sábado, 23 de abril de 2011

LETRAS A GOLPES | A golpes de martillo · ELPAÍS.com

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ENTREVISTA: EN PORTADA - ENTREVISTA PHILIP ROTH
A golpes de martillo
ANDREA AGUILAR 23/04/2011



Es el último novelista vivo de una luminosa generación de escritores estadounidenses. Philip Roth tuvo como amigos y maestros a autores como Bernard Malamud y Saul Bellow, y junto a otros contemporáneos suyos como Thomas Pynchon, John Updike y Normal Mailer abrieron una nueva senda en busca de la gran novela norteamericana. En esta entrevista, en su casa de Nueva York, Roth habla de su último libro, Némesis, de lo que significa para él la escritura y la literatura, de la culpa y del paso del tiempo


Su fama, no solo literaria, le precede. Desde que en 1959 publicó Adiós Columbus, la polémica y el éxito han marcado la carrera de Philip Roth (Newark, 1933) como la de ningún otro escritor. La impúdica e hilarante diatriba de su personaje Alexander Portnoy con su psiquiatra, a finales de los años sesenta, fue el pistoletazo que le colocó a ojos de la crítica a la altura de Styron o de su coetáneo Updike. Roth, admirador y amigo de Malamud y Bellow, inauguraba una nueva senda en la novela americana.


Con El lamento de Portnoy también puso en pie de guerra a un grupo de rabinos que le acusaron de antisemita. Las feministas del momento no se quedaron atrás y le señalaron como un flagrante misógino. Los títulos que publicó en la siguiente década azuzaron los furibundos ataques. De la mano de Zuckerman, en nueve de sus novelas, tensó la frontera entre realidad y ficción. Su divorcio de la actriz británica Claire Bloom, y las nada elogiosas memorias que ella publicó poco después, alimentaron los cotilleos. Pero Roth no se arredró. Plantó cara a las sucesivas batallas con genio, a golpe de novela, probando una y otra vez que "la literatura no es un concurso de belleza en el plano moral". En la farsa, la sátira o la tragedia, el escritor se ha declarado enemigo de lo simple, de la dicotomía entre blanco y negro, y trabaja como pocos la gama de grises que tiñen la conciencia.

A diferencia de John Updike, el prolífico cronista de la clase media americana y exquisito crítico, Roth, el chico malo sin pelos en la lengua, satírico, irreverente, crudo, sexual y rabiosamente judío ha concentrado toda su energía en la ficción. El acoso y las peleas públicas nunca le empujaron a la misteriosa reclusión del vanguardista Thomas Pynchon. El héroe de Newark construyó su leyenda con la apabullante fuerza de sus libros, demostrando que no tenía ningún camino prohibido, que su ficción podía crecer y abarcarlo todo. En su obra ha explorado la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el macartismo, ha buceado e investigado con ahínco. "Su chorro de creatividad es casi shakespeareano", declaraba a finales de los noventa el crítico Harold Bloom. "Están DeLillo, Pynchon, Cormac McCarthy, pero en términos de diseño total y de inventiva y de originalidad, creo que Philip es lo que está más cerca de lo mejor".

Treinta y tres títulos después de su debut, el autor de Pastoral americana o La mancha humana, es el único novelista vivo cuyo trabajo está siendo publicado por Library of America, un proyecto similar a La Pléiade que reúne la obra completa de los mejores escritores estadounidenses (quitar en ediciones anotadas). Además, Roth cuenta en su haber con una impresionante lista de galardones -en la que solo falta el Nobel- y millones de lectores en todo el mundo. A los más jóvenes les cuesta entender la controversia que despertaron sus primeras obras. Quizá haber forzado el estereotipo de inmigrante judío de segunda generación hasta derribar ese muro sea una de las mayores victorias de este escritor. Con Némesis, su último libro, cierra el ciclo de cuatro novelas cortas que arrancó con Elegía y regresa al escenario de su infancia, en el Newark de la década de los cuarenta durante la epidemia de polio.

El escritor se retiró al campo en Connecticut hace más de diez años, pero pasa los inviernos en la ciudad. Al oeste de Central Park, en el Upper West Side, se encuentra su apartamento neoyorquino. Un gran ventanal con una impresionante vista al sur domina un luminoso y amplio salón de suelos de madera clara y exento de librerías. A la derecha, un flexo ilumina el escritorio de cristal. Falta el ordenador, una pieza clave para Roth desde los noventa, que vino a sustituir una sólida máquina de escribir -"como un cañón, grande, negra, inamovible"-. Antes tuvo una Olivetti portátil -"maravillosa, podías empujarla por la mesa, escribir y empujar"- y, por insistencia de sus amigos, dejó el papel y la tinta y se pasó a la pantalla y el teclado -"lo mejor que le ha pasado a mi escritura"-, algo que le permite reescribir mientras avanza. El oficio de escritor para Roth tiene algo de combate físico. Trabaja cada día, todo el día y, durante muchos años, lo hacía siempre de pie. Ahora, solo la mitad del tiempo. "Empecé porque tenía problemas de espalda. Me encanta no estar metido en el hoyo. Si te atascas puedes caminar y quitártelo de encima".

El sofá se encuentra en el otro extremo del salón. Roth, alto y delgado, camina sin zapatos por la casa. Viste un pantalón de pana y jersey de lana gruesa beis. Mientras habla, sentado en una butaca de cuero negro, juega con las gafas que le cuelgan del cuello y clava la mirada. Agudo y ágil conversador, intercala bromas y carcajadas, pero evalúa sin piedad a su interlocutor y no duda en recordar aquel tiempo en que no se mostraba tan cortés en las entrevistas -"me levantaba, me marchaba de un portazo, si me preguntaban si hacía lo mismo que mis protagonistas les gritaba que sí, exactamente, ¡al pie de la letra!"-. Esta tarde se muestra más sereno. Habla con admiración de la correspondencia de Bellow recientemente publicada y asegura que lo suyo, sin embargo, nunca fueron las cartas, ni los diarios: le cuesta encontrar el tono y siempre está tentado de reescribir, quitar -como todo lo demás-. Aunque hay un ejemplar de The Paris Review bajo su asiento, dice que no ha leído nada nuevo en ficción desde hace tiempo, ni Jonathan Franzen, ni Foster Wallace -"la última gran novela que leí fue Submundo de DeLillo"-.


PREGUNTA. En Némesis habla del miedo, un asunto central en Estados Unidos después del 11-S.

RESPUESTA. La polio atacó América en la primera mitad del siglo XX y las advertencias paternas sobre la enfermedad fueron el coro de fondo de mi infancia. Cuando se descubrió la vacuna en 1955, ya me había licenciado en la universidad. No necesitaba el 11-S para escribir este libro.

P. ¿Es la literatura una buena brújula para entender el presente desde el que se escribe?

R. ¿Pienso que la ficción refleja el momento en que ha sido escrito sin importar en qué época esté situada la acción del libro? No. Yo quería describir 1944 en Newark. Leí mucho y me entrevisté con un par de tipos de mi edad que tuvieron la polio. Cuando trabajo pongo mucho cuidado en recrear con fidelidad una época. Si el presente en el que escribo también queda reflejado no es un algo deliberado.

P. ¿Opina lo mismo como lector?

R. Si es sutil, a lo mejor, con el paso del tiempo puedes ver que algunas cuestiones históricas determinaron que los escritores estuvieran interesados en ciertos temas.

P. ¿Cómo ha afectado el 11-S a la literatura norteamericana?

R. Algunos escritores lo han usado en sus libros. Pero, en general, la literatura no funciona así. Yo tardé 65 años en hablar de la polio y ese es más o menos el margen. El paso del tiempo deja espacio para la cavilación y llega una generación de escritores que pueden capturar el hecho, que no suele ser la misma que estaba en su madurez cuando ocurrió. ¿Cree algo de lo que digo?

P. En algunos de sus libros parece que hubiera una advertencia: cuidado con la bondad.

R. Sí, una buena frase. El teatro de Sabbath es el reverso: abraza la maldad.

P. Harold Bloom considera que ese es su mejor libro.

R. Es bueno. Estoy a punto de releerlo y yo nunca releo mis novelas.

P. ¿Por qué no?

R. A menudo es doloroso, ves lo que no conseguiste hacer y el lenguaje que usaste puede resultar un poco embarazoso. Uno no siempre está en buenos términos con sus libros del pasado.

P. ¿Por qué lo está releyendo?

R. Alguien me lo sugirió, mientras yo estaba criticando algo de mi obra. El impulso detrás de Sabbath fue fuerte y nuevo. El nivel de invención es muy alto. Cuando lo publiqué lo odiaron.

P. En un ensayo sobre Bellow habla de su transformación revolucionaria con Auggie March. ¿Piensa en su propia obra en estos términos?

R. Bueno, El lamento de Portnoy fue algo totalmente distinto de mi obra anterior. Vine a Nueva York en 1963 y daba clases en Princeton. Conocí a un grupo de tipos, todos judíos y un poco mayores que yo. Nos reuníamos y teníamos unas juergas hilarantes, enlazando un tema detrás de otro con historias extravagantes. Después de dos o tres años pensé que por qué no escribía eso, y decidí llevar a la página el comedor del restaurante. Aquello fue el comienzo de una explosión que duró unos doce años. Intenté empujar el elemento cómico tan lejos como pudiera.

P. ¿Para defenderse?

R. No, era una ofensiva en todos los sentidos. La idea era "si no te gusta el tipo que escribió Portnoy, vas a odiar al que escribió esto". Me liberé de mi decorosa educación literaria. El siguiente gran cambio llegó con La contravida, a mediados de los ochenta, un nuevo acto de apertura. Me sentía expansivo cuando escribía y las palabras llegaron.

P. ¿Qué se propuso hacer en esta serie de Némesis?

R. En los noventa Bellow estaba escribiendo novelas cortas. Recuerdo que le pregunté cómo lo hacía y él, como siempre, se rió. En aquel momento en mis libros yo buscaba ampliar y seguir incluyendo cosas que nada impedía que metiera. Pensé, ¿puedo recortar todo y escribir a pequeña escala? ¿Cómo destilo y comprimo?

P. Y llegaron estas cuatro novelas.

R. No sabía que serían cuatro. Empecé con Elegía. Quería contar la vida de un hombre a partir de sus enfermedades. Me divirtió especialmente imaginar ese discurso acusatorio y furioso de la mujer contra el adúltero. Fue divertido asumir ese papel, porque no he tenido muchas oportunidades.

P. Después vino

Indignación.

R. Quise escribir sobre lo que era ir a una universidad en el tiempo en que yo fui, a principios de los cincuenta. Esos campus convencionales eran sofocantes y detrás de esa asfixia estaba la maldita guerra y la represión sexual. Todo era tan reprimido que ni siquiera sabíamos lo reprimidos que estábamos.

P. Le ha dedicado bastante atención a la explosión de aquello.

R. Si el bang de 1963, 1964, 1965... Yo estaba en la treintena y ver aquello fue vertiginoso, daba mareo. Fue increíble.

P. ¿Ha habido una regresión desde entonces?

R. No. Lo que pasó en los años sesenta fue tímido y templado si lo comparamos con cómo viven ahora los jóvenes. Aquello fue la primera salida de la cárcel sexual y fue emocionante.

P. El nuevo libro transcurre durante un verano muy caluroso en Newark, como
Adiós Colombus su primera historia publicada
.

R. Aquello lo escribió un chico que no había oído hablar de la muerte. El escritor de Némesis sí ha oído de ella.

P. El doctor, uno de los personajes, advierte al protagonista de lo que debilita un sentido erróneo de responsabilidad.

R. Bucky se siente responsable de cosas que no le corresponden. Y este sentimiento de responsabilidad es insaciable.

P. ¿Asumir la responsabilidad es una forma de eludir el caos y el azar, de crear la ilusión de control del destino?

R. Exactamente, y la polio es un ejemplo perfecto: es caos y azar, aunque él se sienta responsable. La culpa da sentido a muchas cosas.

P. ¿Da por terminada esta serie?

R. Sí. Quería tratar en breve una cierta preocupación fatalista. Chéjov en uno de sus cuentos dice que detrás de la puerta en la casa de cada hombre rico debería haber alguien con un martillo que espera para darles en la cabeza y recordarles que la gente sufre. En cada uno de estos cuatro libros la Némesis espera, un cataclismo.

P. ¿Trata siempre los mismos asuntos desde distintos ángulos?

R. ¿Eso piensas tú? Creo que cada uno tiene un cubo lleno de temas, que son tuyos porque excitan tu energía verbal. Vas sacándolos y usándolos. Llegas al final del cubo y no quedan muchos. Esto es lo que les pasa a los escritores mayores. Tienes un número limitado de temas, diez, seis o veinte, y ese es tu número. Yo no sé cuántos tengo, pero supongo que uno vuelve a trabajar sobre algunas ideas. Mi autorreflexión sobre mi trabajo también tiene un límite.

P. Mientras escribe, ¿lee sobre el tema del libro en el que trabaja?

P. Sí, y cuando no tengo más leo otras cosas, mucha historia y biografías. Leí hasta hace unos años ficción, pero todo cambia. Hace diez años empecé a releer y fue maravilloso. Pasé entre seis meses y un año con cada escritor, por ejemplo, Dostoevski y Conrad.

P. ¿Y la literatura actual?

R. Pareces mi doctor. No leo novela actual desde hace unos veinte años, solo cosas de amigos. No estoy al día de lo que ocurre.

P. Hace poco aseguraba que leer novelas se acabará convirtiendo en una actividad casi de culto. ¿No hay una interminable necesidad de historias?

R. Sí, y el cine la satisface. Las películas no requieren el mismo nivel de concentración y sutileza de mente que una novela seria.

P. En todos los campos, incluso en la política, se habla de la fuerza de la narrativa de un determinado partido o candidato, hasta de un jugador de fútbol.

R. ¿No es extraordinario? ¿Cuándo empezó? Lo oigo todo el tiempo en la radio. Me doy la vuelta un momento y ocurre esto... No pasaba en los viejos tiempos.

P. En

Los hechos dice que ocupa el punto medio entre el exhibicionismo de Mailer y la reclusión de Salinger. La eterna cuestión sobre autobiografía y novela, sobre Roth y Zuckerman, ¿no es un éxito para un novelista tener un personaje que el público cree que existe y no es ficción?

R. No. Esto solo ha sido una gigantesca distracción. La gente encuentra una manera de hablar de los libros sin hablar de ellos, es cotilleo. Fue una gran pérdida de tiempo, como la cuestión judía, pero estas cosas componen la vida de uno. No puedes escapar.

Roth da por terminada la entrevista y se dirige hacia la puerta. La despedida recuerda al precioso ensayo sobre Malamud y su último encuentro, en el que le enseñó las pocas páginas que había escrito y él fue incapaz de ofrecerle el aliento que reclamaba. "Desearía que lo que le dije hubiese sido más", escribe Roth, "y que si lo hubiera dicho, él me hubiese creído".

Némesis / Nemesi. Philip Roth. Traducción de Jordi Fibla. Mondadori / La Magrana. Barcelona, 2011. 224 / 208 páginas. 21,90 / 20 euros. Némesis fue Libro de la Semana de Babelia el pasado 12 de marzo.

A golpes de martillo · ELPAÍS.com





[2] ENTREVISTA: ENTREVISTA PHIILIP ROTH
"Las pantallas nos han derrotado"
JESÚS RUIZ MANTILLA 23/03/2008


Las herramientas de la escritura varían según los casos. El lenguaje es la caja de utensilios común de la que todos sacan lo necesario. Pero siempre hay algo que diferencia a unos de otros. En el caso de Philip Roth es la rabia. Puede que ése sea el elemento más idóneo para definir la obra de uno de los escritores vivos que más han marcado en las últimas tres décadas a sus contemporáneos. Pero no se trata de una rabia estéril, de una rabia ciega. Es una rabia que aporta, que construye, que nos ayuda a vivir; una rabia que nos afloja los nudos que llevamos atados al cuello.


En las novelas y en los libros de Roth no hay mucha esperanza: �No quiero que la tengan�, comenta él mismo, sentado en una estrecha sala de reuniones de la agencia Wylie, la del hombre conocido como El Chacal, que maneja su carrera literaria desde un despacho de la calle 57, en Manhattan. Es un lugar frío donde ni el hecho de que la calefacción funcione a tope consigue despegar el hielo de las paredes.

Tan sólo Roth, a solas, con su voz un tanto rota por el paso de los años �va camino de los 75�, lo logra. Pero sin dejar que nadie se desvíe de lo fundamental. Cuando observa el más mínimo síntoma de ablandamiento y en la conversación se le sugieren ciertas señales de esperanza en sus últimas obras, Roth se muestra implacable. El escritor despiadado, contundente, genial, reacciona a las debilidades ajenas y no nos deja a mano ningún ancla que pueda salvarnos del naufragio. �En mis libros, no, desde luego�.

Pero hay lectores que dentro de esa misma desesperación pueden encontrar un vitalismo, una voz que se niega a rendirse. Eso es lo que ocurre al leer Sale el espectro (Mondadori), la nueva novela publicada en España, en la que Roth saca a pasear otra vez a Nathan Zuckerman, uno de sus álter ego más importantes, como también lo han sido el profesor David Kepesh y el famoso protagonista de la desternillante El lamento de Portnoy. En su nueva obra, Roth persigue al fantasma de un escritor muerto al que alguien quiere dedicar una biografía descubriendo aspectos escabrosos de su existencia. Si se tratara de Roth, esto no sería necesario. El autor de Pastoral americana y El animal moribundo �que Isabel Coixet acaba de adaptar al cine en Elegy, junto a Ben Kingsley y Penélope Cruz� ha compartido con sus lectores, paso a paso, su vida. Su propia experiencia ha servido de catalizador para observar el mundo, un lugar que Roth analiza con inconformismo y rebeldía, con humor histriónico y piedad por la especie. De su infancia en Weequahic (barrio de la peligrosa Newark, en Nueva Jersey) a su vejez a medio camino entre su casa de campo en Connecticut y Nueva York, este autor fundamental, eterno candidato al Premio Nobel, no ha dejado indiferente a nadie. Ni a sus compadres de la comunidad judía, que han montado en cólera más de una vez por la descarnada visión que muestra sobre su propio mundo, ni a los cristianos, que tienen que soportar en los libros de este escritor desde la blasfemia hasta el vapuleo constante de una carga alejada de la moralidad y las costumbres decentes de los más retrógrados.

Pero es que a Roth no le interesan los guardianes de las esencias, sino todas aquellas criaturas que se mueven entre el dolor y la contradicción, entre el fracaso y las cunetas a las que muchos han sido arrojados después de no haber logrado conciliar sus vidas con el sueño americano. Ahora, él resiste por el mundo con la aureola de ser un clásico en activo: uno de los escasísimos autores que han logrado ser publicados en vida por la colección Library of America, consagrada a esos indiscutibles que suelen estar muertos.

Pero lo hace sin resignarse a nada, conservando esa rabia tan sana, esa ambición para provocar y ser testigo de su tiempo. Porque las novelas de Roth, a no ser que haga política ficción como en La conjura contra América, juegan en el campo de la realidad, y si Me casé con un comunista fue la novela de la era de McCarthy y La mancha humana fue la obra maestra de la era de Clinton, Sale el espectro aparece con la ambición de convertirse en el mismo fresco de la intrahistoria para estos tiempos de infierno en la tierra que ha dejado la era de Bush, �el peor presidente que hemos tenido nunca en nuestro país�, comenta Roth.

No es usted un escritor que deje indiferente. Un código Roth circula por el mundo. Llevar un libro suyo es todo un señuelo. El otro día, en un avión, un señor me felicitó porque iba leyendo �Sale el espectro�. Al volar a Nueva York, la señora que iba sentada a mi lado lo iba disfrutando también�

¿De verdad?

Así es. Y justo antes de llegar aquí, una artista australiana, al ver que yo tenía un libro suyo, me dijo que al venir a Estados Unidos lo primero que hizo fue comprar �El lamento de Portnoy�, ya que en su país estuvo prohibido por pornográfico. ¿Qué les da? Tiene una fuerza sobrenatural con sus lectores. No sé. No lo sé. Para empezar, llevo mucho tiempo en esto. Soy un superviviente. Simplemente es que usted parece haber caído en los lugares ideales en el momento preciso.

No es casualidad. No puede ser tanta casualidad. Se nota que usted cuida a sus lectores. Tiene buenos, fieles lectores, y eso que en �Sale el espectro� se lamenta de que ya no existen. ¿Por qué? ¿No pasa eso en otras partes? ¿No ocurre en España?

Le diría que todavía quedan por ahí buenos lectores. Aquí, en EE UU, no.

¿Dónde están? ¿Dónde? Mirando las pantallas de sus ordenadores, las pantallas de televisión, de los cines, de los DVD. Distraídos por formatos más divertidos. Las pantallas nos han derrotado.

Ahí está la competencia, la dura competencia. La de las pantallas. ¿Cómo deben combatir contra eso los escritores? No lo sé. No me lo planteo seriamente. Sólo le puedo decir lo que ha ocurrido: que han ganado la batalla sobre las páginas.

¿Tampoco confía en el tan alabado �Kindle�, el libro electrónico que acaba de aparecer en Estados Unidos? No lo he visto todavía, sé que anda por ahí, pero dudo que reemplace un artefacto como el libro. La clave no es trasladar libros a pantallas electrónicas. No es eso. No. El problema es que el hábito de la lectura se ha esfumado. Como si para leer necesitáramos una antena y la hubieran cortado. No llega la señal. La concentración, la soledad, la imaginación que requiere el hábito de la lectura. Hemos perdido la guerra. En veinte años, la lectura será un culto.

¿Y los lectores serán una especie de gente rara, de espectros? No, no, tampoco. Será un hobby minoritario. Unos criarán perros y peces tropicales, otros leerán. Como lo que es hoy leer poesía. Existen poetas, se les publica, pero los lectores de poesía son una minoría. Eso ocurrirá.

¿Los escritores tampoco serán esas voces que cualquier sociedad necesita? ¿Perderán pedigrí? Existirán. Pocos se ganarán la vida con ello. Pero no hablo del final de ningún género, como la novela, eso que se habla tanto hoy en día. Hablo de la muerte del lector, algo que en este país ya es un hecho. No sé si en Europa también.

En su nuevo libro vuelve a sacar a su �álter ego� Nathan Zuckerman de paseo. Llevaba años lejos de todo, solo, en el campo, trabajando. ¿Usted también ha renunciado a muchas cosas? Zuckerman está retirado, lleva una vida de reclusión. Leyendo, escribiendo. Ha dejado el mundo por varias razones, se ha ido de Nueva York tras recibir amenazas y le ha cogido gusto a vivir en el campo.

Esas amenazas son fuertes. Hace usted hincapié en ello. ¿Se ha recrudecido el racismo contra los judíos en Estados Unidos estos últimos años? No. Es una constante. No nos libramos en este país de sujetos rencorosos y rabiosos. Con una persona que lo haga ya resulta suficientemente desagradable.

Al poco tiempo de regresar a Nueva York, Zuckerman ya quiere largarse. No puede soportarlo.

Le amenazan muchas cosas, entre ellas, la belleza. Bueno, se rinde ante ella, pero también le asusta. Como el cáncer que padece y el pasado, la nostalgia.

La artista australiana que me encontré hoy me preguntaba si este nuevo libro era tan deprimente como �Elegía�. Le dije que sí era tan deprimente, pero al tiempo muy vital, porque se le ven a usted tantas ganas de escapar al dolor que provoca una extraña resistencia. Vaya.

Como dice usted en el libro, envejecer nos enfrenta a más contradicciones. No sé.

Lo dice usted en el libro. Bueno, la vitalidad que usted encuentra tiene que ver más con la manera de contar la historia. No con la historia misma, que es oscura y triste. Es la manera de contarlo.

Siempre ocurre con sus personajes, esa fuerza narrativa agarra al lector desde el principio por el estómago. ¿Lo hace a propósito? ¿Ir a las entrañas más que al cerebro, para empezar? No sé qué parte del cuerpo engancho. Lo que quiero es ser directo y señalar el camino más recto para meterse en el libro. Mis comienzos son rápidos, la clave está en captar la atención para desarrollar profundidad.

Mete usted demasiado de sí mismo. Su propia experiencia. Una tendencia que ha calado en la literatura contemporánea de todas partes. Historias con voces poderosas. Bueno, una voz es la que nos distingue a unos de otros. No creo que sea un fenómeno de los últimos años, sino una característica de la literatura en sí. La voz no es una técnica. La voz es lo que marca la diferencia.

Pero la suya ha creado escuela. ¿Le incomoda? No sabría decirle hasta qué punto eso es así. No me incomoda porque no me doy cuenta de ello. Si me planteara esas cosas, me sentiría terrible.

No muchos autores pueden presumir de haber sido publicados en vida en la colección Library of America. Usted ahora es el único. Debo conservar ese privilegio. Eso espero. Es mi ilusión.

Como autor que refleja el tiempo en el que vive, si �La mancha humana� fue su libro de la era de Clinton, �Sale el espectro� es el de la era de Bush. ¿Cómo será el de la América de Obama? Quién sabe. No podemos predecir nada. En nuestras vidas podemos programar los próximos cuatro años. En política es un misterio. ¿Quién se habría imaginado hace poco el desastre de Irak?

¿Qué quedará de Bush? Mucho daño. Mucho daño. Tan sólo si lo miramos en cifras, ha llevado al país a la bancarrota. Ha destruido en el mundo nuestra reputación moral. Ha matado cientos de miles de iraquíes sin razón. Ha sido un desastre, el peor presidente de nuestra historia.

¿Peor de lo que habría sido Lindbergh, ese presidente ficción que usted describió para �La conjura contra América�? Mucho peor. Lindbergh habría sido mejor que Bush. Ahora que lo pienso, podría haber hecho ese ejercicio con Bush, pero no sería ficción. Siguiendo en ese terreno, no sé qué ocurrirá con Hillary y Obama.

Quizá la respuesta de la gente contra la era de Bush haya provocado esta necesidad tan radical de cambio. La primera vez que un negro y una mujer compiten por la presidencia con posibilidades. Esta avalancha de gente que quiere votar en las primarias y de entusiasmo por sus respectivos candidatos es una reacción clara a la era de Bush. La necesidad de hacer algo, de arreglar las cosas.

Eso hace 10 años sí que habría sido política ficción, lo de Obama. Sí, claro. Fue Bobby Kennedy hace 40 años quien dijo que en 50 tendríamos un presidente negro. Más o menos se acercó. Una de las ventajas de cómo se desarrollan estas primarias es que están despertando ilusión en todo el país hacia los demócratas. Están convenciendo a mucha gente. Pero si Obama gana esta etapa, todavía, para la elección final, debe vencer muchos prejuicios y barreras.

Lo que ocurre es que se está convirtiendo en un auténtico fenómeno de masas. Es muy listo, es brillante. Tiene un discurso articulado, posee esa energía contagiosa, joven y poderosa. Es muy esperanzador para la gente. Los demócratas parecen encantados de votar por alguien así. Cuando era niño, recuerdo que elegimos delegado de clase al único niño negro que teníamos y todos nos sentimos tan bien con nuestras conciencias...

Su infancia en Newark, Nueva Jersey. Ese territorio mítico. Sí. ¿Lo conoce?

No, pero me gustaría. Pues tenga cuidado.

¿En serio? ¿Va mucho? No, no voy a menudo. Me doy una vuelta de vez en cuando, sobre todo si voy a escribir algo en lo que aparece el barrio. Voy a ver a viejos amigos, pero hay que andar con cuidado por ahí, hay traficantes, droga.

¿Es más un escenario de �Los Soprano� que de las novelas de Philip Roth? Los Soprano parece un cuento para niños pequeños comparado con lo que hay. Es trágico, persecuciones con disparos, secuestros, robos de coches hasta con los niños dentro� Son el pan nuestro de cada día. Así que, le digo: no vaya.

¿Dónde vive ahora? En mi casa de Connecticut, aunque los inviernos los paso aquí, en Nueva York, porque no puedo soportar el frío, me hago viejo, me afecta.

A vueltas con la vejez, es su obsesión de las últimas novelas y memorias. ¿No lo lleva bien? Escribo sobre ello. Lo exorcizo. Me viene bien hacerlo. Hacerse viejo es un cambio bastante duro en la vida, no hay nada comparable. Ni te lo imaginas. Ni a los treinta, ni a los cuarenta, ni a los cincuenta. ¿Y qué es lo que no se te puede pasar por la cabeza? Que el tiempo se acaba, que ya no sabes cuántos años te quedan, si cinco, si seis. Sabes que ya no van a ser más de 20. Has llegado al fondo. Y luego están las pérdidas. Un amigo mío murió ayer. Primero has perdido a tus abuelos; después, a tus padres. Ahora pierdes a los amigos. Es duro, es fuerte. Aparte de todo eso, cuando el tiempo se acaba, vas perdiendo las facultades. La memoria, me aterra perder la memoria.

Aun así, en �Sale el espectro� le encuentra ventajas cuando dice que� ¿Ventajas? No, en mi libro no le saco ninguna ventaja a la vejez.

Bueno, cuando se refiere a que las últimas grandes respuestas esperan al final. Ya, pero eso no es una ventaja. Es la vida. No se haga ilusiones con eso.

¿Por qué no? Porque no quiero que tenga ninguna esperanza.

Vale, no. Lo intentaré, pero no leyéndole, entonces. Quizá no haya esperanza en esa manera de ver la vejez, pero le da usted un sentido. Eso sí. Pero porque no nos queda más remedio. Es el destino irrenunciable para todos nosotros, excepto para quienes no lo alcanzan. Después nos llega el hecho de la muerte. Tienes que hacerte a esa idea. A los treinta me planteaba mucho la muerte hasta que un día me dije: �¡Olvídate! ¡Preocúpate cuando tengas 75!�. Creí que nunca llegaría. Bueno� pues he llegado.

Uno de sus personajes quería estar limpio para cuando se le presentara la muerte. Qué extraño, ¿no?

Y el sexo, ¿dónde le queda el sexo a Philip Roth en la vejez, ese motor de toda su literatura? Bueno, para mucha gente, el sexo pierde interés, para otros es tan interesante como siempre y algunos aceptan que están fuera de juego�

¿Y usted? ¿Yo?� Ja� Yo soy de los que todavía le encuentran interés.

¿No se pasan los impulsos? No tienen por qué.

¿Vienen más o menos? ¿En qué lugar de sus prioridades quedan ahora los impulsos sexuales? ¿Le hacen sentirse más vivo que otras cosas? Bueno, se van adecuando a la edad. He escrito sobre esto en El animal moribundo, en Elegía y en este libro último. Creo que queda todo claro.

¿Cómo cuadra un escritor tan explícito en lo sexual como usted en un país con dirigentes tan puritanos? Este país es muy grande y tiene muchas caras. La puritana es una, pero si te fijas en cómo las chicas visten en verano, no lo definiríamos así. Los chicos acceden al sexo a los 14 o 15 años y la libertad es enorme. El puritanismo es un espejismo en Estados Unidos. Este país es tan hedonista como cualquiera en el mundo.

¿Más que en su juventud? Desde luego. El gran cambio se produjo en los sesenta. El nivel de frustración en ese aspecto era altísimo, y el acceso al sexo, muy reducido. No había leyes del aborto, había que casarse o tener hijos y afrontar la vida. Se las arreglaban para dominar nuestra sexualidad en todos los aspectos, y eso ya no ocurre, se acabó. Completamente. Son dos países diferentes: el de entonces y el de ahora. Y todo ese cambio se produjo en los sesenta. Fue una revolución social y auténtica de la que vemos hoy los resultados.

Sí, pero toda esa libertad, ¿no está de alguna manera amenazada ahora? Uno de sus personajes dice en su nuevo libro, ni más ni menos: "Abortemos mientras podamos". Provoca. Le gusta provocar. Tiene una manera de ver la vida radical. ¿Se definiría así? ¿En qué sentido?

Como alguien que lleva a sus criaturas al límite. Hasta Zuckerman sueña con tener un incesto, en fin. Parece usted haber alcanzado un grado libérrimo de expresión. Sin miedo. ¿Soy un radical?

No pasa nada. Es difícil encontrar cosas similares. Yo no tengo esa sensación. No es que sea yo. Es que los temas que elijo conducen a esa lógica. No me planteo cuando escribo si es radical, no deseo provocar a nadie. Me enfrento a los problemas que surgen en la escritura. No me planteo lo que les pueda o no gustar a los lectores, si se van a escandalizar o no.

Si el sexo define el comportamiento humano, un país puede quedar definido por los deportes. Usted retrata Estados Unidos a través del deporte también. Me interesa el deporte, como aficionado. Cuando era niño me gustaba mucho más. Jugaba constantemente al béisbol. En Pastoral americana hay un héroe deportivo. En Una novela americana hablo de béisbol, pero los deportes no dominan mi vida. Tampoco creo que podamos definir un país por medio del deporte.

Hay otros asuntos en su escritura que no desaparecen. El judaísmo. Tuvo sus más y sus menos con los miembros de su comunidad cuando escribió "Adiós, Columbus". No sentaron bien sus planteamientos. ¿Qué representa ser judío en Estados Unidos hoy? No me preocupa. Es como ser diestro o zurdo. Yo soy zurdo y de izquierdas. Judío, ciudadano, amigo de mis amigos, es tan sólo un aspecto de la vida.

Pero que influye mucho. Hace tiempo sí, pero ahora me preocupa más cómo ser americano que judío. Pasa como en España, me imagino. No afecta tanto. Mi familia lleva aquí más de 100 años, así que ya es hora de que nos sintamos más parte de este país que otra cosa. Ser de este país implica conocerlo a fondo. Aquí crecí, conozco sus defectos mejor que los de fuera. Siempre sabes odiar mejor tu propio país que otros. Así que cuando los antiamericanos empiezan con sus cuentos, me gusta mandarles callar. Odian mi país de forma estúpida, nosotros sabemos odiarlo de una manera más inteligente. Tu propio país te puede volver loco, como tu familia, como tu mujer, pero lo quieres y lo odias al tiempo.

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[3]
CRÍTICA: EL LIBRO DE LA SEMANA
El 'strip-tease' literario de Philip Roth
JAVIER APARICIO MAYDEU 01/11/2008



Para los muchos lectores en español del autor de Pastoral americana o Elegía, flamante Nobel in pectore (Bellow dixit) y uno de los autores del mainstream que más y mejor ha sabido reflexionar acerca del oficio de novelista y del arte de la ficción, la traducción de Reading Myself and Others (Vintage, Nueva York, 2001, ampliando las primeras ediciones de Jonathan Cape y de Farrar, Straus & Giroux de 1975) es sin duda alguna una gran noticia, por cuanto las entrevistas, artículos y ensayos que contiene el volumen constituyen un mapa certero y detallado de la poética de Roth, de sus ideas literarias y de los procesos y circunstancias de la composición de sus obras más significativas, y asimismo una guía imprescindible para marchar seguro por el fascinante pero abstruso universo del narrador norteamericano, poblado por heterónimos, álter egos con disfraz de narrador y personajes que transitan por distintas novelas enmarañando la madeja de su ficción.



El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras (Shop Talk. A Writer and his Collegues and their Work, 2001, cuya traducción en Seix-Barral, de 2003, tuvimos ya ocasión de comentar en estas mismas páginas), aquel volumen en el que el autor de La mancha humana departía sobre narrativa, política y cultura con Primo Levi, Ivan Klíma, Bashevis Singer, Kundera o Edna O'Brien, al tiempo que comentaba textos de Kafka, Bellow y Malamud, se ve ahora complementado por Lecturas de mí mismo, volumen en el que aborda los principales temas de su obra y dispara a bocajarro contra quienes pretenden tergiversar sus principios estéticos o, con mayor frecuencia, se empecinan en leer una y otra vez la mayor parte de su ficción como mera autobiografía.

Efectivamente, en Lecturas de mí mismo Roth muestra sus cartas reuniendo textos fundamentales para entender su obra: 'Escribir narrativa norteamericana', el célebre ensayo de 1961 que tuvo su origen en su conferencia en el simposio de Stanford de 1960, esclarece cuestiones como la posición de los novelistas en la cultura norteamericana contemporánea, el valor de la ficción en un país en el que la realidad la supera con frecuencia o la enrarecida política nacional como fuente para la construcción de ficciones, con comentarios sumamente francos acerca de la obra de Salinger, Mailer, Bellow o Malamud; 'Escribir sobre los judíos', otro artículo clásico, tiene mucho que ver con el lobby literario judío norteamericano, del que forman parte Bellow, Malamud, Mailer o el propio Roth, con los pioneros Henry Roth y Bashevis Singer, y sus razones de ser; 'Mis años de béisbol' ventila su afición por este deporte nacional, que comparte con DeLillo y otros; 'La imaginación de lo erótico: Tres introducciones' representa la obsesión por el sexo del narrador de Nueva Jersey; y el lector encontrará artículos dedicados a Nuestra pandilla (Our Gang, que Mondadori acaba también de publicar), El pecho, El lamento de Portnoy, La gran novela americana y Mi vida como hombre, así como un ensayo acerca de la obra de Kafka, tan influyente en la narrativa de Roth, con el que se cierra un volumen que incluye cuatro entrevistas clásicas que revisten un interés inmenso para los lectores del autor y para cualquier interesado en familiarizarse con los mecanismos de la ficción narrativa.

En la de Le Nouvel Observateur (1981), un Roth vehemente desmiente que su obra revista un carácter constantemente autobiográfico ("debería usted leer mis libros como obras de ficción. No tengo nada que confesar. Etiquetar unos libros como los míos con los términos 'autobiográfico' o 'confesional' es falsear su naturaleza. Esas palabras constituyen otro obstáculo entre el lector y la obra, al reforzar la tentación de trivializar la narración convirtiéndola en chismorreo"), y reflexiona acerca de su condición de judío, de las motivaciones que lo llevaron a ser escritor y de su desdoblamiento en distintos heterónimos ("¿Soy Lonoff? ¿Soy Zuckerman? ¿Soy Portnoy? De momento no soy nada tan nítidamente delineado como un personaje de libro. Sigo siendo el amorfo Roth").

En la entrevista de The London Sunday Times (1984) diserta en torno a los estatutos de la ficción, aguijando al lector a no quedarse con el prejuicio autobiográfico y a descubrir "los delicados artificios con los que las novelas crean la ilusión de una realidad más parecida a lo real que la nuestra". Entrevistado por The Paris Review el mismo año, Roth entra sin ambages en el propio proceso de creación de sus ficciones (el arranque, las versiones en borrador, los bloqueos y la búsqueda de los "párrafos que tengan vida"), explica el funcionamiento de unos heterónimos que ha concebido como resultado de determinados protocolos de identidad, reflexiona sobre realidad y ficción ("la idea es convertir la carne y el hueso en personajes literarios y a éstos en carne y hueso"), y enuncia la que podría denominarse "teoría del ventrílocuo" a propósito de su álter ego principal, el escritor Zuckerman, autor de sus novelas La contravida o La visita al maestro: "Tramar una existencia semiimaginaria a partir del drama real de mi vida es mi vida. Ir por ahí disfrazado. Interpretar un personaje. Fingir. La socarrona y astuta mascarada. Piense en el ventrílocuo. Su arte consiste en estar presente y ausente; es más él mismo al ser simultáneamente otro". Habla de solipsismo frente a distanciamiento irónico en el narrador, y habla también de las funciones sociales de la ficción, y del modo en que ésta actúa en un lector que no ignora que "continuamente estamos escribiendo versiones ficticias de nuestras vidas". Habla sobre todo de creación literaria, no en vano Joyce Carol Oates ha confesado que "Philip es muy consciente como artesano" (Una especie en peligro de extinción. Doce escritores hablan sobre su oficio, sus ideas y su vida; Lawrence Grobel, Belacqva, 2008).

En fin, que en Lecturas de mí mismo, esencial en su bibliografía, Roth se despacha a gusto ventilando sus ideas literarias y sociales en un strip-tease con muchas luces y varios taquígrafos.

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El mejor Philip Roth está de vuelta
Tras una década de producción excesiva y desigual, la crítica se rinde al último libro del escritor - El nobel Coetzee ha destacado la "maestría" de 'Nemesis'
EDUARDO LAGO 02/11/2010



De Philip Roth (Newark, 1933) se podría afirmar lo que dijo Borges a propósito de Quevedo: "No es un escritor, es una literatura". Desde que publicó su cuarto libro, El Lamento de Portnoy (1969), se convirtió en uno de los referentes imprescindibles del panorama literario universal. Dentro de su vasta producción, hay varias obras de gran envergadura, como la serie de novelas protagonizadas por su alter ego, Nathan Zuckerman, personaje más real que lo que da de sí la realidad, y que permitió a Roth llevar a cabo una serie de complejas exploraciones acerca del sentido del arte y de la vida. Sus seguidores (que en España, donde le edita Mondadori, son legión) están de enhorabuena: Su última obra, Nemesis, recién publicada en Estados Unidos, nos devuelve al mejor Roth tras una década de producción algo desigual y excesiva. O al menos así lo ha considerado la crítica del país.


Uno de los mayores logros de Roth como narrador es que obliga a los lectores a adentrarse con él en regiones sumamente oscuras de la experiencia humana. Ello lo convierte en un narrador a quien puede resultar incómodo seguir. Se ha dicho de él que nadie ha explorado mejor en nuestro tiempo el misterio de la sexualidad. Otras cumbres de su arriesgada propuesta narrativa son El teatro de Sabbath (1995), Pastoral Americana (1997), y La mancha humana (2000). Aunque es cierto que en algunas novelas ha puesto a prueba las posibilidades técnicas del arte narrativo, como en El pecho (1972) o La contravida (1986), la verdadera fuerza de Roth está en su capacidad para obligarnos a mantener la mirada abierta en los momentos más duros que nos plantea a todos el reto cotidiano de la existencia. Así, en Patrimonio (1991), el protagonista (que puede o no ser el propio Roth) sostiene un duelo insoportable con lo que significa ser testigo de la agonía y muerte de su padre. Otro tanto hace, en distintos momentos de su obra, con la enfermedad o la vejez. El reto es difícil porque al hacerlo logra alejarse de lo que es en sí aborrecible y doloroso para trascenderlo a través del arte. No es que borre la distancia entre realidad y ficción, como se ha dicho, sino que nos sitúa en un punto en el que, desde la emoción, nos permite entender situaciones cruciales de la vida para las que no hay sino las palabras más elementales: el odio, el mal, el amor, la posibilidad de que el mundo y la historia estén gobernados por el más absoluto sinsentido. Para afrontar la vida, cuando es difícil y en los momentos de esplendor, disponemos del arte. Sabiendo que es así, Roth no deja de escribir. Probablemente no podría hacerlo, aunque quisiera.

La mancha humana (2000) supuso la entrada de su obra en el siglo XXI. A partir de entonces, lejos de ralentizarse, su productividad se regularizó, con títulos como El animal moribundo, La conjura contra América, Everyman, Sale el espectro, Indignación y Humillación. Aunque sus lectores parecían necesitarlo tanto como siempre, cabía preguntarse si el escritor había llegado al límite de sus posibilidades. ¿Se estaba repitiendo? Llegó octubre de 2010, volvió a sonar su nombre, como cada otoño, entre los candidatos al Nobel. Una vez más, no se le concedió. Lo que sí llegó con la puntualidad de siempre fue una nueva novela, Nemesis, y con ella la sorpresa. A Roth le queda mucho por decir.

El tema de Nemesis es la epidemia de polio que asoló Estados Unidos durante el verano de 1941, tal y como afectó a la comunidad judía de Newark, la ciudad natal del autor, escenario de su infancia, al que ha regresado repetidamente en su obra. En Nemesis, Roth retoma un viejo tema, el de la peste, tratado anteriormente por Daniel Defoe y Albert Camus. El trasfondo, en este caso, es la II Guerra Mundial, con sus atrocidades. En su última entrega, Roth nos arrastra a lo mejor de que es capaz el teatro de su imaginación, alcanzando un virtuosismo del que sólo son capaces los maestros de lo invisible. Al comentar la novela, el sudafricano J. M. Coetzee, ganador del premio Nobel de Literatura, repara en una escena misteriosa en la que se explica cómo cavar una tumba. Se trata de una lección, señala Coetzee, tanto de vida como de muerte. Escribir es afrontar la muerte y aprender a vivir. Todo a la vez.

Cuatro 'imperdibles'
- En la vasta obra de Philip Roth (32 novelas en tres décadas) destacan algunas de los libros fundamentales de la narrativa estadounidense moderna. Su cuarto libro, El lamento de Portnoy, fue un clásico instantáneo. Luego llegarían, en los años setenta, las novelas de la serie protagonizadas por Nathan Zuckerman, como El escritor fantasma. Su obra captó la atención de una nueva generación de lectores con historias como El teatro de Sabbath (1995), que le valió el National Book Award o Pastoral Americana (1998), premio Pulitzer, que la revista Time escogió entre las 100 mejores novelas de todos los tiempos
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el dispensador dice:
existe un miedo a la noche,
existe un miedo a la oscuridad,
existe un miedo a la persecución,
existe un miedo a la tortura,
existe un miedo a la violencia,
existe un miedo a la frustración,
existe un miedo a la carencia,
existe un miedo a la pérdida,
existe un miedo a la ausencia,
existe un miedo al vacío,
existe un miedo al daño en cualquiera de sus formas,
existe un miedo al terrorismo inducido, pero existe otro miedo al terrorismo intrínseco, ése que niega la vida propia infrigiendo un daño en el destino del prójimo,
existe un miedo a las armas,
existe un miedo a padecer aquello que no es del agrado,
pero existe un peor miedo que es negar la voluntad del esfuerzo,
existe un miedo al exámen,
existe un miedo a la responsabilidad,
existe un miedo al compromiso incondicional,
existe un miedo al olvido,
existe un miedo al desprecio,
existen miedos propios y otros ajenos,
existe un miedo a los fantasmas enlazados con pasados tormentosos,
existe un miedo a la mentira del prójimo,
existe un miedo a la mentira propia y oportunista,
existe un miedo al disimulo,
existe un miedo a la burla,
todos los miedos son bloqueantes,
envoltorios de tinieblas que consumen las iniciativas, limitando o anulando los dones para luego arrasar los talentos y evaporar los destinos...
sin embargo,
no hay miedo ante la inocencia,
no hay miedo ante la humildad,
no hay miedo ante la sabiduría,
no hay miedo ante la bondad,
no hay miedo ante el afecto sincero,
no hay miedo ante los ojos limpios,
no hay miedo ante las miradas despejadas,
no hay miedo ante las auras azules,
no hay miedo ante los anónimos pasantes,
no hay miedo ante la misericordia,
no hay miedo ante la compasión,
no hay miedo ante la ayuda franca,
pero,
los seres humanos contruyen sus vidas a partir de los miedos y sus cercos,
reacciona por las dudas propias o por otras inducidas a través de los miedos de los otros...
y es así que este quinto SOL se está consumiendo, justo hoy, justo ahora, justo en este mismo momento de tu lectura, en miedos... miedos a atentados sin fin, miedos a los desprecios sociales que ejercen los poderes para salvar sus soberbias, miedos a los mañanas perdidos, miedos a los afectos quebrados, miedos a la inconsciencia y miedos a los abusos de cualquier índole y factor, el miedo a no poder correr sobre la falsa zanahoria de la comodidad, los bienes y sus ocios, miedo a no poder cumplir con los hijos... todos miedos que contribuyen a que las limitaciones crezcan acompañadas de la peor de las consecuencias, la negación, la necedad, el no querer atender ni querer escuchar, el no querer ver ni querer interpretar, el no querer comprender...
decían los inquisidores que la letra se ejercía con golpes e inventaron un mundo de oscuridades y torturas que consumieron destinos, pero hicieron lo propio con dones, talentos y gracias que son esencialmente intocables, porque no pertenecen al hombre que los trae sino a quién se los concede por un tiempo, para el tránsito que significa la vida misma...
la consecuencia ha sido que el mundo se atrasó moralmente, perdió sustancias, perdió valores, perdió afectos, vínculos, hilos de plata, puentes, sendas, inteligencias y sabidurías...
el quinto SOL se está llevando las cargas, las densidades, las mochilas, los pies cargados con plomo, las almas cristalizadas...
lo que llega es el espíritu, el espíritu genuino de blanco lino, llega sin la mano de los profetas y sus profecías, llega desde el nido de los anónimos y los humildes a recuperar la Tierra de los ciclos y sus destinos... llega, el alma despojada de pretensiones. No hay letra sin alma... Tampoco la hay a golpes... lo que se escribe con sangre se consume con el agua de los tiempos. Abril 23, 2011.-

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