Una cordillera de más de 3000 metros sepultada bajo el hielo antártico
Una cordillera entera se esconde a más de 600 metros bajo el hielo de la Antártica, pero ¿cómo se ha formado?
La Antártida es un continente salvaje. Un desierto de hielo, blanco y profundamente frío que pocas personas se han atrevido a explorar. Lo imaginamos como un páramo llano e inmaculado, peinado por ventiscas legendarias y el sonido de la nada asfixiando nuestros tímpanos. Si mirásemos un plano para evocar la soledad del polo, encontraríamos topónimos dignos de un mapa de la Tierra Media. Glaciar de Nimrod, Nunataks de Riddell, o Domo Argus. Este último es el lugar que nos interesa, el punto más alto de todo el continente a 4093 metros sobre el nivel del mar.
El Domo Argus es una planicie de hielo 1200 kilómetros Antártida adentro, cerca del llamado Polo Sur de Inaccesibilidad. Ahora imaginémonos allí, escuchando cómo la suela plástica de nuestras botas chirría al rozar la nieve y con cada paso se hunden un poco sobre la superficie del Domo. Avanzamos despreocupadamente con la vista fija en el horizonte azul contra blanco, sin sospechar que, a 600 metros bajo nuestros pies, se esconde una cordillera del tamaño de los Alpes, devorada por los 4093 metros del Domo: las montañas Gámburtsev.
Se trata de un monstruo de roca que recorre de más de 1200 kilómetros alcanzando cotas de casi 3400 metros. Y, sin embargo, lo más extraño está por llegar, porque normalmente las montañas se forman en zonas donde las placas tectónicas chocan y empiezan a solaparse, como ocurre con el Himalaya formado por el choque entre la India y Asia; o en su defecto, por zonas con actividad volcánica, como el Teide. Sin embargo, bajo las montañas Gámburtsev no parece haber nada que las explique. Ni choque entre placas tectónicas ni volcanes de ningún tipo, ¿Cómo ha podido aparecer una cordillera en medio de la nada?
Dinamitando el polo
La cordillera de Gámburtsev es una verdadera leyenda orográfica, pero entre nosotros y ella se extiende la mayor capa de hielo de la Tierra. ¿Cómo podremos estudiarla? La respuesta no es fácil, pero es frecuente olvidar que, si sabemos que existe, es porque ya la hemos conseguido medir de algún modo. Y así fue, concretamente en el año 1958. Una expedición Soviética estaba estudiando la superficie continental oculta bajo el hielo, y para ello utilizaban métodos un tanto destructivos. La idea era cargas de dinamita o Tovex, pero no por gusto, sino para simular terremotos.
Gran parte de lo que sabemos sobre el interior de nuestro planeta es gracias a que las ondas sísmicas no se propagan igual a través de cualquier material. Cuando estas llegan a un cambio de densidad, por ejemplo, entre la corteza y el manto, la profundidad a la que se encuentra la interfase puede ser deducida por cómo llegan esas ondas sísmicas hasta nosotros. Por desgracia, los científicos no pueden estar esperando a que simplemente ocurra un terremoto en el lugar indicado y en el momento perfecto. Si quieren ser prácticos necesitarán ser ellos los que generen el temblor.
La técnica se llama “sismología mediante reflexión” y para producir los terremotos utiliza un “excitador sísmico”. Se trata de algo así como hacerle una ecografía a la Tierra. Así es como hemos conseguido ver lo que oculta el Domo Argus, pero desde entonces hemos mejorado y ahora, la vista de pájaro nos da una mejor resolución.
Los satélites Landsat han permitido medir y construir modelos de la cordillera de Gámburtsevs, pero por desgracia son tan solo un apaño, porque, la respuesta sería mucho más fácil de encontrar si tuviéramos muestras de las montañas. Aunque, a decir verdad, sí que tenemos muestras de algo, del hielo que las recubre.
La edad del indlandsis
Los indlandsis son bloques de hielo tierra adentro y con el tamaño de continentes enteros (más de 50.000 kilómetros cuadrados) En todo el planeta solo quedan dos lugares con indlandsis, uno es Groenlandia y el otro es aquel que cubre la cordillera, el indlandsis del antártico oeste.
Los análisis de las burbujas de oxígeno contenidas en el islandsis apuntan a que, la concentración de gases corresponde a la de una atmósfera de más de un millón de años. Puede parecer un dato irrelevante, pero en realidad complica nuestra historia todavía un poco más. Por lo que aparentan las seismografías, la cordillera parecía joven, afilada y poco deteriorada por la masa de hielo que la estaba erosionando constantemente. Sin embargo, parecía difícil pensar que todo ese hielo pudiera haberse formado antes de que surgieran las montañas.
La raíz del asunto
Los continentes no siempre han estado dispuestos como vemos ahora, de hecho, en el pasado llegaron a estar todos unidos, pero no solo una vez, sino varias. Aunque solemos escuchar hablar de Pangea, antes de ella hubo otros supercontinentes como Rodinia. Una de las hipótesis consistía precisamente en que, por aquella época, la Antártida estaba divida entre dos continentes que, al colisionar, produjeron una gran elevación del terreno.
Si es que esto ocurrió realmente, debió ser hace mucho, concretamente un millardo de años (1000.000.000) Desde entonces se ha ido formando una capa de hielo cada vez más gruesa, la cual ha tenido que erosionar las montañas, sin embargo ¿por qué siguen siendo tan altas?
La respuesta está en la raíz. Cuando dos placas chocan y se forma una cordillera, la corteza no solo se arruga hacia fuera. Es como cuando tú te tumbas en un colchón, tienes cierto peso y desplazas parte del relleno, enterrando un poco tu cuerpo en él en un equilibrio con la parte que sigue expuesta. En el caso de las coordilleras estas también crecen hacia abajo siguiendo algo parecido a esta analogía, la llamada isostasia.
Como hemos visto, el hielo habría aligerado la parte superficial de la cordillera. Sin embargo, fue entonces cuando ocurrió algo distinto. Se abrió un rif. Una zona donde la corteza se separa, normalmente en un punto triple del que se extienden radialmente tres nuevas fallas. Supuestamente, el calor que emanaba del rif habría calentado la corteza, facilitando que la raíz de la cordillera se re-equilibrara con su parte externa, haciendo que ascendiera de nuevo, como si las viejas montañas hubieran sido sustituidas por otras más nuevas.
El modelo es complicado, pero los pocos datos que tenemos parecen apuntar a que es el más completo y explicativo. Queda mucho por explorar en el ártico, y sobre todo en sus profundidades. Pero, en cualquier caso, es la mejor explicación que tenemos hasta ahora para intentar respondernos a nosotros, pobres simios desubicados, cómo ha ido a parar una cordillera del tamaño de los Alpes a 600 metros bajo un impenetrable bloque de hielo.
Fuente: larazon.es
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