El Jesucristo revolucionario de Kazantzakis
El drama de los refugiados mantiene la vigencia de ‘Cristo de nuevo crucificado’, que reaparece con nuevas traducciones en catalán y castellano
Barcelona
El niño Nikos Kazantzakis, encerrado en casa con su familia, nunca olvidó la imagen tras la ventana: su vecino turco, padre de la niña con la que jugaba en su Creta natal, limpiando en la fuente de la calle el cuchillo ensangrentado tras una matanza de otros residentes cristianos, en pleno pulso greco-cristiano contra el Imperio otomano. Quizá tampoco pudo borrar las experiencias surgidas tras ayudar, en 1919, a repatriar a los 150.000 griegos del Cáucaso atrapados durante la Revolución Rusa. De la suma de ambos momentos, de las diferencias entre dominador y dominado, de la solidaridad y la crueldad, el amor y el odio, fermentó su literatura: Zorba el griego o La última tentación de Cristo. Pero especialmente Cristo de nuevo crucificado, que, a los 70 años de su escritura, resurge en catalán y castellano con nuevas traducciones. Y con una vigencia espeluznante: nadie duda que hoy se volvería a matar en la cruz al hijo de Dios tan llanamente.
La aparición en catalán (El Crist de nou crucificat, en Club Editor) no deja de ser el regreso de un best-seller: cuando se publicó en 1959 fue un bombazo inesperado y hubo de reeditarse nueve veces, cada dos años, hasta 1980; total, unos 20.000 ejemplares. Fue el volumen XI de la colección El Club dels Novel·listes, que lanzaran Joan Sales y Xavier Benguerel, ya en el sello Club Editor. Ayudó el momento: favorecido por el ambiente aperturista previo al Concilio Vaticano Segundo, demasiado audibles aun los crujidos de la miseria moral que significó la Segunda Guerra Mundial, la influencia en la literatura catalana de la novela con trasunto cristiano (la de Graham Greene, Georges Bernanos o François Mauriac) era notable entre 1955 y 1964. La acogieron editoriales como Club Editor, Aymà, Selecta o Albertí, incluso a partir de obras, entre otros, de autores autóctonos como Josep Maria Espinàs (Tots som iguals) y los propios Benguerel (L’intrús; El testament…) y Sales (Incerta glòria).
Kazantzakis (1883-1957) aportaba algo más: la dimensión social, un punto revolucionaria. Lo remachaba esta trama: los humildes habitantes de Likóvrisi, pueblecito perdido de Anatolia, se tomarán tan en serio su preparación para los papeles en la representación de La Pasión (especialmente el joven Manoliós, que encarnará a Cristo) que en la vida real se enfrentarán al pope y al consejo de ancianos, que no quieren que se acoja a un grupo de famélicos refugiados que huye de un pueblo cercano saqueado por los turcos.
El auge de la novela cristiana convirtió la edición catalana de 1959 en un ‘boom’, con 20.000 ejemplares hasta 1980
Sales dio, en 1960, conferencias sobre la obra en el Centre de Lectura de Reus, en Barcelona y hasta en Mallorca, amén de traducirla, como después haría con dos novelas cristianas más, Els germans Karamàzov, de Fiódor Dostoievski, y Thérèse Desqueyroux, de Mauriac. “Había una curiosa hermandad, desde la sensibilidad moral y social, entre traductor y autor: tenían ambos sed de justicia y están a la intemperie sociopolítica de su tiempo”, conecta a Sales y Kazantzakis la nieta del primero y hoy responsable de Club Editor, Maria Bohigas.
El editor tradujo la novela a partir de cuatro ediciones (inglesa, italiana, francesa y castellana), por lo que la versión actual ha sido revisada por quien el año pasado afrontara por vez primera en catalán L’última temptació de Crist(Adesiara), el filólogo Pau Sabaté, que admite que no ha retocado demasiado y que ha restituido tres escenas eróticas que fueron suprimidas por el jesuita censor en 1958. Sí le ha llamado la atención el tempo lingüístico empleado por Sales: “Le da la palabra viva, espontánea, que tenía Kazantzakis, algo que curiosamente no recogían las traducciones en que se basó”. La explicación: “Sales consultó con Carles Riba, quien le habló de las impurezas lingüísticas y el vocabulario vivo y realista que utilizaba el autor”, contextualiza Sabaté. La muerte del traductor de La Odisea impidió que hiciera la corrección definitiva antes de la impresión que tenía prevista Sales de la que sería la primera versión catalana de una obra de la literatura neogriega.
“Utilizó cantidad de neologismos, palabras que en griego sólo aparecen en este libro, y mucho léxico cretense; pero lo importante es su técnica del claroscuro: de un lenguaje muy dramático, crudo, terrible, que no te deja ni respirar, salta a un registro jovial, mucho más vivo”, constata también Selma Ancira, autora de la primera traducción directa del griego al castellano de la novela, ahora publicada en Acantilado. La que también fuera traductora de Zorba el griego ha invertido casi dos años en recoger ese doble registro que no reflejaba, sostiene, la única edición en castellano hasta ahora, de 1954, publicada por la argentina Carlos Lohlé y que “se hizo del francés”. Todo es reflejo de esa dualidad constante entre “drama y poesía, santidad y crueldad, crudeza y delicadeza”, que detectó Sales en la obra.
“Es una dura crítica a lo que ha dejado de ser el ser humano”, dice Selma Ancira, autora de la primera traducción directa desde el griego al castellano
Cuestiones lingüísticas aparte, Ancira califica de “una actualidad atroz” la temática de la obra, ambientada en 1922. “Está muy bien reflejado ese poder insensible al dolor humano y ese lado oscuro de la Iglesia: las órdenes anticristianas que se oyen en la novela siempre salen del pope del pueblo; en una conversación con éste, el pope de los refugiados le replica: "Cada uno de los seres humanos tiene las almas del mundo entero a su cargo; no hagas distinciones, anciano, entre tus almas y las mías'”. Ratifica Bohigas: “La que aparece es una iglesia hipócrita, de gran potencialidad corruptora, a la que Kazantzakis contrapone y reivindica un cristianismo revolucionario”. También está, para Alcira, un rechazo tácito a todo nacionalismo: “Para él, uno es un ser humano antes que de un lugar o de una patria”; Sabaté matiza que “Kazantzakis fue un revolucionario en su vida: estuvo en la construcción nacional de Grecia y en los años 20 hizo propaganda activa de la Revolución Rusa” y que también afloran en la obra “las relaciones entre dominadores y dominados, o el papel miserable del colaborador: siempre hay personajes de este tipo en sus obras”.
Pero la más triste contemporaneidad la aporta el tema de los refugiados. “Pasan cien años y la historia regresa: entonces como ahora, toda esa zona vive la presión de ese drama humanitario”, resume Bohigas. “Vi por televisión –añade Ancira-- gente muy humilde y de tiendas pequeñas que daban comida y enseres a los de la caravana de inmigrantes hondureños que se dirigen a EEUU y pensé: ‘Eso es Kazantzakis’: en la novela, un vendedor ambulante le dice a las mujeres refugiadas que cojan lo que quieran y que ya se lo pagarán en otra vida… Los que no tienen son los que dan; en esta novela sólo se salvan los de a pie, los más pobres: es una crítica tremenda a lo que ha dejado de ser el ser humano”.
ENTRE LA IGLESIA, TOLSTOI Y EL CINE
Selma Ancira viajó diversas veces a Creta para solventar temas de ambientación y el vocabulario popular y los neologismos usados por Nikos Kazantzakis en Cristo de nuevo crucificado; halló alguna solución, que luego ajustó “dependiendo del tejido de la página”, en esos cafés donde aún no dejan acceder a mujeres; y entró en alguna iglesia, si bien en una se encontró con la siguiente pregunta: “¿No tienes nada mejor que hacer en la vida que traducir a Kazantzakis, amorcito?”. Se la soltó un pope y es una demostración del resentimiento que aún le guarda la iglesia ortodoxa al escritor, al cual no excomulgó por la intercesión de la mismísima familia real griega. En cualquier caso, sí impidieron que fuera enterrado en camposanto. También le fue reacio el premio Nobel, en casi una decena de ocasiones. Ancira ve paralelismos biográficos y literarios entre el griego y Tolstoi, al que también ha traducido: “Tolstoi acabó excomulgado por la iglesia ortodoxa y las novelas de Kazantzakis no distan en calidad a Anna Karenina o Guerra y paz”. Lo cierto es que Kazantzakis pervive, ni que sea por el recuerdo de las adaptaciones cinematográficas de sus obras (el Zorba… encarnado por Anthony Quinn; La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese; El que debe morir, de Jules Dassin, para Cristo de nuevo crucificado…). O por su carisma (fue voluntario en las guerra balcánicas; comerciante de madera y minero con un tal Zorbas, combinó budismo con materialismo histórico, quedó marcado por Bergson, Nietzsche y D’Annunzio…). Quizá todo ello explique la aparición, hace menos de un año, de una película biográfica, firmada por Yannis Smaragdis. Con un impactante epígrafe: “A la oscuridad respondes con luz”.
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