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ampliar foto | APOCALIPSIS. Los cuatro jinetes del libro bíblico que representan la victoria, la guerra, el hambre y la muerte. (Obra de Víctor Mijáilovich). ARCHIVO LA GACETA
Se tejen relatos para que el devenir tenga sentido
Domingo 6 de Diciembre de 2009 | El hombre siente angustia ante lo infinito. Por Cristina Bulacio - Doctora en Filosofía."Al fin ¿qué es el hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un medio entre nada y todo" (Pascal). Somos sólo un punto en el universo; tal vez una especie en vías de extinción por mano propia. Por eso, desde el inicio de los tiempos los hombres se sintieron criaturas amenazadas por la inmensidad del cosmos y la fuerza desatada de la naturaleza. Ese destino angustiante, el vivir a la intemperie lo llevó a inventar historias que calmaran la angustia y acallaran las incertidumbres.
Esas historias fueron, inevitablemente, de dos tipos, unas con promesas de gloria y salvación y otras de catástrofes y dolor. Pero ambas tienen algo en común: la intención de dotar de sentido al transcurrir temporal.
Las historias del fin del mundo, no importa cómo se las imagine -por agua, fuego o pestes- son modos de construir un significado para el transcurrir del tiempo porque, al hacerlo, lo transformamos en tiempo histórico. Tejer historias y ponerlas en bocas de hombres y dioses fue el único modo que tuvimos para comprender el devenir. Entre Alfa y Omega -la primera y última letra del alfabeto griego- se extiende el tiempo humano. De ese modo, casi mágicamente, lo que era sólo un devenir incomprensible, al tener principio y fin, cobra sentido. Esa es la historia de la humanidad. Un tiempo que se prolongara hasta el infinito sería insoportable para el hombre; el punto final, por trágico y terrible que fuese, es la garantía de que todo, lo bueno y lo malo, los pecados y las virtudes, los premios y los castigos, en un lapso de tiempo calculable, dicen algo.
Somos constructores de relatos pero, al mismo tiempo, construidos por ellos. El relato del fin del mundo fue, durante siglos, un modo de calmar la ansiedad que produce la historia sin fin. Por paradójico que parezca, la historia de la humanidad encontró en él un punto de apoyo para esta "nada ante el infinito" que somos los hombres.
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