lunes, 31 de octubre de 2016

EL ARTE NO SE NEGOCIA... LA CULTURA TAMPOCO ▼ Una galería hacia la historia del arte y el expolio nazi | Cultura | EL PAÍS

Una galería hacia la historia del arte y el expolio nazi | Cultura | EL PAÍS

Una galería hacia la historia del arte y el expolio nazi

Una muestra reúne en Lieja más de 60 obras del marchante judío Paul Rosenberg

Paul Rosenberg (centro) enseña un 'renoir' en Nueva York al escritor William Somerset Maughan.

Paul Rosenberg (centro) enseña un 'renoir' en Nueva York al escritor William Somerset Maughan. 





Cuando Picasso vivía en uno de los barrios más distinguidos de París y necesitaba consejo sobre su obra, simplemente abría la ventana de la cocina y se asomaba con el cuadro. Enfrente le aguardaba Paul Rosenberg, amigo, representante –y durante una época también vecino- del pintor malagueño, al que convirtió en símbolo de su famosa galería en la Europa de entreguerras. Una exposición con más de 60 obras de Picasso, Matisse, Braque y otros artistas con los que trabajó Rosenberg le rinde homenaje en Bélgica y recompone, casi 80 años después del expolio nazi, su brillante trayectoria de mecenazgo en la capital francesa. La persecución de Hitler a judíos como Rosenberg y a su llamado “arte degenerado” desplazó para siempre a París como capital de la modernidad.
Seducida por esa historia, la periodista y escritora Anne Sinclair, nieta de Paul Rosenberg, decidió escarbar en su pasado. El resultado fue 21 Rue La Boétie, un libro publicado en 2012 que narra las vivencias de su abuelo, uno de los grandes marchantes europeos del siglo XX. El galerista continuó su labor en Nueva York tras huir de la Francia ocupada en 1940. “La guerra rompe la formidable dinámica del arte francés; París no es más la capital incontestable del mercado de arte moderno. En adelante será Nueva York la que asuma ese papel”, constata Sinclair en un pequeño texto escrito para la muestra que alberga el museo La Boverie, en Lieja, hasta el próximo 29 de enero.
El libro inspiró a los organizadores de la exposición, que toma también el nombre de la dirección parisina donde Rosenberg abrió su galería en 1910: 21 Rue La Boétie. Emulando el gran sentido de la puesta en escena que se le atribuye a aquella galería, la muestra recoge obras procedentes de grandes museos de Europa y Estados Unidos (desde el Pompidou al MoMA), pero también de colecciones privadas y de la propia familia Rosenberg, algunas nunca expuestas.
Entre los hallazgos figura La familia Soler de Picasso, adquirida precisamente por el Ayuntamiento de Lieja en una venta organizada por los nazis en 1939 para deshacerse de pinturas que consideraban demasiado modernas. Destaca también la sutileza de Las dos españolas, de la artista Marie Laurencin, protegida de Rosenberg. El cuadro fue pintado en España, donde Laurencin vivió exiliada durante la Primera Guerra Mundial por haberse casado, días antes de que estallara el conflicto, con un barón alemán.

De centro del arte a centro antisemita

Cada lienzo evoca una historia, intrínsecamente ligada al destino político del continente. La más impactante es la que vivió la propia galería de Rosenberg, una vez arrebatada por el régimen de Vichy. Los ocupantes convirtieron el local en un órgano de propaganda antisemita financiado por la Gestapo. “Fue una ironía terrible de la historia. En el mismo lugar donde antes se habían exhibido grandes obras de arte se organizaba ahora una muestra, extraordinariamente violenta, sobre la influencia de los judíos en Francia”, relata en los pasillos de la exposición Vincent Delvaux, uno de sus comisarios.

¡MIS ARLEQUINES!

Más allá de su acierto para detectar a renovadores del arte que luchaban por dejar atrás el siglo XIX, Paul Rosenberg otorgó una indudable visión comercial a ese oficio. En lugar de pedir exclusividad a sus representados, pactaba con ellos un derecho de tanteo que le permitía ser el primero en valorar la obra y decidir si se la quedaba. Retribuía a los artistas en función de un baremo objetivo ligado al tamaño del lienzo. Y no dudaba en presionarlos cuando tardaban en entregar un encargo. ¡Mis arlequines! ¡Mis arlequines! ¡Mis arlequines!, puede leerse en una carta manuscrita, fechada el 21 de enero de 1921, que Rosenberg envió a Picasso –al que, pese a todo, siempre trataba de usted- para reclamarle un pedido.
El fin del nazismo, que despojó al marchante incluso de su nacionalidad francesa, le dio esfuerzos renovados para tratar de recuperar las obras perdidas. Durante su exilio, dejó atrás más de 300 cuadros, su archivo y una inmensa biblioteca. Su amigo Henri Matisse le ayudó a certificar la propiedad de algunos de ellos. Y por otra ironía de la historia, fue el propio hijo de Rosenberg (Alexandre, miembro de la resistencia francesa) quien descubrió algunas de esas telas propiedad de su padre en un tren cargado de obras de arte que los nazis pretendían llevar consigo tras la victoria aliada, en 1944.
La huella de Anne Sinclair recorre toda la exposición y es su rostro el que la cierra. La anécdota asociada a un pequeño retrato de cuando tenía cuatro años, pintado por Laurencin, denota carácter a una edad temprana. “Yo ignoraba que ella pintaba a todas las mujeres con los ojos negros en forma de almendra. Pero debí presentirlo, porque le precisé de manera insolente: Atención, ¡tengo ojos azules!”, relata en el catálogo. El cuadro acabó dominado, en efecto, por dos ojos azules redondos y vivaces.

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