sábado, 8 de febrero de 2025

Ojos llenos de árboles Pablo Gallo

https://letrascorsarias.com/tienda/ensayo/ojos-llenos-de-arboles/ Las lecturas nos han llevado al bosque esta semana. En Tierra de empusas, la nueva novela de Olga Tokarczuk, la primera escrita desde la concesión del Nobel, el joven Wojnicz, pasa una temporada en un sanatorio para tuberculosos situado en un valle que reúne las condiciones ideales para recuperar la salud: el clima, la ciencia y una vida ordenada, un programa vigoroso de duchas frías, caminatas y conversaciones al calor del licor. Más allá del valle, surge el bosque. Y de allí parecen salir extraños sonidos y leyendas, encarnaciones de algo irracional y poderoso, oscuro y ambiguo. Sin entrar en detalles aquí –porque te hablaremos muy pronto de esta gran novela–, ese territorio físico y mental va a planear constantemente sobre el pensamiento de Wojnicz, revelándole aspectos de su personalidad que todavía no ha descubierto o que no termina de aceptar. “No hay bosque más bello, más imponente que un hayedo. En esa época del año, las hojas eran ya de color rojo oscuro y creaban sobre la cabeza de Wojniez una bóveda púrpura que lo separaba de la grisura del cielo otoñal. Unos troncos limpios, plateados, sustentaban aquella inmensidad formando naves y capillas. La luz llegaba hasta allí coloreada por vidrieras en las copas de los árboles, en las que cada una de las hojas era un cristal que jugaba con la luz según unas reglas propias. Wojnicz avanzó por la nave principal, en dirección a un altar que se encontraba a lo lejos, invisible aún, aunque todo parecía anunciarlo. Porque aquello era una iglesia llena de laberintos, naves laterales, criptas bajo las piedras, tabernáculos ocultos en los huecos de los árboles, asombrosos altares que se formaban momentáneamente en los musgosos troncos de las hayas caídas. Esa iglesia no era en absoluto evidente, como evidentes suelen ser las iglesias humanas, pero también allí iba teniendo lugar una incesante transformación: del agua en vida, de la luz en materia”, escribe Tokarczuk. Esa idea encontrar en el bosque un espacio sagrado –tan presente en muchas mitologías– conduce un libro magnífico que hemos devorado en dos días: Ojos llenos de árboles, de Pablo Gallo. “Hay árboles para dar y tomar, pero en estas páginas pretendo construir mi propia memoria arbórea. Y, enarbolando la memoria, levantándola bien alto, como una bandera, me propongo encontrar mi arboleda sagrada. Un templo verde al que pueda acudir cuando quiera alejarme del mundo moderno. Y una vez allí, enarbolar también los ojos, levantar la mirada y dejar que el bosque entre y se refleje dentro”. De Pablo Gallo ya conocíamos su capacidad narrativa y gráfica para adentrarnos en las mitologías paganas por su libro Bestiario del norte, en el que recogía leyendas de toda la cornisa cantábrica peninsular. Aquí construye un libro funciona como cuaderno de campo y como uno de esos ensayos plenamente abiertos a la exploración, a poner en conexión ideas, tiempos y lugares: texto e imágenes se funden para llevarnos de la experiencia propia como caminante hasta la fiereza simbólica de lo vegetal en pasajes de la historia humana y artística. Desde bailes folklóricos vascos, aizkolaris y hachas, artistas como Joseph Beuys o Amselm Kiefer, fotógrafas como Anne Brigman, pintoras surrealistas, árboles del ahorcado en el profundo sur norteamericano, mitologías egipcias, teosofías, árboles artificiales como camuflaje en la Primera Guerra Mundial… Ojos llenos de árboles, en lo concreto, tiene un tono de gabinete de curiosidades magníficamente documentadas. Al acabar de leerlo sientes que es una obra en proceso, el resultado de una búsqueda hacia algún tipo de misterio al que hemos ido dejando de acceder, el acercamiento a un magnético repositorio de significados que permanecen en algún lugar de nuestro subconsciente y que el bosque retiene para cuando queramos volver la mirada hacia él. Y que el bosque, si es que le dejamos seguir existiendo, no tiene ninguna prisa.

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