25 años de festín fotográfico en estado de excepción
Pionera en el continente, la Bienal de Fotografía de Bamako presenta en esta edición obra de 81 artistas, lo más destacado de la creación africana y su diáspora, a pesar de la amenaza terrorista que vive Malí
Obra de Adji Dieye en la Bienal de Bamako 2020. A.R.P
Dice un refrán del mundo del arte que el mejor momento para visitar una nueva ciudad es durante una bienal. Entre amateurs, periodistas y profesionales, han sido muchos lo que han pisado por primera vez la capital maliense, a inicios del pasado diciembre, con ocasión de la apertura de los Rencontres de Bamako o Encuentros de Bamako.
Es el caso de Natalia, argentina, profesora en la Universidad de Berkeley, aterrizada en Malí para esta ocasión tan especial, los 25 años de existencia de la primera bienal de fotografía del continente. A Natalia le llama la atención esa “sensación de caos” propia de un evento de tal envergadura, pero también destaca lo diferente e interesante de las propuestas. Comparte su opinión el senegalés Aboubacar Demba Cissoko, periodista cultural y que se cuenta entre los veteranos que no faltan a la cita.
La amenaza terrorista que se cierne sobre buena parte del país no ha impedido la concurrencia de un elenco tan heterogéneo de visitantes. Apenas unos días antes de su inauguración oficial, el presidente Ibrahim Boubacar Keïta anunciaba la prórroga del estado de excepción en Malí, motivado por razones de seguridad. En las calles no pasa desapercibida la omnipresencia de militares armados, bloqueando parte de las carreteras o a la entrada de instituciones públicas y privadas, imponiendo controles aleatorios y constantes. Los atentados de los últimos años, muy especialmente el perpetrado en la capital en 2015, han tenido un fuerte impacto negativo en el turismo, una de las fuentes de ingreso principales, en un país donde la paz y la estabilidad habían sido la regla durante mucho tiempo. Ahora el gobierno de Malí ha apostado por la cultura como reclamo turístico y fuente de riqueza y, en la presente edición de la Bienal, su compromiso parece firme.
La Bienal de Fotografía de Bamako nació en 1994 por iniciativa del Instituto Francés, concebida como instrumento de cooperación cultural. No es extraño que la fotografía fuese el medio escogido, pues Bamako ha sido testigo del florecimiento de figuras casi legendarias hoy dentro de la creación artística en África: Malick Sidibé y Seydou Keïta, retratistas de la época de las independencias.
Su influencia estética aún es considerable en buena parte de artistas del continente, sin ir más lejos en los retratos de mujeres de la italosenegalesa Adji Dieye, una de las artistas expuestas en la Bienal. El estudio de Keïta sigue siendo hoy un lugar de peregrinación al que no dudaron en acercarse muchos de los visitantes de este año. Los comisarios de esta edición, conscientes de la importancia de rescatar la historia, han querido también rendir un tributo a algunos coetáneos de los anteriores, como la ghanesa Felicia Abban, de quien se dice que fue la primera mujer africana fotógrafa. O también el nigeriano Tola Odukoya, cuyos negativos han sido redescubiertos recientemente. “Para nosotros era importante que sus fotografías se expusieran por primera vez en el continente”, nos dice el sobrino del fallecido fotógrafo, el conocido músico Adé Bantu, presente en Bamako.
Los Encuentros continúan teniendo un papel esencial y casi iniciático, para muchos. Aunque han nacido otras iniciativas en África en torno al arte fotográfico, algunas tan destacadas como el LagosPhoto o el Addis Photo Fest, Bamako sigue conservando el aura legendaria que le otorga su condición de decana. Verdadera plataforma de lanzamiento, ha servido de trampolín a algunos de los nombres más cotizados en la escena artística continental y es, siempre, un espacio de visibilidad para la creación de estos artistas, relegados a menudo a un segundo plano o, directamente, ignorados a escala internacional. Con 25 años de vida, marcados por la resistencia y el aguante ante las dificultades, la Bienal parece haber llegado hoy a una especie de madurez, para empezar en lo que se refiere a su organización.
“Esta edición será íntegramente Made in Africa”, declaraba su director, Igo Diarra, en la preinauguración. Por primera vez, de hecho, la organización pasó a estar enteramente en manos del Ministerio de Cultura de Malí (no así el presupuesto, unos 500 000 euros aportados a medias junto al Instituto Francés, con quien compartía la dirección anteriormente). Pero Diarra se refería sobre todo a aspectos relacionados con la producción, como la impresión local de los cerca de 1.300 clichés, algo rara vez visto en un evento de este tipo en suelo africano, o la estructura expositiva en forma de tipi ideada por el escenógrafo Cheikh Diallo, que probablemente sobrevivirá como una de las imágenes icónicas de esta Bienal.
La tarea de impulsar y renovar la Bienal del cuarto de siglo ha quedado a cargo de Bonaventure Soh Bejeng Ndikung. Comisario independiente, el camerunés fundó en Berlín el espacio de arte y pensamiento SAVVY Contemporary, y es uno de los nombres que vienen pisando fuerte en el arte contemporáneo estos últimos años. Ndikung es tajante respecto al futuro de las Rencontres: “Creo que la Bienal va a tener que abandonar antiguas prácticas”, nos explica. “La organización tiene que reclamar más responsabilidad, no podemos dejar las cosas en manos del Instituto Francés. Y no hablo únicamente de la responsabilidad del estado de Malí, sino de todos los países africanos. Tienen que implicarse, porque la cultura es la base de todo”.
Corrientes de conciencia ha sido el título elegido por el director artístico, tomado del álbum homónimo de los jazzistas Ibrahim Abdullah y Max Roach. A través de esta especie de conversación entre los músicos, se extrapolan cuestiones en torno a la naturaleza del acto fotográfico y los flujos que operan entre el artista, su contexto y los espectadores. El subtítulo de la Bienal, Una concatenación de dividuos, ha sido prestado del filósofo francés Gilles Deleuze, que, por oposición a los “individuos”, remite en este contexto al trabajo colaborativo. No sin razón, el catálogo de artistas pone un foco en colectivos de fotógrafos: los afroamericanos Kamoinge y MFON, por ejemplo, o el proyecto panafricano Invisible Borders, que presentaba un documental en un cine al aire libre con motivo de su décimo aniversario.
Pero Ndikung ha querido estirar al máximo el concepto de colectivo y lo ha llevado al corazón de la dirección artística, rodeándose de tres jóvenes comisarios del continente: Aziza Harmel (Túnez), Astrid Sokona Lepoultier (Malí) y Kwaasi Ohene-Ayeh (Ghana). Este último nos explicaba las dinámicas de trabajo, nada convencionales en el marco de una gran cita de arte: “Tuvimos que trabajar en grupo de manera constante y horizontal, lo cual ha resultado también bastante efectivo. Cada uno de los comisarios estuvimos involucrados en tareas extra-curatoriales, como visitas a estudios o tareas de producción”.
Una bienal feminista y panafricana
En cuanto al concepto de la Bienal, afirma: “Fue Bonaventure quien nos propuso el tema Corrientes de Conciencia y, a partir de ahí, fuimos reflexionando, desafiándolo y aportando nuestra propia perspectiva”. La muestra, por otra parte, se divide en cuatro capítulos, cuyo origen aclara Ohene-Ayeh, “surgieron de una conversación, durante la cuál usábamos un poema de Ama Ata Aidoo, que es una famosa escritora ghanesa y, además, una autora feminista”.
No es ninguna coincidencia, pues, que esta edición se centre en las obras de mujeres fotógrafas. Ndikung cuenta que los comisarios han realizado “un esfuerzo extra durante el proceso de selección para incluir trabajos realizados por mujeres”. Algo que se traduce en una paridad entre ambos sexos en los artistas expuestos. A los tradicionales lugares de exposición se añaden otros nuevos como el Instituto secundario femenino Aminata Bâ Diallo, donde se presentaba el proyecto especial Musow Ka Touma Sera (Es la era de las mujeres), abierto por un panel en torno a colectivos femeninos de fotografía.
Otro de los rasgos más significativos de esta edición es la visión panafricana de la muestra. Además de ocultar deliberadamente el país de origen de los artistas, los comisarios han ampliado el concepto de diáspora africana, incluyendo obras de artistas de Europa, América y hasta Asia, con la serie de Ketaki Sheth sobre la comunidad Sidi en India. La fotógrafa Milena Carranza Valcárcel presentaba su trabajo sobre comunidades afrodescendientes en Perú. Así nos describe lo trascendente de la experiencia: “Llevar las fotos de la cultura afroperuana a África era para mí poder llevar de vuelta a casa el espíritu de los ancestros africanos que han dejado sus huellas en todos nosotros los peruanos -herederos de un complejo mestizaje”.
Más allá de los espectadores familiarizados con el arte contemporáneo, es sobre todo interesante el cruce entre el público local y los diversos trabajos presentados. Cuenta la fotógrafa peruana que el encuentro con los estudiantes del Conservatorio fue "una de las experiencias más importantes que viví allá. Nadie conocía Perú, no sabían que había poblaciones afrodescendientes en esa parte del mundo. Y ahora lo saben. Se quedaron bastante sorprendidos. Escuchaban atentos y analizaban, pensaban que las fotos eran de cualquier otro país africano, hasta pensaron que de repente eran de la India o de Brasil”.
Si logra vencer los obstáculos que se imponen regularmente y continuar en la línea de la innovación y la renovación, la Bienal de Bamako se consagrará sin duda como hito en el calendario cultural global, no sólo para los artistas, sino también para el público maliense en general.
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