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Creemos que la expresión “te explota la cabeza” referida a algo verdaderamente sorprendente –hay hasta un emoticono para eso, no precisamente de los más logrados– se usa ahora mucho más que antes, como si tuviéramos entre manos más cosas capaces de explotarte la cabeza en vez de menos, de lo que podríamos concluir que ese balance depende más de las cabezas que de las cosas.
Nos explota al darnos cuenta de que la semana que viene llegamos al número mil de eso que llamamos Encuentros Corsarios. 1000. Muchos ceros veo yo ahí. Un montón de tardes, y bastantes mañanas, dispuestas para la escucha y el acercamiento entre quienes escriben y quienes leen. Algo que es nuestro día a día, lo cotidiano, pero que visto en perspectiva quizá esté empezando a tomar tintes de extraordinario. Al menos en lo que se refiere a nuestra parte constancia y vuestra generosa complicidad, de la que siempre estaremos agradecidos.
“David Lynch hace que lo corriente parezca extraordinario, y yo hago que lo extraordinario parezca corriente”, dijo una vez Barry Gifford sobre su relación con el cineasta.
Hablando de explotar cabezas, el principio de Corazón salvaje, la película. Lo hacía literalmente Sailor-Nicholas Cage con aquel asesino que iba a apuñalarle por encargo de la madre de Lula-Laura Dern, al ritmo metalero y frenético de Slaughterhouse, la canción de Powermad, con esa capacidad de Lynch para materializar en la escena inicial –acuérdate de la oreja de Terciopelo azul– la acechanza del mal sobre las vidas de sus personajes. Ahí descubrimos a un escritor llamado Barry Gifford, autor de la novela en la que se basaba la película y guionista después de Carretera perdida.
Profundamente descatalogado en España, Gifford está aquí de nuevo. Dirty Works acaba de publicar Corazón salvaje en un movimiento editorial que nos tiene entusiasmados: las ocho novelas de la saga de Sailor & Lula –dos de ellas inéditas en nuestro idioma–, una al mes de aquí a junio, con un colorido formato tirando a pulp y nuevas traducciones a cargo de Javier Lucini. A eso se le llama empezar bien el curso.
En la construcción de ese conglomerado cultural que Luis Boullosa llama América Imaginada, podríamos situar a tres narradores contemporáneos cuya obra crea nuevas mitologías. Paul Auster en la ciudad, Sam Shepard en el territorio que fue el Oeste y Gifford en la carretera. Leyéndole, detectas tanto ese vigor del impulso hacia el camino de los beatniks como aquella estructura tipo collage que ya estaba en El Quijote. Sus personajes se encuentran a la intemperie, expuestos a la fatal o maravillosa posibilidad del encuentro y se alimentan fundamentalmente de las historias que se cuentan y se encuentran, como si la vida consistiera en eso: escuchar, narrar, sobrevivir.
“Los sueños no son más raros que la vida real. A veces ni la mitad”, le dice Lula a Sailor en un hotel barato de Nueva Orleans, casi un manifiesto estético de su escritura, tan pegada a lo escuchado y a lo singular, a las expresiones concretas de un sentido de la individualidad, plasmadas en ese tipo de diálogos que construyen personajes. Su poética es la de lo preciso, la del detalle, y desde ahí se eleva hasta dibujar eso que entendemos como la cara B de los USA. Y la cara B es igual que la A, sólo hace falta darle la vuelta al disco.
Hay también algo de esa estética de la desesperanza que se encuentra en los mejores autores del género negro, como Jim Thompson, David Goodis o Charles Willeford, a quienes Gifford rescató del mísero e inmerecido olvido con su trabajo en la editorial Black Lizard.
En Corazón salvaje, Sailor y Lula no esperan nada y lo desean todo, y todo lo que desean es estar juntos, vivir su amor sin barreras ni ataduras. Desean fundar algo nuevo y propio, mantener intacta esa inocencia aunque para ello tengan que montarse en un coche y huir lejos, tropezándose con todas las piedras del camino y llevando a cuestas la mochila del pasado. Una historia de amor y aventura contada por un extraordinario narrador.
Le pegamos un telefonazo a Javier Lucini y le encontramos trabajando ya en el quinto título de la saga. “Gifford tenía todo el ciclo en la cabeza desde el principio. Está siendo una gozada editar esto. Según pasa el tiempo, su escritura tiende hacia el lirismo, parece que su estilo va destilándose en un alambique. En conjunto, la saga refleja muy bien la historia reciente de Estados Unidos mientras los personajes van envejeciendo”, dice.
Deseando estamos que llegue octubre ya para devorar el segundo título, Perdita Durango. De momento, Corazón salvaje es nuestro libro de la semana.
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