Hola, qué tal. Tal vez te acuerdes de mí, soy La Librería. Estar, siempre estoy, pero los libreros sólo me sacan a escribir por Navidad, que es cuando ellos andan a ful. Bueno, ellos dicen a full, que debe ser como se dice estar muy ocupado medio en inglés, pero yo digo a ful de Estambul, que es una expresión que cuando yo era un sitio de billares y recreativos, allá por los setentas, se oía mucho por aquí. No es por faltar ya desde el primer párrafo, pero a ellos les pega más lo de Estambul, andan como pollos sin cabeza los pobres en esa época y, por otra parte, no dejan de ser personas humanas. Y además yo es que inglés solo de oídas porque en la vida he salido de Salamanca, es lo malo de lo inmobiliario, que no te mueves del sitio. -
Soy el sitio físico al que llamas librería Letras Corsarias, lo que hay allí si le quitas toda la gente. La Librería. -
Recuerdo esto porque no escribo desde enero de 2023 y habrá quien ya me haya perdido la pista, aunque creo que hasta he salido en un libro muy bonito titulado La belleza de la materia y, leerlo no porque yo no leo, no me está dado leer, pero a ver qué belleza hay que no sea de la materia, me he preguntado, porque preguntas sí que me hago. Yo estoy muy por la materia. -
Estos siguen aquí con su cháchara interminable sobre los libros. El otro día les escuché que le han dado el Nobel a una autora que escribió algo titulado La vegetariana sobre una mujer que se convierte intencionadamente en un ser vegetal y yo pensé: qué oportunidad perdida, ya que te pones, conviértete en edificio. Edificio mucho mejor. En fin, decepcionante. No es que quiera ir de crítica literaria yo ahora, no pienses mal, pero escuchando a estos me entero de las cosas y para un día que me dejan, pues las escribo. -
Al grano, que me despisto. Ayer los vi todo ufanos, bajando las escaleras del almacén con cierta ligereza, y resulta que es porque me han dado un premio. Ahí mi corazón hizo tilín. A ver, los entes inmobiliarios no nos ilusionamos fácilmente, hemos visto mucho ya, pero pensé que se habría prendado de mis encantos una revista guapa de arquitectura o, no sé, el Colegio de Aparejadores o alguna federación internacional de catastros. Tengo que reconocer que me puse un poco nerviosa y dejé caer un par de pilas de libros al azar, un acto reflejo que a veces hago medio por fastidiar o por pasar el rato, pero esta vez fue como un tembleque de emoción. -
Luego ya me enteré de que es el Premio Librería Cultural 2024, que concede el Gremio de Libreros y pensé: ah, bueno, de libreros. Pero lo pone bien claro en las noticias: La librería Letras Corsarias gana tal. O sea, yo. Y, bueno, no es la Plomada de Oro (considerado el Nobel de la construcción), pero si a mis libreros y mis libreras y a todo el mundo que viene les pone tan contentos, pues bien está. Por lo visto es por todo el jaleo ese que se traen de invitar y conversar con gente que escribe, que yo siempre pensé que lo hacían por entretenerme las tardes subiendo y bajando sillas del almacén, ese movimiento que me hace unas cosquillitas muy agradables, como un masajito tierno (no comparable al tacto de aquel carpintero cubano del año pasado, si no te acuerdas tú de aquello yo sí, te lo aseguro). Todo ese jaleo es cultural, y yo seré todo lo inmobiliaria y materialista que quieras, pero por la cultura estoy, faltaría más.-
Bueno, resulta que vaya aluvión de llamadas y de mensajes y hasta de flores de las materiales y de las otras, están anonadados en la planta de arriba, tan agradecidos que no saben ya cómo expresar su gratitud, abrumados por tanto cariño. Cariño humano, claro. -
No tengo nada contra el cariño humano, me parece una forma preciosa de comunicarse, siempre que seas humano. Yo no sé muy bien qué soy, porque tampoco me parece muy normal que un local del bajo de un edificio esté aquí escribiendo a gente lectora como tú, pero humana no lo soy en absoluto. Así que me puse en contacto con mis compañeras y amigas librerías tangibles a ver qué les parecía esto del premio, por confirmar. -
Que cómo lo hice, te preguntarás. Esto no lo sabe nadie, pero las librerías físicas tenemos un sistema de comunicación secreto –ahora ya no– a través de los libros. Imagina los libros como la flora bacteriana de un sistema digestivo gigante compuesto por todas las librerías del mundo, las de Nueva York también. Nos pasamos la información así, flash, de golpe, una brisa inmediata. Llegaron mensajes en un lenguaje que no está al alcance de la comprensión humana pero que se pueden traducir como “te lo mereces, preciosa” o “claro que sí, mi niña”, por llevarlo al habla local. Las japonesas estaban dormidas a esa hora, pero seguro que bien porque suelen ser muy detallistas. -
Así que fenomenal, tengo que confesar que estoy contenta con los libreros que me han tocado en suerte, y sobre todo con las libreras, que son majísimas, pero no se lo digáis mucho que siempre prefiero mantener un poco las distancias, no se vayan a venir arriba. -
Nada más. No soy de despedidas largas. Hasta la próxima vez que me dejen escribirte. Chao. -
No hay comentarios:
Publicar un comentario