Mia Couto: «Los africanos tienen una relación comprensiva con la muerte. Los muertos están aquí, no se han ido»
Día 30/12/2013 - 02.31h
El escritor mozambiqueño habla de «Jesusalém»,
su última gran novela, el periodismo, los sueños,
la escritura, los espíritus y la política
A. ARMADA
Del amor por los gatos y de la incapacidad de su hermano pequeño de pronunciar su nombre, Emílio, fue rebautizado por sus amigos y sus padres como Mia. Nacido en Beira en 1955, António Emílio Leite Couto es hijo de emigrantes portugueses que buscaron en Mozambique una vida mejor. A la edad de catorce años publicó algunos de sus poemas en «Notícias de Beira», un periódico local. Tres años más tarde, en 1972, se mudó a la capital, Lourenço Marques (rebautizada Maputo tras la independencia de Lisboa), y comenzó a estudiar Medicina. La guerrilla marxista Frelimo (Frente de Liberación Nacional de Mozambique) le pidió que abandonara sus estudios universitarios para infiltrarse en la prensa colonial. Tras más de una década dedicado a los periódicos optó por volver a la universidad y matricularse en Biología. Desde entonces ha dedicado su vida a la biología y la literatura, dos de las grandes pasiones de este escritor con hitos tan logrados y bien traducidos al español como «Voces anochecidas», «Tierra sonámbula» o «El último vuelo del flamenco».
La traductora, profesora e ilustrada portuguesa Fernanda Angius, una activista cultural en el Instituto Camões de Maputo, su traductora al italiano (autora, junto a su ex marido, Matteo Angius, del ensayo «Mia Couto. O desanoitecer da palabra. Estudo, selecção de textos inéditos e bibliografia anotada de um autor moçambicano»), dice que la música es una antigua afición del novelista, poeta y dramaturgo, que gusta tocar la guitarra y cantar entre familiares y amigos. Por eso, cuando le preguntan qué hace para «distraerse» de la literatura, comenta: «Hablar con mis amigos es una de mis mayores satisfacciones, los amigos y la familia. Mis amigos y mi mujer me dan un placer inmenso. Yo soy biólogo, y trabajo en una empresa. El problema no es tener tiempo, el problema es tener un tiempo que sea nuestro, por ejemplo apagando la televisión. Cuando se apaga el televisor es como si conectáramos con nosotros mismos».
La primera parte de la conversación se celebró en un seminario sobre periodismo cultural para informadores mozambiqueños, organizado por la Embajada de España en Maputo y la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo. La segunda parte, una entrevista al uso, aunque se aprovecharon algunas de sus respuestas en la «clase», en el jardín del «prédio» de la AECID, en el número 677 de la Avenida de Eduardo Mondlane de la capital mozambiqueña, al quellegó caminando, solo, vestido como suele, de manera informal, con un niqui azul celeste, a juego con sus ojos, y pantalón claro. Nada más entrar saludó uno por uno a los alumnos y anotó sus nombres, compartió un desayuno como uno más y aceptó todas sus preguntas sin poner cortapisas y apremiar a nadie, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Empezó evocando su tiempo como periodista: «Dejé los estudios de Medicina en 1974, cuando recibí instrucciones del Frelimo de Samora Machel [el líder guerrillero que se convertiría en primer presidente del Mozambique independiente, entre 1975 y 1986] para infiltrarme como periodista en "A Tribuna"». Dirigió posteriormente la Agencia Mozambiqueña de Noticias, la revista «Tempo», y el diario «Notícias» y «Domingo». Hasta que dejó de satisfacerle la profesión. Recuerda cómo fue convocado al Ministerio de Información por su oposición a una nueva ley de prensa. Un enviado del Ministerio se presentó con el texto de un editorial, que él se negó a publicar. Presentó su dimisión ese mismo día, pero al día siguiente comprobó que su nombre seguía en la mancheta. Le obligaron a seguir dos años más, hasta que pudo zafarse. Retomó los estudios y se doctoró en Biología.
Mia Cuoto considera que en lo que le falta al periodismo cultural es trabajo de investigación. «La producción cultural está dominada por el mundo comercial, lo que triunfa en el mundo de la televisión, es decir, el cultivo de la fama. Yo creo que es preciso mostrar justamente lo contrario, cómo hay gente en el mundo de la cultura que está buscando otras cosas que no son esas. Son otras dimensiones de la cultura que no exploramos, como por ejemplo la economía informal, cómo encaran las familias mozambiqueñas su propia supervivencia. Ese es para mí un trabajo pendiente. O haría también un reportaje sobre algo que es tabú en Mozambique, que está prohibido y que parece terrible: la homosexualidad. Esos temas merecerían una investigación. En los periódicos que leo, sobre todo los oficialistas, me gustaría ver un país real, con sus dramas y sus canciones».
Admite Mia Couto que nunca fue amenazado ni censurado a causa de sus libros, «quizás por un cálculo interesado del poder. No es lo mismo cuando doy mi opinión en los periódicos, cuando escribo artículos de opinión». A lo que el delegado de EFE en Mozambique, José Luis Toledano, organizador del seminario sobre periodismo cultural, apunta: «Será que los políticos no suelen leer libros». «Será», replica bienhumorado el escritor, que se muestra muy agradecido por la acogida que han tenido sus libros. Basta comprobar que «Jesusalém», editado por Caminho en Lisboa, lleva ya ocho ediciones. En una página de cortesía del mismo volumen se da cuenta de las obras del autor: nada menos que 25. Rara es la que no ha sido reeditada, y muchas en numerosas ocasiones, como «Voces Anoitecidas» (11 ediciones), «Cronicando» (8), «Terra Sonâmbula» (11), «Mar Me Quer» (13), o «A Confissão da Leoa» (7). «Me siento muy feliz con la acogida que han tenido mis libros, o los de colegas mozambiqueños como Paulina Chiziane, y eso teniendo en cuenta que hay muy pocas librerías en el país. Vendo más libros en Brasil y Portugal, y aunque he sido traducido en treinta países diferentes muchas de esas ediciones son muy pequeñas».
Lleva media vida en esta tierra sonámbula. ¿Cuántas certezas tiene?
¿Cuándo empezó a sentir que con las palabras podía nombrar lo que no entendía, a tener conciencia de que las palabras puede permitirle hablar de cosas que percibía aunque no entendía?
¿En ese sentido, «Raíz de Orvalho» [su primer libro, un poemario, publicado en 1983], fue una especie de necesidad?
¿Y qué fue lo que lo llevó de la poesía a la prosa? ¿No le llegaba para mostrar todo lo que veía, sentía, soñaba?
De hecho su amiga y traductora Fernanda Angius dice que en realidad Mia Couto es más poeta que otra cosa, que su poesía manda en su narrativa, que es más poeta que novelista. ¿Está de acuerdo?
Sí, estoy de acuerdo. Desde luego me gusta verme así. Porque si algo me gusta decir que soy es un poeta. Me da cierto reparo en decir que soy un escritor. Lo que sí siento es que tengo que contar historias, porque esta realidad es muy fuerte en ese contexto, es muy sugestiva en Mozambique, y no por una cuestión mágica, tropical o exótica, sino porque existen muchos mundos que se fracturan aquí. Es una sociedad que está todavía en flagrante construcción de sí misma. Hay muchas historias. Esas contradicciones, esos conflictos, son resueltos mediante la ficción.
La invención de palabras es una constante en su literatura. ¿No basta la lengua tal como es, se gastan las expresiones, las palabras que tenemos para reconocernos en este mundo?
¿Fue eso también lo que intentó con «Jesusalém», ya desde el título?
En una crónica de «Pensatempos» se refiere al escritor como un viajante de identidades, un contrabandista de almas que está dispuesto a negarse a sí mismo. ¿Se reconoce en esa definición?
Sí, siento esa necesidad de negar lo que ya está hecho, lo que es definitivo, que está construido, creo que ese desbordar los límites es el papel de alguien que se considere escritor. Esa sería una de las pocas condiciones que pondría para considerarme una persona feliz: esa posibilidad del viaje, de estar abierto a otros. En este sentido la palabra que mejor se ajustaría sería la de estar disponible. Escuchar a los otros.
¿Sin embargo, su forma de escribir es reconocible desde lejos, su estilo de caminar en la frontera entre los vivos y los muertos, entre la realidad y la imaginación, no sería una forma de negar esa traición de la que habla?
Puede que haya ahí un conflicto, una contradicción. Si nos hacemos con una casa, una forma de consuelo en esa frontera, se podría considerar así. Lo que yo quiero, lo que yo intento es que esa negación sea una negación constante. Porque es verdad que llega un momento en que todos nos resignamos, y alcanzamos un estilo.
¿Nos acomodamos?
¿Es su manera de negar la condición única que como mozambiqueño le adjudicaron los portugueses?
No hago eso como una razón de afirmar algo ante otros, es más un problema conmigo mismo. No siento que necesite rendir cuentas o demostrar nada a nadie. No lo veo. Lo que pasa está que más allá de mi voluntad, y así ocurrió en Brasil: que la afirmación de una diferencia se hace con una lengua que es común. Hay un proceso social en que los mozambiqueños, a través del portugués, que a fin de cuentas es la vía de unificación de esta gran familia que forman los países de lengua portuguesa, es un momento y un lugar de afirmación de identidad propia, y eso es un fenómeno que ustedes conocen bien en España.
Blanco, africano, escritor, en lengua portuguesa, biólogo, amante de todos los bichos, ¿cómo maneja su equilibrio?
Lo manejo con la intención de que ninguna de esas partes se imponga, de mantener esa identidad múltiple, no por conveniencia sino porque no quiero nunca caer en esa aparente facilidad de decir quien eres y en la que siempre acabamos acomodándonos: soy periodista, soy autor, y solo acabamos siendo eso. Y no quiero confundir lo que hago con lo que soy y lo que yo soy es algo que solo puede ser así, multifacético, porque amo muchas cosas al mismo tiempo, y no quiero prescindir de ninguna. Tuve un gran privilegio, una gran suerte, porque el tiempo que viví y el lugar en que yo viví me autorizan a esta forma de ser, que me parece un lujo, poder ser varias cosas al mismo tiempo. Hay gente que nació minero, vivió minero y fue minero toda la vida, pero yo tuve esta suerte.
Como Pablo Neruda, ¿da gracias a la vida?
Sí, le doy gracias.
En «O outro pe da serea» (El otro pie de la sirena) dice que “la guerra era una cosa del pasado y al mismo tiempo barrió las cenizas y lavó los recuerdos”. ¿Fue así en Mozambique?
No, no. No hubo un lavado de recuerdos, hubo una negativa a recordar, una forma de guardar esos fantasmas en una caja, sin querer abrirla, y ahora, a causa de los últimos acontecimientos [combates con muertos en Gorongosa, al norte del país, entre miembros de la antigua guerrilla de la Renamo y las fuerzas del gobierno] nos hemos dado cuenta de que no era la mejor manera de resolver esos fantasmas. Creo que cuando la guerra acabó había allí una sabiduría que veía que había acabado, pero en realidad no había acabado. O había conflictos profundos que no se habían resuelto. Y por eso se decidió olvidar. El olvido es una opción, una voluntad, una forma de apagar algo.
En «El último vuelo del flamenco», escribe Agripina Carriço Vieira, habla de que “en vez de la prometida libertad y justicia floreció una nueva clase de dirigentes políticos corruptos y poco respetuosos de las tradiciones ancestrales”. ¿Sigue Mozambique en esa triste deriva?
No creo que pueda hacer una afirmación tan total, tan contundente, porque considero que entre los dirigentes de la Frelimo desde la independencia, desde siempre, hay de todo, hay gente seria también. Lo que ocurre es que la gente seria, decente, está siendo dejada de lado y los que tienen más poder son los que no deberían tener poder.
¿La historia de la flota de atuneros y naos de guerra compradas a Francia es realismo mágico o realismo sucio?
[Se ríe]. Creo que es el peor de los realismos.
¿Corre el peligro Mozambique de seguir el camino de Angola y de otros países africanos por culpa de la maldición de las riquezas, ahora que se han descubierto grandes yacimientos de gas y de petróleo?
Se corre ese riesgo, aunque no creo que sea una maldición ineluctable. Creo que Mozambique tiene todavía espacio para pensar que puede servirse de esos recursos sin comprometer su propio futuro.
¿Depende de las decisiones políticas?
Sí, pero también ha sido bueno que hayamos tenido tiempo para estructurar una parte del Estado, de la legislación, lo que no ocurrió en Angola, que está todavía implantando una serie de regulaciones, un buen uso de esos recursos, cuando fue atropellada por la aparición y explotación de esos recursos. Felizmente, nosotros fuimos más pobres durante más tiempo.
¿En ningún momento le tentó o le tentaron entrar en política, como su colega Mario Vargas Llosa?
Ahora que Graça Machel se ha quedado viuda de Nelson Mandela ¿cree que podría volver a Mozambique y jugar un papel en la vida política?
Fue periodista al tiempo que escritor, ¿no es posible corregir el estado de las cosas, el reino de las mentiras, haciendo periodismo y por eso escogió la novela?
No, yo creo que en el caso del periodismo en Mozambique es mucho más intervencionista que la propia literatura, la manera como se toma en serio y es capaz de respaldar las estructuras de poder. El periodismo es mucho más evidente que la literatura, que aquí es bastante ignorada. Tal vez haya más recelo de los escritores que de la propia literatura.
«Jesusalém» arranca con dos citas, una de Hermann Hesse, que habla del deseo de olvidar, y otra de Sophia de Mello Breitner Andresen hablando del hombre solo en un barco, de una existencia donde nunca despierta del todo pero tampoco duerme. ¿Es un reflejo de la filosofía de Mia Couto?
Creo que sí, creo que esas verdades traídas por la poesía y de la mano de las mujeres definen bien lo que me parece que son los dos márgenes del mundo.
«Nadie es de una raza. Las razas son uniformes que vestimos», dice Silvestre Vitalício en la misma novela. ¿Empleamos la palabra «raza» en la lengua cotidiana con alegría pecaminosa?
Dicen que la astrofísica y la física son muy útiles para la poesía por su capacidad para nombrar cosas difíciles de ver. En el caso de la biología ¿también le ayudó en su trato con los animales a la hora de encontrar nuevas palabras?
¿Y cuanto del afilador de silencios [personaje fundamental de «Jesusalém»] hay o le gustaría que hubiera hoy en Mia Couto?
En los cuentos me pasa que algunas veces, después me doy cuenta de que estoy contando mi propia historia. Pero nunca en una novela hubo antes un personaje que fuera tanto yo, porque yo era el que siempre estaba callado, y en mi casa tenían la impresión de que únicamente hablaba cuando me obligaban...
Cuando era interpelado.
Cuando era interpelado. Refleja mucho de mí. Y está también la relación con mi padre, que percibía que aquel silencio no era una ausencia sino que tenía muchas cosas dentro.
¿Comparte la creencia de sus criaturas de que vivir es cumplir sueños, esperar noticias?
Sí, sí.
¿Y si la respuesta es sí, qué sueña todavía y qué noticia espera?
Ha escrito que «una buena historia era más poderosa que el fusil y la navaja». ¿Así lo cree de verdad, o le gustaría creerlo?
No los puedo comparar desde el punto de vista de la eficacia que tienen como instrumento capaz de provocar la muerte. Pero a veces me da la impresión de que aunque no se puedan comparar estamos muy preocupados con las armas químicas, pero los hutus y los tutsis se mataron con machetes. Lo que tiene que ser resuelto no es tanto la cuestión de las armas en sí sino quien está detrás de las armas.
En la medida en que nos olvidamos de saludar [«cumprimentar» es la expresión que Mia Couto utiliza en Jesusalém, y tiene una carga emotiva mucho más intensa] a todas las cosas, bichos, piedras, árboles, nubes, ríos, porque todos son personas, estamos faltándole al respeto al mundo que tenemos para compartir con los antepasados y con los que vendrán?
Escribe en «Jesusalém» que «era como una carretera africana, que solo se percibe por la presencia de quien la recorre». ¿Es otra manera irónica, africana, del machadiano «caminante no hay camino, se hace camino al andar», porque en África, literalmente, los caminos están por hacer, y se hacen a pie?
Yo creo que sí. Lo que dice Machado es una verdad para todos, y es tan feliz la manera en que él lo escribe que me parece que aquí no se da exactamente así, donde las cosas son tan nuevas. A veces siento esa gran alegría de que mis compañeros y yo estamos haciendo algo, tal vez tengamos alguna importancia porque somos pioneros, porque no se hizo antes. Es un motivo para ser feliz en Mozambique, a pesar de las grandes dificultades que afrontamos.
De alguna manera esta pregunta ya la respondió a lo largo de la entrevista, pero tengo esa mala costumbre. ¿Quién es Mia Couto?
Ouh, esa pregunta es terrible. Obviamente no quiero saberlo, no me gusta él [y se ríe con ganas]. Pero no se trata de eso. Creo que soy el que quiero ser, y lo que quiero ser es un tipo desenfadado, un tipo que tiene amigos, y que es fiel a sus amigos.
el dispensador dice:
se lo dije,
no me creyó,
me dio por loco,
hasta me negó,
para luego burlarse,
y acusarme de ser endemoniado...
traté de explicarle,
no me escuchó,
se río en mi cara,
hasta me escupió,
para luego cachetearme,
hasta preguntarme,
qué me creía... yo...
permanecí mirándola,
sin pronunciar palabra,
cuando el alma no alcanza,
no hay comprensión,
es prudente permanecer en calma,
adoptar una decisión,
y la mejor de las veces,
es dejar a cada uno con su sensación,
porque la soberbia,
nubla el entendimiento,
pero anula cualquier extensión...
de allí que tomé distancia,
y la ausencia se notó,
tanta fue la lejanía,
que todo se desbordó...
quien golpea a quien dice que "ama",
con el golpe lo negó...
más allá no hay nada,
el amor se evaporó...
las mentiras ahogan almas,
evaporan el amor,
los destinos que no comulgan,
no se corresponden,
con lo que se les concedió,
no es cuestión de palabras,
ni de excusas... ni argumentos...
el amor que no se traduce,
ni siquiera es amor.
antes,
algo sucedió,
hubo un paso por África,
un sentimiento se confirmó,
hay cosas invisibles,
que sólo el espíritu vio,
hay Tierras paralelas,
que coexisten en simultáneo,
Tierras de las que hay testimonio,
en los que nadie,
después de los nubios,
reparó...
lo dijeron en el Bardo,
pero a nadie le importó,
el mundo anda denso,
el entendimiento se agotó,
a nadie le importa el espíritu,
es sólo una excusa,
para mentir el amor,
se lo confunde con sexo,
donde no hay puentes,
no se puede cruzar el "yo",
se traducen egoísmos,
términos que se salvan en un "qué se yo"...
quien reclama lo que no hace,
no merece hablar de amor...
había un lugar en el África,
donde un alguien me lo confirmó,
hay mundos paralelos,
mundos que nadie vio,
mundos donde están los muertos,
un tiempo que se consumió,
mundos donde moran ancestros,
que nadie conoció,
que se aparecen en los sueños,
que pronto se negó,
porque lo que no se interpreta en tiempo,
luego se olvidó,
diluyéndose el sentimiento,
de la señal que se recibió...
pero el paralelo sigue siendo,
a pesar de lo burlón,
allí moran ancestros,
ancestros que nadie vio...
allí residen los ángulos,
del cómo todo comenzó,
hoy a nadie le importa,
lo que cada espíritu sacrificó,
andan todos apurados,
aturdidos por los egoismos exacerbados del "yo",
quieren gastar la vida,
antes que otro les quite el "yo"...
ando navegando por el Zambeze,
atrás Victoria,
adelante Dios,
ando acompañado de mi ángel,
la consciencia me habló...
los ancestros andan cerca,
mundo paralelo por medio,
la verdadera Tierra es la otra,
esta es un holograma para transitar el sentido del yo...
nadie se va de la vida,
sin dar testimonio de lo que vivió,
se le pesan las palabras,
contra las intenciones que ocultó,
todo pesa cuando el tiempo,
es una mera ilusión,
y quedan solamente las huellas,
de lo que se dijo y se caminó...
no te equivoques de senda,
ni intentes mentirle a Dios,
el va siempre por delante,
de cualquier confesión,
y no tiene representantes,
porque la Tierra es de Dios,
cada uno viene de su gracia,
portando su propio don,
si solo siembras desgracia,
esa será tu canción...
fíjate que en Mozambique,
no puedes engañar a Dios.
DICIEMBRE 30, 2013.-
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