Dios de sí mismo
Las memorias de J. J. Armas Marcelo tienen la virtud de la sinceridad y el defecto de la repetición y las prisas
J. J. Armas Marcelo, en 2014. CLAUDIO ÁLVAREZ
¿Qué hacer con nuestros recuerdos? Se lo preguntaba Jean-Louis Jeannelle en una lúcida monografía sobre el memorialismo, género que disfruta de una indiscutible vitalidad. Al igual que ocurre con la autobiografía, aunque hay diferencias sutiles entre ambas escrituras. En las memorias el relato de una vida se encara bajo su condición histórica: un individuo, testigo o protagonista de acontecimientos relevantes, da cuenta de su propio recorrido vital, pero su identidad se proyecta bajo una dimensión pública o colectiva.
Esta somera descripción del género encaja muy bien con el proyecto de las memorias del novelista canario Juan José Armas Marcelo, del que Ni para el amor ni para el olvido es su primera entrega. Me pregunto qué es lo que no cabe en el casillero del amor y tampoco en el del olvido. Y entiendo que se trata del centón de recuerdos, en su mayor parte literarios, acumulados en la memoria y todavía vívidos porque Armas Marcelo los ha evocado una y otra vez en tertulias, conferencias y libros.
Una memoria oral sostenida en el tiempo que ahora se vuelca en la escritura. El libro toma como epicentro el viaje del escritor a Barcelona para conocer a Carlos Barral en octubre de 1972. Tenía 26 años y había permanecido en arresto domiciliario durante más de un año a causa de la publicación de un libro de José Ángel Valente, Número trece, del cual Armas Marcelo era el editor y responsable subsidiario ante la fuga de Valente al ser procesado.
Desde esa fecha, que funciona como eje, el relato va hacia delante y hacia atrás, siendo el hilo conductor los muchos escritores que el autor de Los dioses de sí mismos ha conocido en tertulias, barras de bar, congresos, viajes y todo tipo de exploraciones, fruto de su admirable inquietud personal. Y puede decirse que el escritor ha conocido a todo el mundo. Los autores españoles, pero sobre todo hispanoamericanos, de más renombre desfilan por las páginas del libro ensartados en anécdotas, divertidas algunas, otras ya muy conocidas pero deliciosas y otras inéditas, al menos para la mayoría de sus lectores, siendo el narrador siempre leal a sus dos mentores intelectuales —Carlos Barral y Mario Vargas Llosa— y a un mentor moral, su padre.
Sin embargo, las memorias, escritas con franqueza y sin ocultar los rasgos menos complacientes de su personalidad —mujeriego, amante de los prostíbulos, un carácter un tanto bronco y amigo de los ajustes de cuentas—, presentan un serio problema estructural, y es que las historias se repiten en diferentes ocasiones ofreciendo la impresión de que se han escrito al hilo de una memoria hablada, sin una reflexión sobre cómo podía organizarse la masa de recuerdos evocada a fin de darle una coherencia que finalmente no tiene.
A este problema cabe añadir que los juicios y comentarios políticos — sobre el franquismo, las dictaduras latinoamericanas, la transición española— adolecen de una cierta obviedad y de nuevo parecen fruto de una escritura poco sedimentada. Dicho esto, la exploración de recuerdos y experiencias ofrecida por el autor en Ni para el amor ni para el olvido nos da cabal idea de un hombre al que la literatura, en todas sus formas, ha dado su razón de ser.
Ni para el amor ni para el olvido. Memorias 1. J. J. Armas Marcelo. Renacimiento, 2018. 416 páginas. 19,90 euros.
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