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El pasado 3 de noviembre, como cada primer lunes de dicho mes, se falló el Premio Herralde de Novela. El galardón recayó en El contrabando ejemplar, de Pablo Maurette, una obra que se pregunta por el sentido de lo perdido y lo inventado y que hace del acto de contar una experiencia singular y emocionante.
Aprovechando que esta semana ha llegado a librerías, hemos entrevistado al autor para que nos hable de ella y nos cuente cómo se enteró de que había ganado el premio.
Sin más preámbulos, os dejamos con él:
– Cuéntanos acerca del narrador Pablo y cómo has construido su voz.
Los libros se van gestando a lo largo de procesos muy, pero muy largos. Años, décadas. Y, de pronto, un día, uno comprende que están listos para empezar a salir al mundo. Y se sienta a escribir. Con El contrabando ejemplar, para mí esto sucedió hace unos años, en Santa Maddalena, cuando me senté y empecé a escribir y así nació el narrador, Pablito, un escritor ignoto y muy ansioso que ha publicado un par de libros y odia el éxito de los demás. Pablito tiene grandes ambiciones pero pocas ideas, y un día decide robarse la novela de Eduardo, una especie de tío y mentor suyo. Así empieza todo.
– La imagen de cubierta nos sitúa en un parque de atracciones. ¿A qué hace referencia?
En la cubierta tenemos un monstruo: el Pulpo, uno de los juegos más icónicos del Italpark, que fue un parque de atracciones que funcionó en Buenos Aires entre 1960 y 1990, y que cerró luego de un accidente (producto de la negligencia, es decir, un desastre bien argentino) en el que murió una chica de quince años que se llamaba Roxana Alaimo. El Italpark y la historia del predio en el que estaba situado es importante en la novela, pero sobre todo lo monstruoso juega un rol fundamental. Lo monstruoso asociado con el curioso destino de la Argentina.
– En la novela hay muchos viajes, y uno de los personajes afirma que «la literatura no existiría de no ser porque hubo gente que viajó, volvió y contó lo que vio». ¿Puedes hablarnos más de esto?
Dijo alguien una vez que en la literatura hay solo dos argumentos: alguien se va de viaje y un extraño llega al pueblo. Claro que este segundo argumento supone el primero, el extraño en cuestión tuvo que haber salido de viaje. Durante toda la historia de la humanidad, y hasta hace muy poco (cuando surge el fenómeno del turismo) viajar era algo que hacían muy pocos y casi siempre por necesidad, no por placer. Era peligroso, incómodo, caro. Pero era también la única oportunidad de acceder a mundos totalmente distintos e inimaginables. La crónica de viaje es el germen de la narrativa. Y se completa en el retorno, con la vuelta a casa. Sin vuelta a casa, no hay cuento que contar. Un poco también lo que le dice Solón, el rey sabio de Atenas, a Creso, el Jeff Bezos de la antigüedad, cuando este le pregunta quién es el hombre más feliz del mundo (esperando, obviamente, escuchar que era él). Solón le dice que esto solo se puede saber después de la muerte. El viaje tiene que terminar para que lo podamos contar. La literatura empieza cuando el viajero llega a destino.
– ¿De qué manera dialoga esta novela con la historia de Argentina y su literatura?
Todo libro está hecho de otros libros. Toda novela es un centón. El contrabando ejemplar es, entre otras cosas, una celebración del robo y del plagio, es un monstruo hecho de retazos arrancados de la historia y de la literatura no solo argentinas.
– ¿Qué relación tienes con la historia de tu país de origen?
En la adolescencia quería ser historiador. Me fascinaba Rosas, el tirano que gobernó Buenos Aires a mediados del siglo XIX. Pero sé muy poco de historia argentina. El siglo XVII, que es el escenario de esta novela, es un agujero negro. No se enseña en la escuela. Nadie, salvo un puñado de historiadores económicos, sabe nada sobre ese período. Preguntale a cualquier argentino qué opina de Pedro Esteban Dávila o de Mendo de la Cueva, de Hernandarias, incluso, y te van a mirar como si tuvieras tres cabezas. Me resulta increíble que no tengamos la más mínima idea de lo que pasó en Buenos Aires entre las dos fundaciones y la creación del virreinato del Río de la Plata, es decir, los primeros doscientos años de nuestra historia, la mitad de nuestra historia. La novela aprovecha ese terreno baldío y allí construye.
– ¿Qué importancia tiene el humor para tu escritura?
No es buscado, el humor: cuando sale, sale. Pero sí puedo decir que me repele la literatura que se toma a sí misma muy en serio. Me repele la gente que se toma a sí misma muy en serio. El humor sucede cuando uno, por un instante, se sale de sí mismo o de la situación en la que está y la mira, o se mira, desde afuera. Pocas cosas hay más importantes para la creación artística que la capacidad de salirse de uno y ver desde afuera. La muerte de la creatividad es el ensimismamiento, el trip narcisista, y esto siempre viene acompañado de una falta completa de sentido del humor. Creo, además, que la alternancia entre lo serio y lo humorístico puede crear un buen clima narrativo y un ritmo ameno en la lectura.
– Y para finalizar, ¿cómo te enteraste de que ganaste el Premio Herralde de Novela? ¿Qué significa para ti?
Estaba en Rumanía, filmando una película de Mariano Llinás con los chicos de El Pampero Cine. Ese día habíamos ido a Constanza, en la costa del mar Negro, a filmar la costanera y la estatua de Ovidio. Constanza es donde Ovidio pasó su exilio. Allí escribió poemas tristísimos. Estuvimos un largo rato filmando la estatua, que te mira desde arriba, severa, oscura. En eso estaba cuando me llamaron de Barcelona. Es la primera vez en mi vida que gano un premio. Le di las gracias a Ovidio. Los premios son arbitrarios, por supuesto, y no demuestran nada, pero sí pueden, en el mejor de los casos, ayudar a un escritor a acercarse al menos un par de centímetros al objetivo central de su vida que es el de tener siempre más y más tiempo libre para escribir.