La atracción de la ciencia
El miedo a la muerte y el interés por la inmortalidad llevó a Dalí a su pasión por la metafísica
La exposición del Reina Sofía, la más votada por los criticos, documentó este aspecto
Como es público y notorio Salvador Dalí era un hombre de una gran inteligencia y cultura, y un artista de imaginación desatada: un ser humano muy original. En lo que no era en absoluto original era en el miedo a la muerte, que compartía con casi todos los seres humanos cuando alcanzan determinada edad. En él la aparición del miedo a la muerte y el interés por la inmortalidad son muy tempranos, debido a las especiales circunstancias de su nacimiento (como hermano de un niño muerto al nacer y llamado, como él, “Salvador”), pero se convierte en una obsesión dominante a partir de las experiencias de nuestra Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial, que partió en dos mitades claramente diferenciadas su vida intelectual: la primera está presidida por la investigación de la psique a través de las enseñanzas de Sigmund Freud y la práctica de las estéticas del surrealismo. A partir de su exilio americano ese miedo a la muerte encuentra como solución o alivio la conversión al catolicismo (“soy católico, apostólico, romano y rumano”, declara jocosa y pomposamente con motivo de la publicación de Sí en Bucarest, hito para el que por cierto cambió el título, que pasó de ser Sía Sí a Rumanía) y el interés creciente por la ciencia, especialmente por la física. Precisamente, al margen de la elocuente selección de las obras, uno de los aspectos más interesantes de la retrospectiva en el Reina Sofía es que también documenta su predilección por la ciencia, que es bastante excepcional entre los artistas plásticos.
Freud, el surrealismo, Europa, siendo para él importantísimos y fundamentales, constituían precisamente El mundo de ayer, según el título de las memorias de Stefan Zweig, que fue quien le presentó a Freud. Y América, la avidez comercial, la ciencia y la religión conformaban para él diversas facetas de un futuro fungible en un solo plano. Así en la conferencia que pronunció en el Ateneo de Barcelona en 1950, bajo el título Por qué fui sacrílego, por qué soy místico: “El proceso de las ciencias particulares de nuestra época precipita al joven de hoy integralmente en la metafísica (…) La unidad del universo de Einstein reactualiza sensacionalmente el sublime misticismo bíblico. En 1950, por primera vez en la historia, la física moderna nos muestra a Dios”. Le gustaba repetir que la ciencia era igual a la metafísica, propiamente eran la misma cosa. Y en la metafísica, o sea en la ciencia, aquel agnóstico pretendidamente ferviente católico lo que pretendía era justificar la fe en Dios que no tenía y por consiguiente la posibilidad de la vida eterna.
Le hubiera encantado conocer a científicos de hoy como el gerontólogo Autrey de Gray o el físico Kevin O'Reganque
Por si acaso, pretendía prolongar ad infinitum la vida del cuerpo. En un primer estadio aspiraba a conseguirlo manteniendo congelado su cadáver (como su admirado Walt Disney) hasta el día futuro en que la ciencia haya vencido a la muerte. Le hubiera encantado conocer a científicos de hoy como el gerontólogo Autrey de Gray, que estudia cómo frenar el deterioro celular, o el físico Kevin O’Regan, que postula la posibilidad futura de trasladar la conciencia a un ordenador (y si este se deteriora, a otro, y a otro). La lectura de La doble hélice, el famoso libro de James Watson donde cuenta el proceso que llevó a Francis Crick y a él al descubrimiento de la estructura del ADN, le fascinó. En su biblioteca personal, que se conserva en su museo de Figueres, vi un ejemplar de este libro profusamente anotado con comentarios ininteligibles al margen, y especialmente subrayada la irónica frase del artículo para la revista Nature con la que los dos investigadores sugerían el alcance de su descubrimiento: “No ha escapado a nuestra atención que el emparejamiento concreto que hemos propuesto sugiere inmediatamente un posible mecanismo de copia para el material genético”. El ADN obsesionó a Dalí, que escribe: “El ácido desoxirribonucleico no es otra cosa que el factor central de la vida y de la persistencia de la memoria (los relojes blandos de Dalí en el MOMA, etcétera)”. “Los últimos descubrimientos de la genética nos demuestran que las leyes de Dios son las de la herencia contenidas en el ácido desoxirribonucleico”. Su narcisismo encontró enorme satisfacción cuando Watson le visitó en su hotel de Nueva York haciéndose anunciar en estos términos: “El segundo hombre más importante del mundo quiere conocer al hombre más importante del mundo”; y cuando el matemático René Thom, autor de la teoría de las catástrofes, según Dalí “la teoría estética más bella del mundo”, confirmó su presunción “paranoicocrítica” de la importancia geológica del espacio entre Salses y Narbona (¡y especialmente de Perpiñán, y más especialmente aún de la estación de Perpiñán!) en la deriva de los continentes, casi rompió a llorar. Su curiosidad intelectual encontraba estímulos constantes e ideas e imágenes para sus lienzos en la lectura de la revista Scientific American, a la que estaba suscrito y donde conoció las teorías de Heisenberg: “Después de Heisenberg y de su principio de la incertidumbre sabemos que hay átomos encantados, toda vez que el encanto es una propiedad de determinados átomos”.
Las mejores exposiciones de 2013
1. Dalí. Todas las sugestiones políticas y todas las posibilidades técnicas. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid
2. El arte en guerra. Francia 1938-1947.De Picasso a Dubuffet. Museo Guggenheim. Bilbao
3. Paul Klee. Maestro de la Bauhaus. Fundación Juan March. Madrid
4. Velázquez y la familia de Felipe IV. Museo del Prado. Madrid
5. Contra Tàpies. Fundación Tàpies. Barcelona
6. La belleza encerrada. De Fra Angelico a Fortuny. Museo del Prado. Madrid.
7. La invención concreta. Colección Patricia Phelps de Cisneros. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid
8. El surrealismo y el sueño. Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid
9. Hilma af Klint. Pionera de la abstracción. Museo Picasso. Málaga.
10. 1961. La expansión de las artes. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid.
el dispensador dice:
hay un rostro debajo del rostro,
hay un alma luminosa,
o un espíritu en rojo,
pero ello no se puede ver con los ojos,
distinguir la esencia,
no es para flojos...
hay un aura fina,
hay un aura gruesa,
hay auras que encienden,
cualquier noche funesta,
distinguiendo el alba,
de los tiempos de siesta,
descubriendo caminos,
que señalan las huellas,
que precedieron los tiempos,
con pinturas y telas...
hay una memoria diestra,
hay una memoria siniestra,
hay siempre una mano,
que se extiende manifiesta,
que se abre como flor,
proveyendo la suerte,
de ser elegido,
por la gracia de lo divino,
hay una memoria del karma,
que se modela como rama,
acumulando vidas,
despejando ignorancias...
siempre hay un color,
que a tu corazón llama...
cuando lo reconoces,
la vela de tu vida... es tu propia alma...
si ves a través de ella,
descubres la fuente de la que procedes,
aquello que te enciende,
para ser llama.
DICIEMBRE 28, 2013.-
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