lunes, 30 de diciembre de 2013

ZAMBEZE ▲ Mia Couto: «Los africanos tienen una relación comprensiva con la muerte. Los muertos están aquí, no se han ido» - ABC.es

Mia Couto: «Los africanos tienen una relación comprensiva con la muerte. Los muertos están aquí, no se han ido» - ABC.es

Mia Couto: «Los africanos tienen una relación comprensiva con la muerte. Los muertos están aquí, no se han ido»

Día 30/12/2013 - 02.31h

El escritor mozambiqueño habla de «Jesusalém», 

su última gran novela, el periodismo, los sueños, 

la escritura, los espíritus y la política


Mia Couto: «Los africanos tienen una relación comprensiva con la muerte. Los muertos están aquí, no se han ido»
A. ARMADA

Mia Couto, en el jardín de la Agencia Española de Cooperación en la capital mozambiqueña

Del amor por los gatos y de la incapacidad de su hermano pequeño de pronunciar su nombre, Emílio, fue rebautizado por sus amigos y sus padres como Mia. Nacido en Beira en 1955, António Emílio Leite Couto es hijo de emigrantes portugueses que buscaron en Mozambique una vida mejor. A la edad de catorce años publicó algunos de sus poemas en «Notícias de Beira», un periódico local. Tres años más tarde, en 1972, se mudó a la capital, Lourenço Marques (rebautizada Maputo tras la independencia de Lisboa), y comenzó a estudiar Medicina. La guerrilla marxista Frelimo (Frente de Liberación Nacional de Mozambique) le pidió que abandonara sus estudios universitarios para infiltrarse en la prensa colonial. Tras más de una década dedicado a los periódicos optó por volver a la universidad y matricularse en Biología. Desde entonces ha dedicado su vida a la biología y la literatura, dos de las grandes pasiones de este escritor con hitos tan logrados y bien traducidos al español como «Voces anochecidas», «Tierra sonámbula» o «El último vuelo del flamenco».
Se siente tan africano como cualquiera, al margen del color de su piel, no en vano comparte la idea del tiempo circular, «una relación muy comprensiva con la muerte, porque los muertos están aquí, no se han ido. Se sienten así menos asfixiados por los miedos existenciales». Una idea que entronca con la del gran novelista estadounidense William Faulkner, en el sentido de que «el pasado nunca muere, ni siquiera es pasado». La poesía y la imaginación nutren un estilo reconocible a distancia, como se evidencia en «Jesusalém», todavía inédita en español, una de las grandes obras de una de las figuras más respetadas y admiradas de Mozambique, quizá predestinado a convertirse algún día en el primer Premio Nobel de la literatura africana en portugués.
Se reconoce en el afinador de silencios, personaje clave de «Jesusalém». Mia Couto habla pausadamente, mirando a los ojos con curiosidad y una mezcla de ternura y timidez, como si escucharan, con una voz tenue, calma, a veces titubeante (no le gusta imponerse, sabe prestar atención) y el portugués suave que se estila en Mozambique, enriquecido con términos con los que él ha multiplicado la lengua de la antigua colonia del África Oriental Portugués. El escritor bebe en otros libros, pero también en la vida, en la música, especialmente en la música popular brasileña, como la de Chico Buarque o Caetano Veloso: «Me sugirieron que el portugués era una lengua variada y poética, muy rica. Mi padre no tenía mucho dinero, pero adoraba los libros, y cuando llegaba con uno a casa yo hacía de contrabandista y lo escondía antes de que mi madre se diera cuenta. Me hice un apasionado de la poesía española, de la vida y la poesía de Miguel Hernández». Entre sus grandes fuentes de inspiración destacan la poeta portuguesa Sohia de Mello Breyner Andresen (la novela «Jesusalém» está cuajada de citas suyas) y el novelista brasileño Guimarães Rosa, gran acuñador de palabras, como el propio Mia).
La traductora, profesora e ilustrada portuguesa Fernanda Angius, una activista cultural en el Instituto Camões de Maputo, su traductora al italiano (autora, junto a su ex marido, Matteo Angius, del ensayo «Mia Couto. O desanoitecer da palabra. Estudo, selecção de textos inéditos e bibliografia anotada de um autor moçambicano»), dice que la música es una antigua afición del novelista, poeta y dramaturgo, que gusta tocar la guitarra y cantar entre familiares y amigos. Por eso, cuando le preguntan qué hace para «distraerse» de la literatura, comenta: «Hablar con mis amigos es una de mis mayores satisfacciones, los amigos y la familia. Mis amigos y mi mujer me dan un placer inmenso. Yo soy biólogo, y trabajo en una empresa. El problema no es tener tiempo, el problema es tener un tiempo que sea nuestro, por ejemplo apagando la televisión. Cuando se apaga el televisor es como si conectáramos con nosotros mismos».
La primera parte de la conversación se celebró en un seminario sobre periodismo cultural para informadores mozambiqueños, organizado por la Embajada de España en Maputo y la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo. La segunda parte, una entrevista al uso, aunque se aprovecharon algunas de sus respuestas en la «clase», en el jardín del «prédio» de la AECID, en el número 677 de la Avenida de Eduardo Mondlane de la capital mozambiqueña, al quellegó caminando, solo, vestido como suele, de manera informal, con un niqui azul celeste, a juego con sus ojos, y pantalón claro. Nada más entrar saludó uno por uno a los alumnos y anotó sus nombres, compartió un desayuno como uno más y aceptó todas sus preguntas sin poner cortapisas y apremiar a nadie, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Empezó evocando su tiempo como periodista: «Dejé los estudios de Medicina en 1974, cuando recibí instrucciones del Frelimo de Samora Machel [el líder guerrillero que se convertiría en primer presidente del Mozambique independiente, entre 1975 y 1986] para infiltrarme como periodista en "A Tribuna"». Dirigió posteriormente la Agencia Mozambiqueña de Noticias, la revista «Tempo», y el diario «Notícias» y «Domingo». Hasta que dejó de satisfacerle la profesión. Recuerda cómo fue convocado al Ministerio de Información por su oposición a una nueva ley de prensa. Un enviado del Ministerio se presentó con el texto de un editorial, que él se negó a publicar. Presentó su dimisión ese mismo día, pero al día siguiente comprobó que su nombre seguía en la mancheta. Le obligaron a seguir dos años más, hasta que pudo zafarse. Retomó los estudios y se doctoró en Biología.
Para Mia Couto «la profesión de periodista arrostra el peligro de la arrogancia, por tener que hacer las cosas rápidamente».Aunque ha seguido, y sigue, colaborando con los periódicos, aunque solo como articulista, encontró su camino en la biología y la escritura, en la poesía y en el teatro. Pero reconoce que se convirtió en escritor siendo periodista. «Fui muy feliz en el periodismo, sobre todo cuando escribía reportajes, porque son los que se hacen con más tiempo y los que te permiten disfrutar más». Aseguró el autor de «Cronicando» que no volvería a ser periodista a tiempo completo, “como trabajo único”, pero sí que estaría dispuesto a involucrarse en un proyecto periodístico que «ayudara a Mozambique” a salir del estancamiento, de “este impasse, de esta situación. Hasta moviendo sillas».
Era inevitable que en un seminario sobre periodismo cultural apareciera el bicho en la conversación: «No sé si al hablar de cultura hablamos de lo mismo. ¿Qué es cultura en Mozambique?», y por eso pregunta a los especialistas en preguntar si hablan alguna lengua autóctona de Mozambique aparte del portugués. Todos levantan la mano. A continuación pregunta, y se pregunta, cómo se dice «cultura» en makonde o en las otras lenguas del país. No hay un término equivalente. Le pasa lo mismo en su trabajo como biólogo: «No existe una palabra para medio ambiente. Y eso no es ninguna deficiencia. Eso significa que el mundo se ve bajo otra óptica, como que no hay categorías diferentes para cultura y para naturaleza. No es ni más ni menos. Y si nos hacemos también la pregunta de qué es cultura seguro que las respuestas serían muy variadas. Tenemos que sacar provecho de esta manera de pensar. La frontera entre lo que es cultura y lo que no es algo artificial. En Mozambique se puede hablar de naciones que no son siempre de naturaleza étnica. La diferencia entre campo y ciudad, entre oralidad y cultura escrita son, de alguna manera, territorios, naciones. Igual que la diferencia entre jóvenes y ancianos, que son también dos naciones. Otro equívoco es cuando se confunde lo genuino con la tradición, y cómo se puede caer en un discurso arcaico, antidemocrático, capaz de justificar la violencia contra la mujer. La nuestra es una sociedad muy machista. A veces se disfraza de falso puritanismo lo que no es más que una imposición. En algunos lugares no se puede enseñar el hombro, y se recurre a la tradición, a nuestra cultura, cuando no hay nada que lo avale. Hay que tener mucho cuidado con esa idea de la tradición, de la supuesta pureza de la mozambicanidad, que en realidad es algo mucho más mezclado. Porque habiendo musulmanes y cristianos, lo cierto es que hay creencias que todos comparten, que además son muy potentes. No tenemos por qué ocultar ese hecho, porque lo cierto es que poseemos una identidad plural. Nuestra casa está en cualquier sitio. Puedes manifestarte musulmán, o cristiano, y al mismo tiempo compartir una fuerte creencia en los antepasados. Y eso no es malo. Otro equívoco muy extendido es confundir arte con cultura. O también una práctica social determinada con cultura. Ahora contamos con una democracia, ¿pero tenemos una cultura democrática? No son la misma cosa. El capitalismo se instaló en la realidad mozambiqueña, pero el gran partido del país es la familia. En algunas lenguas autóctonas el presidente es "hosi", es decir, "dios". Pero los jefes no se eligen, son dinásticos. Son contradicciones, que forman parte de nuestra tradición. Por eso alguien que llama "hosi" al presidente Armando Gebuza puede al mismo tiempo votar en su contra. Son elementos de conflicto que estamos obligados a manejar».
Mia Cuoto considera que en lo que le falta al periodismo cultural es trabajo de investigación. «La producción cultural está dominada por el mundo comercial, lo que triunfa en el mundo de la televisión, es decir, el cultivo de la fama. Yo creo que es preciso mostrar justamente lo contrario, cómo hay gente en el mundo de la cultura que está buscando otras cosas que no son esas. Son otras dimensiones de la cultura que no exploramos, como por ejemplo la economía informal, cómo encaran las familias mozambiqueñas su propia supervivencia. Ese es para mí un trabajo pendiente. O haría también un reportaje sobre algo que es tabú en Mozambique, que está prohibido y que parece terrible: la homosexualidad. Esos temas merecerían una investigación. En los periódicos que leo, sobre todo los oficialistas, me gustaría ver un país real, con sus dramas y sus canciones».
Admite Mia Couto que nunca fue amenazado ni censurado a causa de sus libros, «quizás por un cálculo interesado del poder. No es lo mismo cuando doy mi opinión en los periódicos, cuando escribo artículos de opinión». A lo que el delegado de EFE en Mozambique, José Luis Toledano, organizador del seminario sobre periodismo cultural, apunta: «Será que los políticos no suelen leer libros». «Será», replica bienhumorado el escritor, que se muestra muy agradecido por la acogida que han tenido sus libros. Basta comprobar que «Jesusalém», editado por Caminho en Lisboa, lleva ya ocho ediciones. En una página de cortesía del mismo volumen se da cuenta de las obras del autor: nada menos que 25. Rara es la que no ha sido reeditada, y muchas en numerosas ocasiones, como «Voces Anoitecidas» (11 ediciones), «Cronicando» (8), «Terra Sonâmbula» (11), «Mar Me Quer» (13), o «A Confissão da Leoa» (7). «Me siento muy feliz con la acogida que han tenido mis libros, o los de colegas mozambiqueños como Paulina Chiziane, y eso teniendo en cuenta que hay muy pocas librerías en el país. Vendo más libros en Brasil y Portugal, y aunque he sido traducido en treinta países diferentes muchas de esas ediciones son muy pequeñas».
Lleva media vida en esta tierra sonámbula. ¿Cuántas certezas tiene?
No sé ni siquiera si tengo certezas. Porque con las pocas que tengo trato de entrar en conflicto. No dejo de hacerme preguntas. Una de las cosas más felices que me sucedieron fue perder el miedo a la imposibilidad de prever el futuro, y pensar que el mundo tiene reglas y leyes que se pueden entender fácilmente. Creo que en ese sentido vivo en una tierra africana que hizo una revolución, que tiene con respecto a eso una actitud muy relajada. Creo que los africanos tienen, desde su propia noción del tiempo, que es circular, y desde su relación con la muerte, con los muertos, una relación muy comprensiva, porque los muertos están aquí, no se han ido. La manera tan fácil con la que les visita. Se sienten menos sofocados por los miedos existenciales.
¿Cuándo empezó a sentir que con las palabras podía nombrar lo que no entendía, a tener conciencia de que las palabras puede permitirle hablar de cosas que percibía aunque no entendía?
Yo sentía que era importante para mí la palabra poética. Por eso empecé escribiendo poesía. Para mí era como una ventana luminosa que me permitía contemplar mejor el mundo. Y sobre todo me permitía entenderme mejor a mí mismo. Cada vez que escribía un poema era como si me desnudara y me vistiera de otra manera. No fue algo que ocurrió súbitamente, sino algo progresivo. Me fui dando cuenta de que la palabra, más que un objeto funcional, más que un instrumento, era como una revelación de mi propio interior.
¿En ese sentido, «Raíz de Orvalho» [su primer libro, un poemario, publicado en 1983], fue una especie de necesidad?
Sin duda que sí, pero una necesidad doble. Por una necesidad que podría considerarse metafísica, pero también a causa de una necesidad más concreta, porque en aquella época, en los años ochenta, los mozambiqueños estábamos bajo un régimen marxista y en medio de una revolución socialista, y estaban muy presentes ideas como que el amor era una cosa burguesa, que la pasión era una pérdida de tiempo, y en el terreno de la poesía se negaba la afirmación de la individualidad y de la intimidad, que eran consideradas también una suerte de degeneraciones burguesas. El libro fue de alguna manera escrito contra eso, fue la reconquista para mí mismo, sin otra tipo de osadía, de ser yo mismo, la necesidad de decir yo amo, de afirmar que la poesía es buscar aquello que es íntimo. Me acusaron de que ponía en duda la llegada de un hombre nuevo que propugnaba el socialismo, mientras que yo hablaba de hombres tristes. Yo no participé directamente en la lucha armada, sí en la lucha por la independencia, lo que me ayudó a crear mi Mozambique. Recuerdo una reunión en la que cada uno tenía que dar cuenta de su sufrimiento, y cada uno mostraba sus razones. Pero yo no tenía ninguna, era un privilegiado. ¿Voy a tener que sufrir? Yo sé lo que soy y soy mozambiqueño, pero tengo las mismas dudas que cualquier otro.
¿Y qué fue lo que lo llevó de la poesía a la prosa? ¿No le llegaba para mostrar todo lo que veía, sentía, soñaba?
Nunca he respetado mucho la frontera entre una cosa y otra, entre la poesía y la narrativa. Cuando escribo prosa yo siento que estoy haciendo poesía, de una manera libre, y creo que probablemente escriba mejor poesía escribiendo prosa. Uno no siempre sabe bien hasta qué punto la poesía es una organización formal del universo.
De hecho su amiga y traductora Fernanda Angius dice que en realidad Mia Couto es más poeta que otra cosa, que su poesía manda en su narrativa, que es más poeta que novelista. ¿Está de acuerdo?
Sí, estoy de acuerdo. Desde luego me gusta verme así. Porque si algo me gusta decir que soy es un poeta. Me da cierto reparo en decir que soy un escritor. Lo que sí siento es que tengo que contar historias, porque esta realidad es muy fuerte en ese contexto, es muy sugestiva en Mozambique, y no por una cuestión mágica, tropical o exótica, sino porque existen muchos mundos que se fracturan aquí. Es una sociedad que está todavía en flagrante construcción de sí misma. Hay muchas historias. Esas contradicciones, esos conflictos, son resueltos mediante la ficción.
La invención de palabras es una constante en su literatura. ¿No basta la lengua tal como es, se gastan las expresiones, las palabras que tenemos para reconocernos en este mundo?
Sin duda, y no se trata solo de una cuestión únicamente literaria. Es algo que suelo comentar con mis hijos, que consigan tener una especie de idioma propio, una lengua de cada uno. Que cada uno tenga una lengua con una marca propia me parece algo fundamental porque si no la lengua queda sometida a un mero instrumento funcional, un utensilio con reglas estrictas que no deja espacio para la invención. Una de las cosas que me hacen feliz es que me gusta mucho tocar ese sabor propio de la lengua, y me gustaría aunque no escribiera. Antes de publicar «Tierra sonámbula» publiqué «Voces anochecidas»… Dentro de mí había un desplazamiento entre a lengua portuguesa y el portugués más nuestro hablado en la calle y en el campo. Y pensé: aquí hay un camino, para que hablen los personajes, para mostrar nuestro mundo. Abrí la puerta para dejar que entraran términos que estaban en la calle, pero eso no fue bien aceptado por algunos sectores, que pensaron que estaba usando un mal portugués. Pero para mí non era un mal portugués. Era una operación que tenía que hacer.
¿Fue eso también lo que intentó con «Jesusalém», ya desde el título?
Sí, creo que es preciso desordenar, deshacer la lengua, sobre todo en un país como Mozambique, porque la lengua portuguesa de este país está en franco nacimiento, como pasa con otras lenguas africanas que no tienen la lógica europea, o lenguas europeas que no tienen raíces africanas. En este caso, como en Angola, se apropian del portugués, juegan y experimentan con él. Eso torna visibles los límites de la lengua portuguesa, sus contornos. Su deconstrucción es muy sugestiva desde el punto de vista literario.
En una crónica de «Pensatempos» se refiere al escritor como un viajante de identidades, un contrabandista de almas que está dispuesto a negarse a sí mismo. ¿Se reconoce en esa definición?
Sí, siento esa necesidad de negar lo que ya está hecho, lo que es definitivo, que está construido, creo que ese desbordar los límites es el papel de alguien que se considere escritor. Esa sería una de las pocas condiciones que pondría para considerarme una persona feliz: esa posibilidad del viaje, de estar abierto a otros. En este sentido la palabra que mejor se ajustaría sería la de estar disponible. Escuchar a los otros.
¿Sin embargo, su forma de escribir es reconocible desde lejos, su estilo de caminar en la frontera entre los vivos y los muertos, entre la realidad y la imaginación, no sería una forma de negar esa traición de la que habla?
Puede que haya ahí un conflicto, una contradicción. Si nos hacemos con una casa, una forma de consuelo en esa frontera, se podría considerar así. Lo que yo quiero, lo que yo intento es que esa negación sea una negación constante. Porque es verdad que llega un momento en que todos nos resignamos, y alcanzamos un estilo.
¿Nos acomodamos?
Nos acomodamos. Y lo que yo quiero, y la escritura que estoy haciendo ahora es siempre una tentativa de ruptura con lo que hice antes, para que yo mismo me sorprenda con lo que estoy haciendo, si no fuera así, si persistiera en esa zona de confort porque sé que el libro va a ir bien, no escribiría. Yo quiero que cada libro sea mi primer libro. Si no fuera así no valdría la pena. Solo me apetecer seguir escribiendo si siento la misma inseguridad. Si pienso que es fácil dejaría de hacerlo. Siempre tomo notas en un cuaderno, pero cuando estoy en el acto ficcional tengo que estar encerrado en una habitación.
¿Es su manera de negar la condición única que como mozambiqueño le adjudicaron los portugueses?
No hago eso como una razón de afirmar algo ante otros, es más un problema conmigo mismo. No siento que necesite rendir cuentas o demostrar nada a nadie. No lo veo. Lo que pasa está que más allá de mi voluntad, y así ocurrió en Brasil: que la afirmación de una diferencia se hace con una lengua que es común. Hay un proceso social en que los mozambiqueños, a través del portugués, que a fin de cuentas es la vía de unificación de esta gran familia que forman los países de lengua portuguesa, es un momento y un lugar de afirmación de identidad propia, y eso es un fenómeno que ustedes conocen bien en España.
Blanco, africano, escritor, en lengua portuguesa, biólogo, amante de todos los bichos, ¿cómo maneja su equilibrio?
Lo manejo con la intención de que ninguna de esas partes se imponga, de mantener esa identidad múltiple, no por conveniencia sino porque no quiero nunca caer en esa aparente facilidad de decir quien eres y en la que siempre acabamos acomodándonos: soy periodista, soy autor, y solo acabamos siendo eso. Y no quiero confundir lo que hago con lo que soy y lo que yo soy es algo que solo puede ser así, multifacético, porque amo muchas cosas al mismo tiempo, y no quiero prescindir de ninguna. Tuve un gran privilegio, una gran suerte, porque el tiempo que viví y el lugar en que yo viví me autorizan a esta forma de ser, que me parece un lujo, poder ser varias cosas al mismo tiempo. Hay gente que nació minero, vivió minero y fue minero toda la vida, pero yo tuve esta suerte.
Como Pablo Neruda, ¿da gracias a la vida?
Sí, le doy gracias.
En «O outro pe da serea» (El otro pie de la sirena) dice que “la guerra era una cosa del pasado y al mismo tiempo barrió las cenizas y lavó los recuerdos”. ¿Fue así en Mozambique?
No, no. No hubo un lavado de recuerdos, hubo una negativa a recordar, una forma de guardar esos fantasmas en una caja, sin querer abrirla, y ahora, a causa de los últimos acontecimientos [combates con muertos en Gorongosa, al norte del país, entre miembros de la antigua guerrilla de la Renamo y las fuerzas del gobierno] nos hemos dado cuenta de que no era la mejor manera de resolver esos fantasmas. Creo que cuando la guerra acabó había allí una sabiduría que veía que había acabado, pero en realidad no había acabado. O había conflictos profundos que no se habían resuelto. Y por eso se decidió olvidar. El olvido es una opción, una voluntad, una forma de apagar algo.
En «El último vuelo del flamenco», escribe Agripina Carriço Vieira, habla de que “en vez de la prometida libertad y justicia floreció una nueva clase de dirigentes políticos corruptos y poco respetuosos de las tradiciones ancestrales”. ¿Sigue Mozambique en esa triste deriva?
No creo que pueda hacer una afirmación tan total, tan contundente, porque considero que entre los dirigentes de la Frelimo desde la independencia, desde siempre, hay de todo, hay gente seria también. Lo que ocurre es que la gente seria, decente, está siendo dejada de lado y los que tienen más poder son los que no deberían tener poder.
¿La historia de la flota de atuneros y naos de guerra compradas a Francia es realismo mágico o realismo sucio?
[Se ríe]. Creo que es el peor de los realismos.
¿Corre el peligro Mozambique de seguir el camino de Angola y de otros países africanos por culpa de la maldición de las riquezas, ahora que se han descubierto grandes yacimientos de gas y de petróleo?
Se corre ese riesgo, aunque no creo que sea una maldición ineluctable. Creo que Mozambique tiene todavía espacio para pensar que puede servirse de esos recursos sin comprometer su propio futuro.
¿Depende de las decisiones políticas?
Sí, pero también ha sido bueno que hayamos tenido tiempo para estructurar una parte del Estado, de la legislación, lo que no ocurrió en Angola, que está todavía implantando una serie de regulaciones, un buen uso de esos recursos, cuando fue atropellada por la aparición y explotación de esos recursos. Felizmente, nosotros fuimos más pobres durante más tiempo.
¿En ningún momento le tentó o le tentaron entrar en política, como su colega Mario Vargas Llosa?
No, no quiero. No me veo ahí. Ahora no me identifico con el Frelimo ni con ningún partido. No ser de ningún partido te da libertad para poder cuestionar las cosas con las que no estoy de acuerdo, y además hacía eso cuando estaba dentro del Frelimo. ¿Cómo es posible no criticar la situación de las personas en la ciudad, en el transporte, en las calles? Yo necesito sentirme libre para poder criticar.
Ahora que Graça Machel se ha quedado viuda de Nelson Mandela ¿cree que podría volver a Mozambique y jugar un papel en la vida política?
No quisiera confundir lo que quiero con lo que pienso, pero me gustaría mucho que ella volviera a estar otra vez disponible para interpretar un papel en la política de Mozambique. Creo que es una voz que puede ser importante para el momento actual, sin duda.
Fue periodista al tiempo que escritor, ¿no es posible corregir el estado de las cosas, el reino de las mentiras, haciendo periodismo y por eso escogió la novela?
No, yo creo que en el caso del periodismo en Mozambique es mucho más intervencionista que la propia literatura, la manera como se toma en serio y es capaz de respaldar las estructuras de poder. El periodismo es mucho más evidente que la literatura, que aquí es bastante ignorada. Tal vez haya más recelo de los escritores que de la propia literatura.
«Jesusalém» arranca con dos citas, una de Hermann Hesse, que habla del deseo de olvidar, y otra de Sophia de Mello Breitner Andresen hablando del hombre solo en un barco, de una existencia donde nunca despierta del todo pero tampoco duerme. ¿Es un reflejo de la filosofía de Mia Couto?
Creo que sí, creo que esas verdades traídas por la poesía y de la mano de las mujeres definen bien lo que me parece que son los dos márgenes del mundo.
«Nadie es de una raza. Las razas son uniformes que vestimos», dice Silvestre Vitalício en la misma novela. ¿Empleamos la palabra «raza» en la lengua cotidiana con alegría pecaminosa?
Sí, pero... Yo no tengo miedo de la palabra. Creo que está mal empleada cuando se refiere a razas humanas, y hablando como biólogo desde luego no es riguroso. Pero también las palabras las creamos nosotros mismos, y al emplear la palabra raza sabemos a qué nos estamos refiriendo. El problema es cuando pensamos que las razas son un hecho biológico, o tienen algo que ver con la ciencia, y no son resultado de una historia, de un recorrido cultural que nos atraviesa. Pero no hay que tener miedo de la palabra.
Dicen que la astrofísica y la física son muy útiles para la poesía por su capacidad para nombrar cosas difíciles de ver. En el caso de la biología ¿también le ayudó en su trato con los animales a la hora de encontrar nuevas palabras?
Sin duda, yo creo que no entendería el mundo, el mundo poético que quiero encontrar, si no hubiera tenido esta contribución que viene de la biología, y en concreto de la biología porque es una disciplina científica que nos permite ver a los seres en su complejidad y diversidad como una historia que está siempre proyectándose ante nosotros, más que cualquier otra ciencia. La biología nos enfrenta a esa dinámica del cambio, aunque se haya servido de un término tan infeliz como evolución. Evolución me parece una palabra horrible porque parece que siempre se camina de lo menor para lo mayor, o para lo más sofisticado, y no siempre es así. Sí me gusta desde esa acepción de mudanza permanente que los seres vivos tienen y que es fundamental para mí
¿Y cuanto del afilador de silencios [personaje fundamental de «Jesusalém»] hay o le gustaría que hubiera hoy en Mia Couto?
En los cuentos me pasa que algunas veces, después me doy cuenta de que estoy contando mi propia historia. Pero nunca en una novela hubo antes un personaje que fuera tanto yo, porque yo era el que siempre estaba callado, y en mi casa tenían la impresión de que únicamente hablaba cuando me obligaban...
Cuando era interpelado.
Cuando era interpelado. Refleja mucho de mí. Y está también la relación con mi padre, que percibía que aquel silencio no era una ausencia sino que tenía muchas cosas dentro.
¿Comparte la creencia de sus criaturas de que vivir es cumplir sueños, esperar noticias?
Sí, sí.
¿Y si la respuesta es sí, qué sueña todavía y qué noticia espera?
Las grandes noticias que espero tienen que ver con la paz en Mozambique. Quien vivió aquella guerra que vivimos no desea otra cosa que no sea la paz, y entiendo que todos los deseos son una consecuencia de ese sueño.
Ha escrito que «una buena historia era más poderosa que el fusil y la navaja». ¿Así lo cree de verdad, o le gustaría creerlo?
No los puedo comparar desde el punto de vista de la eficacia que tienen como instrumento capaz de provocar la muerte. Pero a veces me da la impresión de que aunque no se puedan comparar estamos muy preocupados con las armas químicas, pero los hutus y los tutsis se mataron con machetes. Lo que tiene que ser resuelto no es tanto la cuestión de las armas en sí sino quien está detrás de las armas.
En la medida en que nos olvidamos de saludar [«cumprimentar» es la expresión que Mia Couto utiliza en Jesusalém, y tiene una carga emotiva mucho más intensa] a todas las cosas, bichos, piedras, árboles, nubes, ríos, porque todos son personas, estamos faltándole al respeto al mundo que tenemos para compartir con los antepasados y con los que vendrán?
Yo creo que es una cosa sencilla de asimilar cuando se nace y se vive en un país como este, en el que si yo te dijera que este arbusto aquí al lado ayer por la noche se transformó en una persona, o viceversa, una persona se transformó en un árbol, eso quiere decir que las fronteras son muy porosas aquí, esa ausencia de fronteras de la identidad es algo muy marcado aquí. A mí me parece estupenda esa predisposición de las personas para transfigurarse en otras cosas. Porque los mozambiqueños comparten tradiciones antiguas, no solo africanas, que creen de verdad que gran parte de los animales tienen alma, y yo puedo rezar a las almas de los animales. Eso para mí es muy importante, sobre todo frente a esa cultura antropocéntrica en la que estamos centrados en nosotros mismos. Este mundo mozambiqueño nos predispone para escuchar mejor a los otros.
Escribe en «Jesusalém» que «era como una carretera africana, que solo se percibe por la presencia de quien la recorre». ¿Es otra manera irónica, africana, del machadiano «caminante no hay camino, se hace camino al andar», porque en África, literalmente, los caminos están por hacer, y se hacen a pie?
Yo creo que sí. Lo que dice Machado es una verdad para todos, y es tan feliz la manera en que él lo escribe que me parece que aquí no se da exactamente así, donde las cosas son tan nuevas. A veces siento esa gran alegría de que mis compañeros y yo estamos haciendo algo, tal vez tengamos alguna importancia porque somos pioneros, porque no se hizo antes. Es un motivo para ser feliz en Mozambique, a pesar de las grandes dificultades que afrontamos.
De alguna manera esta pregunta ya la respondió a lo largo de la entrevista, pero tengo esa mala costumbre. ¿Quién es Mia Couto?
Ouh, esa pregunta es terrible. Obviamente no quiero saberlo, no me gusta él [y se ríe con ganas]. Pero no se trata de eso. Creo que soy el que quiero ser, y lo que quiero ser es un tipo desenfadado, un tipo que tiene amigos, y que es fiel a sus amigos.





el dispensador dice:
se lo dije,
no me creyó,
me dio por loco,
hasta me negó,
para luego burlarse,
y acusarme de ser endemoniado...
traté de explicarle,
no me escuchó,
se río en mi cara,
hasta me escupió,
para luego cachetearme,
hasta preguntarme,
qué me creía... yo...
permanecí mirándola,
sin pronunciar palabra,
cuando el alma no alcanza,
no hay comprensión,
es prudente permanecer en calma,
adoptar una decisión,
y la mejor de las veces,
es dejar a cada uno con su sensación,
porque la soberbia,
nubla el entendimiento,
pero anula cualquier extensión...
de allí que tomé distancia,
y la ausencia se notó,
tanta fue la lejanía,
que todo se desbordó...
quien golpea a quien dice que "ama",
con el golpe lo negó...
más allá no hay nada,
el amor se evaporó...
las mentiras ahogan almas,
evaporan el amor,
los destinos que no comulgan,
no se corresponden,
con lo que se les concedió,
no es cuestión de palabras,
ni de excusas... ni argumentos...
el amor que no se traduce,
ni siquiera es amor.

antes,
algo sucedió,
hubo un paso por África,
un sentimiento se confirmó,
hay cosas invisibles,
que sólo el espíritu vio,
hay Tierras paralelas,
que coexisten en simultáneo,
Tierras de las que hay testimonio,
en los que nadie,
después de los nubios,
reparó...
lo dijeron en el Bardo,
pero a nadie le importó,
el mundo anda denso,
el entendimiento se agotó,
a nadie le importa el espíritu,
es sólo una excusa,
para mentir el amor,
se lo confunde con sexo,
donde no hay puentes,
no se puede cruzar el "yo",
se traducen egoísmos,
términos que se salvan en un "qué se yo"...
quien reclama lo que no hace,
no merece hablar de amor...

había un lugar en el África,
donde un alguien me lo confirmó,
hay mundos paralelos,
mundos que nadie vio,
mundos donde están los muertos,
un tiempo que se consumió,
mundos donde moran ancestros,
que nadie conoció,
que se aparecen en los sueños,
que pronto se negó,
porque lo que no se interpreta en tiempo,
luego se olvidó,
diluyéndose el sentimiento,
de la señal que se recibió...
pero el paralelo sigue siendo,
a pesar de lo burlón,
allí moran ancestros,
ancestros que nadie vio...
allí residen los ángulos,
del cómo todo comenzó,
hoy a nadie le importa,
lo que cada espíritu sacrificó,
andan todos apurados,
aturdidos por los egoismos exacerbados del "yo",
quieren gastar la vida,
antes que otro les quite el "yo"...

ando navegando por el Zambeze,
atrás Victoria,
adelante Dios,
ando acompañado de mi ángel,
la consciencia me habló...
los ancestros andan cerca,
mundo paralelo por medio,
la verdadera Tierra es la otra,
esta es un holograma para transitar el sentido del yo...
nadie se va de la vida,
sin dar testimonio de lo que vivió,
se le pesan las palabras,
contra las intenciones que ocultó,
todo pesa cuando el tiempo,
es una mera ilusión,
y quedan solamente las huellas,
de lo que se dijo y se caminó...
no te equivoques de senda,
ni intentes mentirle a Dios,
el va siempre por delante,
de cualquier confesión,
y no tiene representantes,
porque la Tierra es de Dios,
cada uno viene de su gracia,
portando su propio don,
si solo siembras desgracia,
esa será tu canción...
fíjate que en Mozambique,
no puedes engañar a Dios.
DICIEMBRE 30, 2013.-

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