TEATRO
Joël Pommerat: “Debemos preservar el teatro público”
Figura fundamental de la nueva escena europea, el francés estrena su celebrada versión de 'Caperucita Roja' en Madrid
Imagen de 'Caperucita Roja', de Joël Pommerat. ELIZABETH CARECCHIO
La historia empieza en un teatro de la empobrecida banlieue de París, allá por 2004. Joël Pommerat todavía no era un nombre fundamental de la escena francesa, sino un semidesconocido que estrenaba una obra de 40 minutos pensada para el público infantil. Contra todo pronóstico, ese modesto espectáculo, una peculiar versión de Caperucita Roja repleta de tétricos claroscuros y tránsitos hacia el subconsciente, logró seducir al público adulto. Y provocó algo parecido a un cambio de paradigma dentro del ecosistema francés, en vista de las legiones de imitadores que le han salido desde entonces. Dos años después, el Festival de Aviñón programó tres de sus obras en una misma edición, privilegio al alcance de una minoría. Entre ellas, esta adaptación del cuento de Perrault que podrá verse en Madrid a finales de este mes.
Pommerat, de 53 años y con tres décadas de teatro a sus espaldas, ha terminado conquistando el centro, aunque siga sintiéndose más a gusto en la periferia. “Siempre he estado más cómodo en el anonimato. Pertenezco a una generación que creció con figuras negativas y mortíferas como modelos. Siempre me he definido a través de la sombra y del fracaso. Así que, cuando llega el éxito, te desestabiliza…”, confirma en un discurso sosegado. Es la hora del almuerzo en La Rochelle, la pintoresca localidad en la fachada atlántica francesa que ha escogido para ensayar su nuevo espectáculo (el primero en tres años, tras una pausa por agotamiento), en el que un grupo de mujeres interpretarán papeles de preadolescentes. En el muelle de la ciudad, los trabajadores aprovechan la pausa del mediodía para agotar los últimos rayos de sol que dará el año. Pommerat, en cambio, preferirá el silencio y la sombra, sentado en la única mesa ocupada de la primera planta de un pequeño restaurante, lejos de un bullicio que debe de resultarle molesto o amenazador, como un personaje de Modiano o un verso de Pessoa.
Después de su Caperucita Roja,Pommerat decidió adentrarse en otros dos mitos infantiles, Pinocho y Cenicienta. En Francia decidieron colgarle la etiqueta de “teatro popular de calidad”, una expresión que dice aborrecer. “Recurrí a los cuentos en reacción a la tendencia dominante en narrativa y teatro, que incitaba a prescindir del relato. Un cuento infantil plantea una historia tradicional y, a la vez, no renuncia a alcanzar cierta profundidad sobre la interioridad humana”. Esa parece, en el fondo, su máxima pretensión. “Sí, tengo esa aspiración ingenua, pese a ser muy consciente de la incapacidad del teatro para descubrirnos algo superior…”, admite. Aun así, rozó esa quimera en dos espectáculos de perfil más adulto, La reunificación de las dos Coreas —una obra sobre el amor, a falta de una mejor definición— yÇa ira, un fresco sobre la Revolución Francesa desde el punto de vista de los anónimos, lejos de la grandilocuencia del mito nacional.
“Mi trabajo sería imposible sin las políticas culturales. El ámbito privado me habría considerado demasiado caro”
El director creció en una familia que nunca iba al teatro. Trabajó en una piscifactoría antes de probar suerte como actor. Poco después, se puso a dirigir, pese a no tener formación. Por los motivos citados, su teatro aspira a provocar una emancipación, tanto sensorial como intelectual. Pommerat ha desarrollado casi toda su carrera en el poderoso circuito del teatro público, uno de los últimos dominios culturales no sometidos al mercado. “Me cuesta tener una perspectiva global sobre el teatro europeo, pero cuando voy a EE UU entiendo que contamos con un modelo que allí no existe”, afirma el director. “Debemos preservarlo. Mi trabajo ha sido posible gracias a las políticas culturales que permiten que artistas como yo desarrollen su obra, su reflexión y también sus errancias más estériles”, reconocerá en el camino de vuelta al ensayo. “Sin su existencia, hubiera sido imposible. El teatro privado me habría considerado una inversión demasiado cara”.
‘Caperucita Roja’, de Joël Pommerat, se representará el 30 de noviembre y el 1 de diciembre en el teatro Pavón Kamikaze dentro del Festival de Otoño de Madrid.
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