Cuestión de justicia poética
Los 30 años sin Mapplethorpe llevan a la galería Elvira González a rendirle tributo estrenando el documental de Ondi Timoner en España
'Calla Lily' (1988), de Robert Mapplethorpe.ROBERT MAPPLETHORPE FOUNDATION
A menudo hay que mirar en el revés de las exposiciones para encontrar las mejores propuestas que ofrecen las galerías. Siempre hay maravillosas rarezas escondidas en las costuras de unos programas pensados con tiralíneas. Ocurre si afinamos el ojo tras una muestra de fotografías de Robert Mapplethorpe (1946-1989) en su galería española, Elvira González. La exposición en sí merece un par de visitas, y no sólo porque muestra muchas imágenes del artista de manera inédita en España. También por todo lo que pone en contexto un documental como Mapplethorpe, que Ondi Timoner presentó el año pasado en el Festival de Tribeca y que finalmente estrenó en Estados Unidos hace apenas tres meses. Una película que llega ahora a España de la mano de la galería, convertida en una improvisada sala de cine.
La efeméride de los 30 años del fallecimiento de Mapplethorpe ha servido de excusa para mostrar una de las caras más amables del fotógrafo, sus bodegones y naturalezas muertas, agua bendita para unos ojos ya cansados de la agenda artística y el amplio calendario de exposiciones. Por fin una exposición repleta de belleza liviana. Una flor. Un trozo de pan. Una sombra difusa. Las fotografías se mueven al límite entre lo perfecto y lo ilusionista, buscando vivir un tiempo propio, como el de las plantas. La transgresión tal vez no es tan evidente como en sus cuerpos desnudos, pero no se confíen, está ahí más latente que nunca. Algo parecido ocurre con la película, que, pese a su sencillez, ofrece una lectura elegante, evocadora y absorbente del quehacer creativo del artista en aquellos años setenta en que Mapplethorpe deambulaba con su cámara Hasselblad por el Nueva York más underground. La narrativa se vuelve ahí un remolino. Llega su romance con Patti Smith (Marianne Rendón en el biopic) y su vida en el hotel Chelsea. Luego, su cambio a la Polaroid y a sus instintos homosexuales que eclosionaron de manera intensa en sus obras, donde siempre circulaba ese pulso con el sida que perdió en 1989.
Si hay algo que destaca en la película es la mezcla de material de ficción con imágenes reales, con muchas de las obras del artista, algunas de las cuales cuelgan de las paredes de la galería. Una preciosa correspondencia. Se supone que cuando Mapplethorpe retrataba liliáceas, orquídeas, calas, iris y tulipanes, lo que le interesaba era la transferencia de la materialidad y del equilibrio formal en la superficie, al igual que la provocación de las asociaciones subjetivas y emocionales. Cierto es que consideraba las plantas como cuerpos. A veces combinaba humanos con flores, y en otras, sólo estas y su carisma mágico. Ahí, en las flores, todos los elementos que posibilitan la fertilización mediante insectos son fundamentales. No en vano, él mismo decía que la manera de fotografiar una flor no distaba mucho de hacerlo de un pene. Con un artista tan reproducido como Mapplethorpe es difícil encontrar una exposición que siga abriendo nuevas ventanas a su producción. He ahí la virtud de esta muestra. Esa y la justicia poética de poner en valor el universo de un artista censurado el año pasado en el Museo Serralves de Oporto, que llevó al director a dimitir de su cargo.
‘Robert Mapplethorpe. Naturalezas muertas’. Galería Elvira González. Madrid. Hasta el 13 de julio
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