jueves, 15 de noviembre de 2018

Descubierto bajo el hielo de Groenlandia uno de los mayores cráteres del planeta | Ciencia | EL PAÍS

Descubierto bajo el hielo de Groenlandia uno de los mayores cráteres del planeta | Ciencia | EL PAÍS

Descubierto bajo el hielo de Groenlandia uno de los mayores cráteres del planeta

Los expertos creen que el agujero, de 31 kilómetros de diámetro y 320 metros de profundidad, es fruto de un meteorito de hierro que impactó hace al menos 12.000 años





El investigador Kurt Kjær toma muestras al pie del glaciar Hiawatha, en Groenlandia. 





Un equipo internacional de científicos ha anunciado este miércoles el descubrimiento de un gigantesco cráter de 31 kilómetros de diámetro y 320 metros de profundidad en una región remota del noroeste de Groenlandia. El boquete, en el que cabrían ciudades enteras como París o Washington, es fruto del brutal impacto de un meteorito de hierro a una velocidad de 20 kilómetros por segundo hace al menos 12.000 años, según los investigadores. Es uno de los 25 cráteres conocidos de mayor tamaño y, posiblemente, uno de los más recientes.
El enorme agujero está sepultado por casi un kilómetro de hielo en el glaciar Hiawatha, aunque su reborde circular se intuye en las imágenes de satélite distribuidas por los científicos. “Puedes ver la estructura redondeada en el frente de la capa de hielo, sobre todo cuando la sobrevuelas desde una altura suficiente”, ha explicado en un comunicado el ingeniero John Paden, de la Universidad de Kansas (EE UU). “Es gracioso que hasta ahora nadie haya pensado: 'oye, ¿qué es esa cosa circular de allí?”.



“Es gracioso que hasta ahora nadie haya pensado: 'oye, ¿qué es esa cosa circular de allí?”, afirma uno de los descubridores


El equipo descubrió el cráter en julio de 2015 al inspeccionar un nuevo mapa topográfico de Groenlandia generado con técnicas de radar, dado que el 80% de la isla está cubierto por hielo. “Inmediatamente supimos que era algo especial, pero al mismo tiempo tuvimos claro que sería difícil confirmar el origen de esa depresión”, ha señalado Kurt H. Kjær, del Museo de Historia Natural de Dinamarca.
Los científicos han dedicado los últimos tres años a corroborar su primera impresión. Un avión alemán del Instituto Alfred Wegener para la Investigación Polar sobrevoló de nuevo el glaciar Hiawatha con un radar de precisión. “El aparato superó todas las expectativas y ofreció asombrosos detalles de la depresión: un borde claramente circular, un levantamiento central, capas de hielo removidas y no removidas, restos en la base. Todo está ahí”, ha añadido el glaciólogo Joseph MacGregor, de la NASA.
En 2016 y 2017, los investigadores organizaron dos expediciones al pie del glaciar y recogieron muestras de sedimentos. Algunas arenas de cuarzo estaban deformadas, “un indicador de un impacto violento”, según Nicolaj K. Larsen, de la Universidad de Aarhus. También aparecieron elevadas concentraciones de níquel, cobalto, cromo y oro, indicios de un meteorito de hierro.






Imagen de satélite del glaciar Hiawatha, con la silueta del cráter señalada con un círculo rojo.
Imagen de satélite del glaciar Hiawatha, con la silueta del cráter señalada con un círculo rojo. NHMD




El siguiente paso de los científicos es calcular la edad exacta del cráter. La horquilla que ahora manejan abarca todo el Pleistoceno, desde hace unos tres millones de años hasta hace tan solo unos 12.000, en el final de la última edad de hielo. El cráter sudafricano de Vredefort, considerado el mayor del planeta, tiene un diámetro de 160 kilómetros y se formó hace 2.023 millones de años, según ha explicado Kurt H. Kjær a este periódico. El cráter mexicano de Chicxulub, vinculado a la extinción de los dinosaurios, mide 150 kilómetros de diámetro y su edad es de 66 millones de años.
Conocer la edad del boquete facilitará la investigación de los efectos que tuvo el impacto en la Tierra. En su estudio, publicado en la revista especializada Science Advances, los autores aseguran que el choque “muy probablemente tuvo consecuencias ambientales significativas en el hemisferio norte y posiblemente en todo el mundo”. Kjær cree que la clave fue el derretimiento de inmensas capas de hielo. “El agua dulce llegada al norte del océano Atlántico podría haber cambiado la circulación oceánica global”, hipotetiza.

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