De Vigo a Raqa: manierismo ‘noir’
Las nuevas novelas negras españolas reflejan crímenes de estos tiempos, fieles a la relación secular entre la literatura y la crónica de sucesos de los periódicos, y aluden en sus tramas de forma paródica al género
Dos mujeres caminan en la ciudad siria de Raqa en febrero pasado. BULENT KILIC AFP / GETTY
Lo preguntan en O calle para siempre, de José María Guelbenzu: “¿A qué venía ahora la afición de todo el mundo a lo detectivesco? En mala hora la novela negra había oscurecido las mentes de muchos lectores ávidos de emociones fuertes. Había proliferado el género de tal modo que, entre libros, series de televisión y películas, la realidad virtual parecía ahogarse en sangre”. O calle para siempre es una de esas novelas ofuscadoras de la mente en las que piensa uno de sus personajes. En Piedras negras, de Eugenio Fuentes, el narrador ve necesario aclarar que Ricardo Cupido, el héroe y detective privado, no era uno de “esos detectives sagacísimos de las novelas” que lo saben todo antes de descubrirlo. El Pepe Carvalho de Carlos Zanón se ríe de alguna frase digna de novela negra mala que suelta una de las figurantas de la historia en la que anda metido, y se ríe de sí mismo, triste parodia de Philip Marlowe o de Paul Newman en el papel del detective Harper: “Eres puro cliché”, se confiesa en un momento de debilidad.
El detective de Carvalho: problemas de identidad es el auténtico Carvalho, el original, el individuo en el que se basó Manuel Vázquez Montalbán para crear su detective de ficción, y echa de menos al Escritor: “Ojalá hiciera con mi vida una novela que yo pudiera entender”, con todos los misterios resueltos. Pero este detective no ficticio, real, también soluciona enigmas: descubre al autor de un doble asesinato, aunque el indicio que lo guíe parezca aprendido en un cuento de Sherlock Holmes: nadie oyó ladrar al perro de las víctimas. Quizá porque las ficciones puedan contener las claves de la realidad, varios personajes de estas novelas criminales presumen de leer “novelas policiacas de las buenas”. Mariana de Marco, la juez de instrucción de José María Guelbenzu, lee a Chesterton, y enEl último barco, de Domingo Villar, el mendigo Napoleón le recomienda las aventuras de Dave Robicheaux, policía de Nueva Orleans, al policía de Vigo Leo Caldas. En la pareja de investigadores de El cazador de estilemas, de Álex Grijelmo, el filólogo Pulido alardea de haber leído más novelas policiacas que el comisario Contreras, pero el comisario hace pedagogía y aplica sus conocimientos literarios a la vida: “A veces los amigos también matan, como se ve en muchas novelas”.
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