La lucha de los géneros (¿o de los sexos?)
El académico Pedro Álvarez de Miranda hace un análisis ameno y exhaustivo del lenguaje inclusivo y del desdoblamiento de los géneros gramaticales
Cartel sobre el lenguaje sexista de una campaña de la Universidad Complutense de Madrid titulada #UniInclusiva.
Alguien, en la tertulia del madrileño Lion d’Or, debió alguna vez decir, allá por los cincuenta, que fulano de tal era un antofagasta, y Antonio Díaz-Cañabate, en su Historia de una tertulia, definió esa condición como la de “un pelmazo, pero con características especiales”. A finales del siglo pasado, la Real Academia Españolase aprestó a incluir dicho término en el diccionario, pues se hallaba al parecer en obras de Lorca, Gómez de la Serna, Zamora Vicente, Benet y otros, con lo que se armó un monumental quilombo en Chile. Antofagasta es la segunda ciudad del país andino, y sus ciudadanos consideraron una injuria semejante intento. Hubo manifestaciones populares, comunicados oficiales, entre ellos uno de la Academia de Chile, y hasta plegarias y procesiones encabezadas por el obispo de la diócesis. El objetivo de las movilizaciones, finalmente conseguido, fue impedir que el diccionario registrara el vocablo, cuya definición hería los sentimientos de los habitantes del país hermano. De entre las muchas lecciones que del caso pueden derivarse no es la menor la emocionalidad que el uso del idioma puede llegar a provocar entre las gentes.
Acerca de esas pasiones, humanas y comprensibles pero que en ocasiones conviene dominar, versa un breve ensayo del profesor Pedro Álvarez de Miranda. En El género y la lengua hace un recorrido prácticamente exhaustivo, casi inmejorable, de los debates en torno al lenguaje inclusivo y el desdoblamiento de los géneros gramaticales en castellano, sobre el que para empezar declara que “ni tiene que estar vedado ni tiene por qué ser sistemático”. En el libro, cuya abundante documentación científica no impide una lectura entretenida y repleta de ironía, se explica que el hecho de que el masculino, como género gramatical no marcado, constituya un problema para la causa del feminismo y la visibilidad social de las mujeres es un mal asunto. Sobre todo porque no tiene solución. Y un problema sin solución posible es mejor que deje de ser un problema.
El autor relata con infinidad de ejemplos la variedad de cuestiones que el desdoblamiento en la identificación de género, o “dobletismo”, plantea al lenguaje. De su lectura se desprende una vez más con claridad que el idioma es un “sistema” cuyas reglas, fruto del uso, han sido elaboradas durante siglos, y su arbitraria vulneración solo puede producir el caos. No digamos si además de arbitraria se lleva a cabo por decreto o imposición del poder político.
El activismo feminista ha emprendido en muchos países hispanohablantes una campaña contra el machismo de nuestro idioma. En ella la cuestión del desdoblamiento y la flexión de género ocupan un lugar relevante. Tanto, que la actual vicepresidenta del Gobierno, y ministra de Igualdad, parece situarla como uno de los puntos centrales del debate, hasta el punto de decir que “tenemos una Constitución en masculino”. La cuestión no es tan nueva. Álvarez de Miranda cuenta cómo hace más de dos siglos se discutió en la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País si la persona al frente de la Junta de Damas de Honor y Mérito debía llamarse presidenta o presidente. Fue Iriarte quien defendió el término femenino, pero no ha de creerse que todos los ilustrados de la época participaban de idéntica opinión.
Este ensayo, que hará la felicidad de los aficionados a las palabras, es una elaboración en base a algunos artículos publicados por EL PAÍS y la revista electrónica Rinconete. En otra obra del autor aparecida ya hace un par de años (Más que palabras), se pueden encontrar también valiosas contribuciones al debate que nos ocupa, entre ellas una mención al conflicto de Antofagasta con el que comienza esta nota. Conviene por último señalar el viaje que la palabra género ha llevado a cabo en nuestro idioma: de ser una categoría gramatical a definir el sexo “entendido desde un punto de vista sociocultural y no solo biológico”. Nuestra Constitución en masculino, acosada ahora en su madurez, establece en su artículo 14 que los españoles (género masculino no marcado, y por lo tanto inclusivo) son iguales ante la ley sin discriminación “… por razón de nacimiento, raza, sexo, religión…”, etcétera. Para nada habla de género, pero bienvenida sea esta nueva acepción, hace tiempo recogida por el diccionario con el significado descrito. Por lo demás es de esperar que el sexo siga gozando en nuestro idioma de sus atávicas connotaciones. Si alguien confundiera el género como su sinónimo, el libro que comentamos podría haberse llamado El sexo y la lengua.Algo más propio de Masters y Johnson que de un estudio de lexicografía.
Más que palabras. Pedro Álvarez de Miranda. Galaxia Gutenberg, 2016. 268 páginas. 22,50 euros.
El género y la lengua. Pedro Álvarez de Miranda. Turner, 2018. 94 páginas. 9,90 euros.
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