miércoles, 25 de abril de 2018

EL PUENTE PERMANECE ▲ La carta olvidada de Ana Frank | Cultura | EL PAÍS

La carta olvidada de Ana Frank | Cultura | EL PAÍS

La carta olvidada de Ana Frank

La alemana inició una relación epistolar con una niña de un remoto pueblo de Iowa. El nazismo frustó la amistad. Esta es la historia

Ana Frank.
Ana Frank muere todos los días. Basta que alguien la nombre, lea o simplemente se quede mirando su sonrisa adolescente para que la historia se vuelva una puñalada y traiga a la memoria el horror sin fin de Auschwitz y Bergen-Belsen. Mil veces contada, su vida es una fuente inagotable para el recuerdo, pero también para la sorpresa. A lo largo de décadas, no han dejado de aparecer cabos poco conocidos de su corta existencia. Uno de los más insospechados se oculta en Danville (Iowa). Allí, la alemana dejó una huella indeleble. Una amistad frustrada que esta localidad de 934 habitantes se ha dispuesto a rescatar del olvido con una pequeña exposición. Esta es su historia.
Finales de 1939, en Danville. La maestra Birdie Mathews ha contactado con la Escuela Montessori de Amsterdam para iniciar una correspondencia entre los escolares. Mujer inquieta y querida en este pueblo agrícola, ofrece a sus alumnos una lista de nombres. Juanita Wagner, de 10 años, escoge a una chica de su edad. Se llama Annelies Marie Frank.
Juanita Wagner.
Juanita Wagner.
Juanita le escribe una carta sencilla. Cuenta que vive con su madre y su hermana Betty Ann. Son granjeros. El Misisipi queda cerca y su padre ha muerto.
La respuesta, en inglés, tiene 294 palabras y está fechada el 29 de abril de 1940. Un lunes. En ella, Ana Frank ofrece un boceto cándido de su mundo. “Margot y yo somos los únicos niños de la casa. Nuestra abuela vive con nosotros. Mi padre tiene una oficina y mi madre está ocupada en casa”. En la misiva le pide a Juanita una foto –“me gustaría saber cómo eres”­­- y le da la fecha de su cumpleaños: el 12 de junio. Se despide como su “amiga holandesa” y le adjunta una postal de Amsterdam. “Tengo 800, las colecciono”.
En ningún momento explica que su familia se ha refugiado en Holanda huyendo del nazismo. Tampoco que es judía ni que ha estallado la Segunda Guerra Mundial. Si lo ocultó o simplemente no era importante en su universo, nunca se sabrá. Y esa ausencia dota a la misiva de un efecto terrorífico. Ese vacío habla de un porvenir que aún era pleno y que no conocía la barbarie. Es la carta de una niña a otra niña. De dos universos donde el día y la noche estaban hechos para vivir. No para sufrir.
La carta de Ana Frank a su amiga Juanita Wagner.
La carta de Ana Frank a su amiga Juanita Wagner.
Juanita contestó emocionada. Pero nunca recibió respuesta. En las largas noches de Iowa se preguntó más de una vez qué habría ocurrido. Y lo ocurrido, luego lo sabría, aún estremece al mundo.
Doce días después de enviada la misiva, Hitler invadió Holanda. Los Frank quedaron otra vez a merced del nazismo. Perdieron su empresa y tuvieron que llevar a las niñas a un colegio solo para judíos. Se les prohibió viajar en tranvía, coche y bicicleta, así como ir al cine, teatros o jardines públicos. No podían hacer deporte y tenían que lucir la estrella de David. No eran arios, no eran humanos y cuando en julio de 1942 los nazis llamaron a la hermana mayor, Margot, para internarla en un campo de trabajo, el padre decidió ocultar a la familia. Lo que sucedió después es bien conocido y lo inmortalizó Ana Frank en sus diarios.
El escondite se mantuvo incólume dos años, hasta que el 4 de agosto de 1944, la Gestapo les descubrió. El destino se abismó. Todos, menos el padre, perecieron. Ana Frank pasó por Auschwitz y recaló en Bergen-Belsen. Los últimos que la vieron la recuerdan calva y esquelética, arropada solo con una manta. En marzo de 1945, con 15 años, murió de tifus. Apenas un mes después el campo fue liberado por los británicos.
Acabada la guerra, el padre recuperó los diarios y los publicó. La carta, en cambio, se perdió en el olvido. No fue hasta 1956 cuando Juanita y Betty Ann, al escuchar en la radio un programa sobre Ana Frank, cayeron en la cuenta de quién les había escrito. Tras años guardándolas, en 1988 las subastaron. Un comprador anónimo las adquirió por 165.000 dólares y las donó al Centro Simon Wiesenthal de Los Ángeles. Allí siguen.
En la remota Danville, muertas las hermanas Wagner, el recuerdo de la frustrada amistad entre Juanita y Ana es la conexión con la historia universal. “Para nosotros, es muy importante, por eso hemos preparado esta exposición. Contamos la correspondencia y las vidas de las dos niñas y sus mundos”, explica a este periódico Janet Helser, impulsora de la muestra. La exhibición se aloja en dos pequeñas salas del museo local. Tienen fotografías y audios, a los que en un futuro se quiere añadir, en honor a Ana Frank, 1,5 millones de postales. La cifra no es casual. Es el número de niños que murieron en el Holocausto.


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