Entre vino y letras
El exministro de Cultura y poeta César Antonio Molina y la crítica literaria Mercedes Monmany debaten sobre cultura e identidad
San Vicente de la Sonsierra
César Antonio Molina y Mercedes Monmany brinda en La Rioja.
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No se puede replicar con exactitud el sabor de un vino. Tampoco se parecerán dos páginas con el mismo argumento si quienes lo cuentan son plumas distintas. Son inimitables porque dependen de la mano que hay detrás. Tan convencido está de eso el bodeguero Carlos Moro, presidente del grupo Matarromera, de eso y de lo imbricados que están vino y literatura, tan seguro de que ambas son manifestaciones culturales de igual orden, que por tercera vez propició un coloquio entre escritores acompasado por una cata. En esta edición de la velada, la primera celebrada en San Vicente de la Sonsierra (La Rioja), los invitados fueron el poeta César Antonio Molina, quien fuera ministro de Cultura entre 2007 y 2009, y la crítica literaria Mercedes Monmany. Partiendo del sexto volumen de lo que Molina considera sus “memorias ficticias”, Todo se arregla caminando(Destino) y de las más de mil quinientas páginas con que Monmany traza un canon de la narrativa europea al que el poeta Carlos Aganzo, moderador de la charla, se refirió como vademécum literario (Por las fronteras de Europa, Galaxia Gutenberg), ambos debatieron sobre cómo solo conociendo la historia y respetando las artes se pueden construir identidades que no se deterioren, sobre cómo la cultura es la argamasa que une al Viejo Continente. “Ya hubo gente que pensó antes que nosotros sobre quiénes somos y lo escribió. ¿Lo olvidamos? ¿A quién le vamos a pedir el relato de qué son España y Europa sino es a nuestros artistas?”, aseguró firme Molina.
En el horizonte está la sierra que separa esta provincia de Cantabria, un macizo elevado sobre viñedos y lavanda salvaje que corta el paso a unos nubarrones que, varados, encapotan sus cimas. “Ellas —dice Moro señalando las montañas— son las culpables del clima que hace de esta tierra la mejor para el cultivo vinícola”. Moro guía a los escritores por los campos del valle y se adentra en un calado con ramales que se cruzan y filas interminables de barricas. 1.200 metros cuadrados. En un extremo de ese sótano excavado llama al ascensor. “Me gusta decir que brota de la tierra y sube hasta una ventana con panorámica de postal”, apunta Moro, tras cuya intervención en la mesa de los ponentes comienza el coloquio: “Palabra y encuentro, ambos términos que pueden tener lugar alrededor de una copa de vino, son una perfecta definición de cultura”.
“El ministro de Economía francés es experto en Proust”, apunta Molina con pesadumbre por la falta de parangón en la esfera pública española. Aquí, opina, casi supone un estigma poseer una cultura vasta y mentar en la calle o el hemiciclo la cita de algún pensador de relumbrón para hacer una analogía mirando al presente. “¿Cómo nos contamos nuestra propia historia si cada vez que nos acordamos de este o aquel, de la música, de la literatura, es con fines utilitarios; si no nos sirve para aprender y la menospreciamos?”, se cuestiona. Tanto él como Monmany señalan la misma raíz del problema, una educación que con un vaivén legislativo tras otro sigue sin solventar nada. “El sistema educativo se demuestra incapaz de explicar a las siguientes generaciones éxitos y fracasos políticos; no cuenta que eso que llaman ‘marca España’ no es más que nuestra cultura entendida de una forma amplia”, aducen ambos.
Monmany es una europeísta devota. Cuenta que visitando Wroclaw (Polonia) el año pasado, el de la conmemoración del cuarto centenario de Shakespeare y Cervantes, se topó con varios actos dedicados al de Stratford-upon-Avon y ninguno al autor del Quijote. “Hace falta esfuerzo, no puede ser que pasara la efeméride sin pena ni gloria porque Cervantes es de esa clase de tótems que contribuyeron a hacer de Europa lo que es, cuyos valores ayudaron a que nos sintamos en casa más allá de nuestras fronteras”. Preguntada sobre cuál de los autores de su canon —de entre aquellos no tan populares en estantes de librerías que documenta minuciosamente— recomendaría leer para reavivar esos principios sobre los que se fundó Europa responde tras una deliberación brevísima que Czesław Miłosz, premio Nobel polaco. “Prestó ayuda a los perseguidos por el régimen nazi y supo romper con sus ideas comunistas cuando tuvo noción de las atrocidades del estalinismo; no hay que dejar de leer El pensamiento cautivo”.
La primera edición de estos diálogos entre vino y literatura tuvo como ponentes a Carmen Posadas y Juan Manuel de Prada y la segunda, la que precedió a esta, a Rosa Villacastín y Lorenzo Silva. Siguiendo el paradigma de unir a un autor y una autora esperan repetir el formato antes de finales de 2017, esta vez en una bodega vallisoletana.
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