NARRATIVA
Suma narrativa
'Moronga', de Horacio Castellanos Moya, ilumina las zonas más ambiguas del pacto moral en el que se sostienen las sociedades de control y vigilancia
A Horacio Castellanos Moya no le favorecen las etiquetas que, siendo características de su obra narrativa, han pasado a querer significarla toda. Es injusto encasillarla en una supuesta literatura de la violencia, como suele hacerse, junto al novelista guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. Bien es cierto que las largas y sangrientas guerras civiles centroamericanas son la matriz fundamental de ambas trayectorias; que, citando un artículo del propio Castellanos Moya, “la realidad rebasó una vez más nuestro potencial de ficción”, nuestras obras literarias “palidecen ante los hechos cotidianos” que consigna cualquier diario. Pero no es menos cierto que esta humildad frente a la realidad esconde la clave por la que ambos autores, reinventando la literatura centroamericana, se han convertido en puntas de lanza de la narrativa reciente en español. La incorporación de lo “real”, bien a través del documento dentro de la narración literaria o bien del “principio de realidad” dentro de la paranoia de sus personajes, es uno de los mayores logros de Horacio Castellanos Moya en obras fundamentales como El asco: Thomas Bernhard en San Salvador (1997) o Insensatez (2004). Castellanos Moya es un maestro de los “aterrorizados” y su relación febril con los hechos, desfasada y clarividente a la vez (no es gratuito acordarse de Dostoievski). Leerlo es adentrarse en un mundo de vasos comunicantes y personajes familiares, un El Salvador que no requiere transmutarse en territorio de ficción porque es, a un tiempo, cruelmente real y un poderoso artefacto mítico: un mundo dentro del mundo de las ficciones, incluyendo los alucinados puntos de vista de sus narradores. ¿Qué añade Moronga al resto de su obra? Por ambición y perfección, Moronga (que significa morcilla, con sus correspondientes connotaciones sexuales) es una suma narrativa y una de sus mejores novelas.
Como otras suyas, esta es una novela de la diáspora tras la guerra civil de El Salvador (1980-1992) y del “reciclamiento de la violencia”, en este caso en las maras y las mafias en Estados Unidos. Pero también es, lateralmente, una novela de campus y una humorística diatriba contra Norteamérica y su puritanismo.
Dos narradores sostienen la novela, uno lacónico y otro verborreico, ambos marca de la casa. José Zeledón, exguerrillero, conduce un autobús de estudiantes. En cierto sentido, es un ronin: un samurái que ha perdido a su amo. Casi un personaje en ausencia, antirretórico, exacto. En la misma ciudad, la ficticia Merlow City, Erasmo Aragón, un periodista charlatán, imparte clases de español y estudia los archivos desclasificados de la CIA acerca del gran poeta revolucionario Roque Dalton.
El autor declaró en una entrevista que este personaje “responde a mi perfil psicológico” (Erasmo protagonizó El sueño del retorno —2013—, su anterior novela, y los Aragón son una presencia constante en su obra). En él puede reconocerse un alter ego desquiciado, poco fiable, del propio autor, pero esta dudosa deuda biográfica quizá tan sólo sirva para mostrarnos, de nuevo, el problemático proceso con el que Horacio Castellanos Moya trabaja sus ficciones desbordadas de realidad; e interese más, por ejemplo, atender a cómo da relieve a su prosa narrando en tres tiempos a la vez, con flashbacks y oportunas elipsis: uno sería el presente de la acción, en sospecha; otro, el recuerdo impreciso de los escarceos de los personajes la noche anterior, y un nivel más profundo, el recuerdo de la guerra de El Salvador. El epílogo de la novela añade una tercera voz: un informe policial que entreteje esta complejidad poliédrica, la tensa trama de coincidencias y paranoias que obliga a leerla en vilo.
Moronga es un logro perfecto de la ficción: ilumina las zonas más ambiguas del pacto moral en el que se sostienen las sociedades de control y vigilancia. Da más luz a lo real.
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Autor: Horacio Castellanos Moya.
Editorial: Literatura Random House (2018).
Formato: tapa blanda (336 páginas)
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