Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb
La música de Pedro
Por: Bahia M.H Awah | 22 de junio de 2017
22 de junio de 2017
Texto de Ali Salem Iselmu
Cuando Pedro salió de aquel largo pasillo, seguía recordando la música andina que tocaba al mediodía a la hora de la comida. Él quería hacernos olvidar las penurias del momento, la escasez de las cosas materiales y llevarnos a un abrazo sublime. Un abrazo que salía del movimiento de sus manos, cuando tocaba una y otra vez aquel solitario piano.
Pedro era un hombre que besaba con furor. Cerraba sus ojos, abría sus manos y dejaba que sus labios chocaran con el viento, esperando el rescate de otros labios. Él se dejaba llevar por sus instintos, como un oso que persigue una foca debajo del hielo.
Era nómada en sus sentimientos como el sonido fugaz de su piano con el que complacía a las chicas, tocando la música de Mozart.
Él era el héroe, un héroe de melena larga y camiseta de color blanco, acompañada de la imagen de una mujer desnuda con los brazos abiertos.
Pedro amó a Irina, con ella dormía las noches de verano desnudo en una playa. Entonces le empezaba a hablar de Ecuador, de Guayaquil. También le recordaba al indómito Atahualpa que sin recibir su corona de emperador de los incas, fue estrangulado.
A Pedro le gustaba la historia del arte. Era amante del teatro, de la guitarra y la música guajira. Cuando miraba su color de piel, no sabía definirlo. Tampoco sabía definir los rasgos de su cara. Era una mezcla entre los hombres que habitaban los bosques húmedos y los bosques fríos. En él se encontraban varios climas, lenguas y tradiciones.
Cuando se sentaba frente al piano todos lo miraban. Allí está el loco con su serenata decían algunos, mientras otros seducidos por la fragilidad de su música, se olvidaban del largo camino que tenían que hacer todos los días. Ajeno al público, él seguía inmerso en su música. Buscaba en las miradas, un nuevo ritmo que le permitiera prolongar aquella primavera de frutas exóticas que se advertía en sus ojos cuando tocaba el teclado.
En las noches de calor salía de su pequeña habitación, llena de retratos de músicos y de imágenes de árboles en los que buscaba la inspiración. Pedro era un loco, un bohemio que abrazaba las cuerdas de una guitarra o las teclas de un piano, luego les añadía su voz ronca y empezaba a sudar con el ritmo de una melodía. Los que iban subiendo las escaleras que atravesaban la pequeña montaña, encontraban a Pedro sin camisa, tocando aquella vieja guitarra, mientras intentaba improvisar una nueva letra.
La risa era el condimento que le añadía a sus canciones. Con cada palabra había una sonrisa que desafiaba la adversidad y dibujaba una nueva esperanza. Pedro era estudiante de historia del arte, pero sobre todo era un artista, un poeta popular que creaba las canciones cuando se encontraba con los ojos de Irina.
El piano del comedor siempre fue suyo al igual que la vieja guitarra. Creía que el primer hombre que cantó en el interior de un bosque, estaba desnudo mirando un árbol.
Antes de dormir intentaba encontrar siempre, un beso que le permitiera recordar las letras de sus canciones antes de cerrar sus ojos.
Pedro era una alegría permanente, una música que invadía la plaza y la envolvía en un sueño lleno de sencillas y profundas palabras.
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