los puestos), las más modernas galerías Piquer y aquella actividad febril que duraba toda la semana, hasta que en 1984 quedó reducida a los domingos. Por espacio de 40 años lo han visitado Trapiello y Juan Manuel Bonet, a quien el libro está dedicado.
Como ya he recordado, sus nombres también ocupan lugar eminente en La novela del buscador de libros, de Juan Bonilla. Y es feliz coincidencia que en este año de malos augurios sepamos que uno de estos —la derrota del libro impreso— dista bastante de cumplirse.
La novela del buscador de libros. Juan Bonilla. Fundación José Manuel Lara, 2018. 272 páginas. 19,90 euros.
El Rastro. Historia, teoría y práctica. Andrés Trapiello. Destino, 2018. 376 páginas. 24,90 euros.
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