Naderías
No hace falta escribir poesía con pluma de ganso. Preferiría ser amada recoge poemas y textos de Emily Dickinson escritos en sus cartas y hasta en los sobres
Ilustración de Elia Mervi del libro 'Preferiría ser amada'.
Tras el éxito obtenido con El viento comenzó a mecer la hierba, de la poeta estadounidense Emily Dickinson, Nórdica publica Preferiría ser amada, un volumen que recoge fragmentos de correspondencia, poemas y los envelope poems, textos escritos por Dickinson en los sobres. Las ilustraciones son de Elia Mervi, la selección y presentación de Juan Marqués y la traducción de Abraham Gragera. El artefacto de Nórdica nos lleva a reflexionar sobre las mutaciones del objeto libro como fetiche que, además de mercancía, parece homenaje analógico. Las manos ensucian artísticamente el espacio del papel igual que Dickinson aprovechaba los huequitos en blanco para escribir, con su caligrafía regular, palabras misteriosas.
El soporte del poema no lo devalúa, sino que el poema engrandece el soporte haciéndonos pensar que las naderías de la vida cotidiana ocultan una luz que el lenguaje perfila. El concepto de poema encontrado —el ojo detecta un residuo en la calle, lo saca de contexto y, en el deslizamiento, le da un significado lírico— apunta hacia la idea de que no hace falta escribir poesía con pluma de ganso. Los momentos excepcionales de la vida son a la vez los más corrientes: nacer, crecer, amar, reproducirse —o no—, envejecer, morir, que, según Gil de Biedma, dejan de ser las dimensiones del teatro.
“La muerte era mucho más multitudinaria de lo que yo podía manejar”, escribe Dickinson. Con los envelope poems he recordado que un amigo me enviaba cartas y sus palabras venían envueltas en sobres pintados: baldosas recorridas por cucarachas, la bragueta azul de un pantalón vaquero… El desplazamiento que caracteriza las metáforas se traslada hacia el lenguaje y su soporte, dejándonos la sensación de que no solo la poesía hace relevante al humilde sobre, sino que el humilde sobre desensoberbece la poesía y le contagia su utilidad: creación de vínculos, cifrado del mundo, vuelo y aproximación al conocimiento.
Dickinson indaga en el lenguaje, críptico y desnudo, como la petirrojo que “No conoce la ruta / pero sí su oficio”. La escritora sabe que la inteligencia de su palabra la coloca en un lugar sacerdotal que la protege de los escépticos y provoca admiraciones incondicionales. T. W. Higginson se preocupa por si lo que le escribe es desacertado y señala: “Usted no hace más que envolverse en esa apasionada bruma sin que yo pueda alcanzarla”. Ella le dice que no tiene prisa por publicar, le habla casi de modestia a través de un estilo que no lo es en absoluto. “Qué bello es hablar. ¡Qué milagro las noticias! No Bismarck: nosotras”: Dickinson descubre la trascendencia de ese espacio minúsculo e intrahistórico en el que habitan las mujeres. A la vez tiene soberbia y arrojo para escribir oscuro de lo oscuro.
Tal vez se empina un poco para que no la hieran: el estilo de Dickinson expresa la situación difícil de las mujeres artistas. “Cuento lo que veo. El paisaje del espíritu requiere aliento, no verbo”: Dickinson, creyente en el valor y la existencia de una vida espiritual, remite al concepto de lenguaje insuficiente, pero también intuye que abusamos de las metáforas: a veces las cosas son solo lo que las cosas son. Sin doble faz. No todo son signos. Debemos saber encontrarlos. La bella oscuridad de lo común y la nitidez de ciertas formas. Desde lo convencional, Emily Dickinson piensa y escribe. Más allá y hacia el futuro.
Preferiría ser amada. Emily Dickinson. Traducción de Abraham Gragera. Nórdica, 2018. 144 páginas. 19,50 euros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario