La Generación del 27 reúne una pléyade de artistas españoles que legaron obras inmortales. Pero su memoria tiene género masculino. Nadie se acuerda de ellas, las “sinsombrero”, olvidadas injustamente por la dictadura franquista.
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La generación del 27 en femenino
Categoría (El mundo del libro, El oficio de escribir, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 26-05-2020
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Este conocido movimiento literario, liderado por Pedro Salinas, Federico García Lorca, Vicente Alexandre… entre otros, llama la atención cuando nombres de escritoras se adhieren a él: Margarita Manso, Maruja Mallo, Concha Méndez, Marga Gil Roesset, María Teresa León, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre… La lista es larga, puesto que está formada por artistas, no solo escritoras. Vivieron aprisionadas, sin poder disfrutar de sus aficiones, de sus amistades; sin poder expresarse, ni decidir por sí mismas. Querían, como sus coetáneos, sentirse independientes y libres, pero en la sociedad de la época era imposible. La mujer tenía que circunscribirse al papel de ser madre y esposa. En cambio, ellas no habían nacido solo para ser eso. Eran mujeres talentosas y así lo demostraron.
También tuvieron que demostrar su rebeldía y lo hicieron. El cubrirse la cabeza era signo de jerarquía social, de personas adineradas; únicamente los hombres se podían descubrir en espacios cerrados. Cuenta Maruja Mallo que «un día se nos ocurrió a Federico, a Dalí, a Margarita Manso y a mí quitarnos el sombrero porque decíamos que parecía que estábamos congestionando las ideas y, atravesando la Puerta del Sol, nos apedrearon llamándonos de todo». Este fue su acto de desobediencia y esa, la reacción inmediata. Al final la modernidad imperante afloró. Tras este gesto vino la denominación de “Las sinsombrero”. Así, el escritor y periodista Ramón Gómez de la Serna comentó: “El fenómeno del ‘sinsombrerismo’ es el final de una época, como fue lanzar por la borda las pelucas. (…) Quiere decir ansia de nuevas leyes y permisos, no dejar nunca en el perchero la cabeza (…), ir por rumbo bravo por los caminos de la vida, desenmascararse, ser un poco surrealista”.
Todas tienen en común ser hijas de familias con poder adquisitivo y crecer con hermanos. Esto último les inquieta, porque ven las diferencias notables entre lo que pueden hacer ellos y lo que no pueden hacer ellas. De esta manera llega su insubordinación: quieren ser iguales, pero no les dejan. Afortunadamente, los acontecimientos estuvieron a su favor.
El fenómeno de la República favoreció la libertad de la mujer en España, supuso un despertar a la verdadera condición femenina. En este contexto es en el que ven clara la capacidad de la mujer para transformar un estado social determinado, una escala de valores. Eran mujeres rompedoras, transgresoras, valientes que mantenían estrechas relaciones entre sí, se apoyaban mutuamente. La vida cultural madrileña y, sobre todo, centros como el Lyceum Club (fundado por mujeres en 1926, donde disfrutaban de la biblioteca, de exposiciones, conferencias…) ayudó que tuvieran contacto entre ellas, dando lugar a amistades y colaboraciones incluso en el exilio, porque por esa República que todas defendieron, tuvieron que abandonar su país, sus pequeños logros, y exiliarse.
Si el exilio impuesto nunca ha sido buen acompañante, para ellas lo fue menos, puesto que probablemente secundó su escasa visibilidad. Fueron muchas y dejaron una extensa huella en diferentes ámbitos culturales. Aun así, ningún libro de texto las ha mencionado, por lo que una parte de la historia de la literatura de nuestro país ha quedado oculta. Sin embargo, ellas no se ocultaron. Compartían cafés y conferencias con los hombres. Y así lo atestiguan los testimonios gráficos del momento. Muchos de ellos sí las reconocieron, escribieron los prólogos de sus libros e incluso les dedicaron poemas, pero otros muchos se sirvieron de ellas y nada más.
Quienes publicaron antologías como Ángel Valbuena Prat en 1930 titulada La poesía española contemporánea incluyó únicamente tres nombres femeninos: Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcin y Concha Méndez. Gerardo Diego, cuatro años más tarde, mencionó nada más que a las dos primeras en su Antología poética española contemporánea (1915-1934).
Como vemos el rechazo social pesaba mucho y el rechazo familiar, más todavía. De ahí el desconcierto, la inseguridad, la incertidumbre ante las propias capacidades, ante el papel que como mujer le toca desempeñar a cada una, ante la conveniencia de tales o cuales actitudes. Esta maraña de sentimientos queda patente en los testimonios autobiográficos de todas ellas. Testimonios que están a nuestro alcance gracias a la labor de recopilación de periodistas, editores y familiares de ahora.
Y es ahora cuando pasamos del plural, ellas, a la singularidad; vamos a ahondar en la particularidad de cada una. En el magnífico documental de RTVE aparecen sus testimonios, sus retratos… Incluso su voz: “Yo de mayor voy a ser capitán de barco”, dijo Concha Méndez ante un amigo de su padre quien le replicó: “Las niñas no son nada”. Estas palabras todavía le reforzaron más su ímpetu de querer comerse el mundo, y así lo hizo. Campeona de natación, atleta; entusiasta de su Citröen francés que conducía por Madrid, de la pintura, del teatro, del cine… Todo lo probó. La amistad con Lorca y con Alberti la empujó a escribir su propia poesía y la amistad con Maruja Mallo, a trasgredir las normas sociales. Tras publicar dos poemarios Inquietudes (1926) y Surtidor (1928), viajó sola en 1929 a Inglaterra y a Buenos Aires donde editaron su tercer libro con un dibujo de la hermana de Borges, Nora: Canciones de mar y tierra (1930). El cuarto, Vida a Vida (1933), fue prologado por Juan Ramón Jiménez. Tuvo tanto trato con Luis Cernuda que se instaló en su casa de México y allí murió de un infarto en 1963. Fue en 1979 cuando apareció su último libro. No regresó, siguió viviendo en aquel país hasta su fallecimiento en 1986, con ochenta y ocho años de edad.
Compartió siete años de su vida con Luis Buñuel, al que conoció en sus veraneos en San Sebastián. Y con Manuel Altolaguirre compartió matrimonio, un aborto, una hija y varias editoriales que fundaron en Londres y en La Habana, hasta que la abandonó por otra mujer. Fue en esas editoriales donde se difunde la obra del grupo de la Generación del 27, en revistas varias como Poesía, 1616... En su poesía se ve la evolución que sufre su vida y su persona. Al principio asemeja su creación a las corrientes artísticas del momento, las vanguardias, luego aparece su estilo personal con un lenguaje directo, sencillo, depurado. En ningún momento abandonó la poesía, pero eso no le impidió acercarse a otros géneros: publicó varias obras de teatro y escribió guiones cinematográficos, aunque lamentó no poder dirigir, porque nadie ayudaba económicamente a una mujer. Su familia, sobre todo su padre, se limitó a ponerle impedimentos y a no valorar nada de lo que hacía. No guardó ninguna de sus reproducciones de cuadros ni el retrato que le pintó su amiga Maruja Mallo. Tampoco apreció su popularidad por sus resultados en lo deportivo y en lo literario.
Otra mujer que también destacó en lo literario fue María Teresa León, autora de una veintena de libros de distintos géneros: “Escribir es mi enfermedad incurable”. Nació a comienzos del siglo XX, en 1903, una fecha no muy propicia para un espíritu libre. Como hija de coronel, los traslados de su padre la llevaron desde Logroño a Madrid, Burgos, Barcelona. Estos desplazamientos serán una constante en su vida. Además, sus padres pensaban que el cambio de ciudad ayudaría a modificar su mentalidad. Estudió en colegio de monjas, pero fue expulsada. La influencia de sus tíos Ramón Menéndez Pidal y María Goiry (primera mujer doctorada en Filosofía y Letras) resultó decisiva a la hora de leer todo tipo de libros, incluso los “prohibidos para una señorita”, y de querer estudiar el bachillerato, algo no bien visto para quien no tenía otro futuro que casarse. Y ahí se impuso su padre: a los diecisiete años la unió a Gonzalo Sebastián. Tuvo dos hijos, el primero llegaría al año siguiente y el segundo cuatro más tarde. Pero dejó de hacer su papel esperado. Porque en 1921 a su vida de madre primeriza le sumó el papel de escritora con los primeros artículos en el Diario de Burgos. En este momento y hasta 1926 firma con el nombre de la heroína de Gabriele D’Annunzio, Isabel Inghirami.
Sus textos destacan por la defensa de la mujer y de la cultura. En1927 participa en los cursos de verano de San Sebastián donde conoce a su admirado Pedro Salinas. Además, imparte conferencias en Burgos, Madrid y Valladolid. Al año siguiente viaja sola a la Argentina. Será 1929 su año decisivo: publica cuentos y conoce a su compañero de vida, Rafael Alberti. Con él se marcha a Mallorca, lo que supone renunciar a la custodia de sus hijos. Una vez divorciada, se casan. Alberti ilustra su colección de cuentos Rosa Fría. La Junta para la Ampliación de estudios pensiona a María el proyecto de estudiar el movimiento teatral europeo. Viajan por Europa. Más tarde llega su participación en la fundación de las revistas Octubre y El mono azul. Pero su papel en ellas no es pasivo, sino muy activo como agitadora cultural y literaria en los frentes de batalla y como salvadora del patrimonio nacional. Tras la derrota republicana, llegarían sus estancias en Francia, donde fueron traductores para la radio francesa y locutores para las emisiones de Latinoamérica; en Argentina, donde nació su hija Aitana, permanecieron allí veintitrés años, y en Roma, donde pasarán los siguientes catorce y escribirá Memoria de la melancolía. Después de casi cuarenta años de exilio, en 1977, regresó a su tierra natal. Pero solo lo hizo físicamente, no mentalmente, puesto que desde 1971 tuvo al alzheimer como único acompañante hasta su muerte, en 1988.
Hemos querido exponer las trayectorias vitales de estas dos heroínas ampliamente ya que son las que tuvieron mayor represión familiar. No cabe duda de que todas participaron de vidas fascinantes. Sin embargo, el extenso número de mujeres hace que, a continuación, nos limitemos a perfilar las de otras artistas de esta Generación del 27.
Entre ellas asombra la precocidad de la ilustradora, escultora y poeta Marga Gil-Roësset. Ella fue quien, ya a los doce años, ilustró el poema de su hermana Consuelo. Desafortunadamente, a pesar de empezar desde muy joven, de sorprender por lo que transmitían sus esculturas, por los materiales que usó (el granito), no pudo continuar con su vida. A los 24 años decidió suicidarse, no era correspondida por su amor, Juan Ramón Jiménez, pero antes destruyó la mayor parte de su obra escultórica.
Si tú, espontáneamente, me dieras un beso… y me atrajeras… así… estrechamente… dejándome… oír en tu pecho latirte el corazón… y un poco también la plata de tu voz… Sería glorioso.
Así mismo también elogiamos a la filósofa, ensayista y poeta María Zambrano, de quien Ortega y Gasset afirmó “no hay ningún discípulo que tenga la inteligencia de ella”. Se licenció en Filosofía y llegó a aunar la razón y la poesía.
El agua ensimismada¿piensa o sueña?el árbol que se inclina buscando sus raíces,el horizonte,ese fuego intocado,¿se piensan o se sueñan?
La siguiente es una mujer polifacética, emprendedora: Josefina de la Torre. Con veinte años escribe su poemario, que firma con el seudónimo de Laura de Comminges. Trabajó como actriz y dobló a Marlene Dietrich entre otras.
Destino,¿qué nombre es el tuyo,cruel y despiadado,que te enfrentas, altivo,a la humanidad?
La arriba mencionada Maruja Mallo fue una pintora de éxito tanto en Argentina como en Nueva York donde se reconoció su obra y se codeó con grandes artistas. En 1928 Ortega y Gasset le cedió los salones de la Revista de Occidente que dirigía para exponer sus cuadros. Amiga suya fue la también pintora Margarita Manso, la musa de Dalí y Lorca. Y otra poeta que brilló con luz propia fue la discípula de Juan Ramón Jiménez, Ernestina de Champourcin.
Y estás: en el vacíoy en la ausencia presenteen la que es y vivesin dejar de ser únicaoquedad invisiblecon raíces eternas.No hay mundo que la llenepero sí algo vivoque la besa y la calma.
Fecunda escritora que no solo firmó libros de poesía sino también cuentos y ensayos fue Rosa Chacel, conocida sobre todo por sus novelas. Y entre tantas también hubo una religiosa, Cristina de Arteaga, quien escribió poesía, además de libros y artículos sobre temas históricos y religiosos tras doctorarse en Ciencias Históricas. Y por último citamos a Zenobia Camprubí, culta, domina tres idiomas, traductora, cuentista desde muy joven, poeta y mujer de Juan Ramón Jiménez.
Así de fecundo y único resultó ser este movimiento literario si agregamos a todas ellas. Seguramente, la palabra que más anhelaron durante su intensa vida fue “libertad”. Quisieron ser libres en el pensamiento, en las actuaciones, en sus hechos, en sus creaciones… La libertad es imprescindible para la experimentación y eso es lo que hicieron. Crearon obras innovadoras, transgresoras, diferentes que todavía hoy en día llaman la atención y son valoradas. No encajaban en aquella sociedad; sin embargo, sus creaciones sí encajan en la nuestra. Ya lo dice la escritora Tania Balló: “La historia sin ellas no está completa”.
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