TRIBUNA
La biología, los libros y la crisis
Es tal la diversidad de cuerpos y metabolismos que la obsesión clasificatoria de nuestro tiempo pretende invadirlo todo con afirmaciones seguras, conclusiones sencillas y pensamiento plano
Una persona observa libros ayer, en la Plaza de Armas de Santiago (Chile). MARIO RUIZ EFE
De entre todos los frentes que las informaciones equívocas sobre las ciencias generan, apenas es posible reaccionar a unos pocos. Que la estructura y las normas neoliberales de estos tiempos invadan pues el conocimiento experto y ofrezcan datos calificados de científicos sobre el determinismo genético es coherente con esas derivas culturales. Al asignar al nacimiento habilidades innatas y necesarias para salir adelante en la vida, quedan justificados los recortes en educación, cultura y deportes, no digamos en sanidad, pues cómo iba la autoridad política y sus gestiones a hacerse cargo de quien nace sin cualidades cuando el aborto por razones terapéuticas está más que aceptado. En ese aparente mundo de valientes con también aparentes nacimientos a la carta, se dirime el derecho a la vida una vez se está en el mundo, derechos que recortan, precisamente, quienes niegan el de decidir sobre si llevar adelante un embarazo o interrumpirlo.
Como hay respuestas a las bobadas nutricionistas del mercado, será posible, imagino, reflexionar de forma crítica sobre la obsesión genética de nuestro tiempo. Podemos fijar la atención en quienes cuentan con ventajas sociales, culturales y económicas para hacer frente a las crisis del empleo juvenil. Un apoyo a la prole del círculo familiar y de amistades es un salvavidas que podemos llegar a usar, reconocer, aprovechar -madres y padres coraje a favor de la supervivencia de nuestra prole-.
Pero es muy difícil reconocer que se nace con capacidades lectoras innatas, como se decía el otro día (este artículo) por el día del Libro, impulsos fisiológicos hacia la letra impresa, hacia el olor que tanto amamos de la tinta en el buen papel encuadernado de los textos que más puedan hacernos disfrutar. Cuando estamos ya discutiendo que apenas se nace chica o chico, que el entorno mira las gónadas primero –y a continuación se cuentan los dedos de manos y pies en una preocupación por lo congénito que parece antigua-, y pone nombre después a las criaturas recién paridas, que luego verán por su vida cómo se sienten y cómo se visten y qué nombre deciden tener, si somos capaces de pensar en todas esas posibilidades y en la escasa certeza de la biología sobre la identidad personal, es difícil aceptar las capacidades innatas para la lectura.
La reacciones bioquímicas en el interior de los seres vivos, la forma y la función de sus órganos, sus actos fisiológicos, los contornos de sus cuerpos y sus capacidades motoras tienen características de nacimiento, crecen sin que haya una explicación completa del conjunto de procesos que tiene lugar, y cargamos con esa pregunta fabulosa sobre qué es lo que hace que un huevo fecundado sepa hacia donde y cómo desarrollarse, qué guía tienen las piernas, el bazo, la bilis, los pies. El huevo sabe cómo crecer, gran evento biosocial. Es tal la diversidad de cuerpos y metabolismos, de hormas y esqueletos, tal la variedad de rasgos de fisionomía, y de capacidades mentales que la obsesión clasificatoria de nuestro tiempo –inseparable de aquella otra por el determinismo genético- pretende invadirlo todo con afirmaciones seguras, conclusiones sencillas y pensamiento plano sobre las capacidades que se exhiben al nacimiento.
Así es como los títulos de apariencia atractiva -“se nace con habilidades e interés por la lectura”- pierden su significado si se sigue leyendo. El atractivo, por lo visto, consiste en sumarse al coro que aclama el poder de lo heredado. Y desde luego que heredar es mejor –fortuna en propiedades, inversiones y dinero contante y sonante ha salvado a muchas familias de la pobreza, y no hay nada que disminuya más las capacidades físicas y mentales de la gente que malcomer-. Se heredan las propiedades terrenales –el patrimonio familiar, la autoridad del reino, el mando en la empresa y a veces hasta la autoridad académica- y para ajustarse al cuerpo que manda, se buscan en él cualidades heredadas de quien le transmite la propiedad, una legitimidad biológica a la transmisión del poder que no está precisamente basada en la meritocracia.
Es fácil sumarse al coro de lo innato para legitimar el recorte de los gastos en educación, cultura, deportes y sanidad. Quebrada la aspiración de la educación y la atención sanitaria como amortiguadora de las desigualdades, el acceso a los recursos vendría de la cuna y no habría nada más que hacer. Ese ahorro en gasto público sería, dice el neoliberalismo en boga, el que haría posible la superación de esta crisis, que está levantado barreras sociales más altas que las que habíamos conocido hasta ahora. La biología es reflejo fiel, otra vez, de su tiempo, y lo que se achaca a la naturaleza casa hoy muy bien con las teorías sobre cómo salir de esta crisis de la estructura social y política que sostiene y sofoca, a partes se diría que iguales, la biología.
María Jesús Santesmases es profesora de investigación, Instituto de Filosofía, CSIC.
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