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El siglo XIX es, por excelencia, la era de la exploración científica sistemática. Alexander von Humboldt, el explorador, naturalista y geógrafo alemán, no llegó a dar la vuelta al mundo, pero su libro Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente inspiró a Charles Darwin y «sentó las bases del pensamiento ecológico y de la idea de conservación de la naturaleza», como nos cuenta el profesor italiano Paolo Pecere en El sentido de la naturaleza. Siete sendas por la tierra.
Este primer viaje de Humboldt, que no fue el primero de la historia occidental en este sentido, pero sí seguramente uno de los más famosos, estableció una forma de explorar el mundo. En junio de 1799, a sus casi treinta años de edad y a punto de partir desde La Coruña para el viaje que llevaba persiguiendo toda la vida, escribió: «Tengo el vértigo de la alegría». Su madre había muerto tres años antes, y con la rica herencia recibida decidió organizar la expedición científica. A pesar de muchos contratiempos, finalmente consiguió zarpar hacia las colonias sudamericanas con el permiso del rey Carlos IV de España, y hasta 1804 recorrió los territorios de América que serían la base del libro que terminaría por inspirar a Darwin, pero también a Alfred Wallace, Henry Thoreau y John Muir (este último, protector de las secuoyas de Yosemite y fundador de los sistemas de parques nacionales en Estados Unidos).
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