El último amigo español vivo de Picasso
El pintor y poeta cuenta cómo convenció al autor del ‘Guernica’ de que cambiara “república” por “libertades públicas” en la cláusula para que el cuadro pudiera viajar a España
Madrid
Esta sería una de tantas residencias burguesas del nordeste de Madrid si no fuera… si no fuera por los picassos. Ahí un dibujo original —una cara de colores dedicada: “para José Luis Galicia, su amigo Picasso el 26-5-59”— más allá una serie de rayones a lápiz que componen magistralmente la cara de Antonio Machado; en la escalera y arriba, en el estudio, un pequeño gran museo dedicado al genio malagueño: grabados, serigrafías, aguafuertes y más dibujos originales, rodeados de legiones de libros de arte. Es la casa de José Luis Galicia (Madrid, 1930), pintor, grabador y poeta, conversador sin freno y sin filtro, nieto e hijo de artistas (su padre era el pintor Francisco Galicia), sobrino del poeta León Felipe, primo del torero Carlos Arruza. Y el amigo español de Picasso.
A sus 86 años, Galicia, autor de los frescos de la catedral de La Almudena y protagonista de más de 60 exposiciones individuales, conoció a Pablo Picasso en 1952. “Decían de él que tenía un carácter endemoniado, pero no sé si porque yo le recordaba a España o porque me respetaba como pintor o por lo que fuera, te puedo decir que conmigo era perfecto, una persona sensible. Ninguno de los libros que yo he leído sobre él —y he leído muchísimos— le retratan como era conmigo. Yo he llegado a pensar una cosa. Que cuando él recibía gente en su casa, se sentía obligado a transformarse en... Picasso, en el personaje. Igual que un actor”, explica Galicia sentado en el salón de su casa de Madrid.
AQUELLA DECISIÓN SOBRE EL DESTINO DE LAS 'MENINAS'
José Luis Galicia no quiere atribuirse él solo el que a la postre sería histórico cambio de opinión de Picasso: “Yo creo que Jaime Sabartés también influyó”, admite rindiendo homenaje al amigo y secretario particular de Pablo Picasso. Una espina le quedó clavada a José Luis Galicia. También intentó convencer al genio de que donara sus meninas al Museo del Prado, para que estuvieran junto a las de Velázquez, en lugar de enviarlas al Museo Picasso de Barcelona. “Se lo dije una tarde en su casa. Estuvo como un cuarto de hora callado, pensando. Y de pronto dijo: ‘¡No! He pensado que con las de Velázquez El Prado ya tiene bastante”.
Y un recordatorio y una reivindicación finales: “Picasso quería 100% que el Guernica estuviera en el Museo del Prado. ¿Por qué se llevan el Guernica del Prado al Reina Sofía? José Luis Galicia cree que, al menos, junto al Guernica deberían poner una placa que dijera: “Depósito del Museo del Prado”.
Los versos de Paul Éluard tuvieron la culpa. Acababa de morir el autor de Capital del dolor y José Luis Galicia, un estudiante español de 22 años que buscaba la fortuna artística en París, acudió al homenaje a Éluard que un grupo de intelectuales había organizado en la Maison de la Pensée Française (Casa del Pensamiento Francés).
“Allí, en una gran sala, estaban todos reunidos, que si Aragon, que si los surrealistas, que si los del Partido Comunista, etcétera, y en otra sala había una exposición con todos los cuadros que Picasso había regalado a Paul Éluard”, recuerda el pintor y poeta madrileño. “Y como no había nadie —porque todos estaban en el acto de homenaje— decidí aprovechar para verla. De repente, entra Picasso en aquella salita. Yo me acerqué y le dije: ‘Usted es Pablo Picasso’. Y él me dijo: ‘¡Sí, ¿y tú quién eres?!’. ‘Ah, pues nada, yo soy un pintor español que acaba de llegar a París’. Y él me contesta: ‘Pues vamos a ver juntos esto’. Yo entonces era bastante descarado, y de uno de los cuadros le hice una pequeña crítica. Luego, otra. Y otra. Y a la tercera se puso a comentar el cuadro conmigo. Y cuando acabó aquello, me dijo que le gustaría ver lo que yo pintaba. ‘¿Sabes dónde tengo yo el estudio?’, preguntó Picasso. ‘Claro, en la Rue des Grands Augustins’, le dije. ‘Pues vente mañana a verme y tráeme algo tuyo”.
Galicia visitaría a Picasso en sucesivas ocasiones en el sur de Francia, sobre todo en La Californie, la mansión que el autor de Las señoritas de Aviñón tenía en Cannes y en la que vivía con su pareja, Jacqueline Roque. Se convirtió en algo así como la sombra cómplice y anónima de alguien demasiado acostumbrado a la loa eterna y el peloteo interesado. “Era muy cariñoso conmigo, y me hacía un montón de preguntas. Pero siempre interrumpíamos para que él se echara la siesta, eso no lo perdonaba. ‘¡Vente luego y seguimos hablando!’, decía. Y a veces nos quedábamos hasta las doce de la noche”, recuerda.
Pero hay un antes y un después en la biografía del amigo español de Picasso. José Luis Galicia jugó un papel importante —quién sabe si trascendental— en el regreso a España del Guernica, una de las cumbres de Picasso, auténtica pintura-símbolo de la masacre de la villa vizcaína de Gernika el 26 de abril de 1937 y de cuya ejecución se cumplen ahora 80 años. Según su propio testimonio, fue él quien convenció al pintor de que sustituyera la palabra “república” por las de “libertades públicas” dentro de la cláusula impuesta por Picasso para que el cuadro viniera a España.
Él es el único testimonio y el único testigo posible de aquello, y así lo cuenta: “Cuando salía el Guernica en la conversación yo siempre le decía que el cuadro tenía que acabar en España. Pero él me decía que pertenecía a la República española, que era la que se lo había encargado para el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París. Todo el mundo entonces estaba convencido —yo no, aunque ahora esto suene a presunción— de que cuando muriese Franco, habría una transición que duraría solo cinco o seis meses y luego vendría la República. También lo pensaba Picasso. Así que él creía que lo del regreso del cuadro sería cosa sencilla. Hasta que un día le dije: ‘Pablo, cuando Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina también tuvo unos jaleos tremendos con los Papas y con otros artistas… y de eso… ahora… ¿quién se acuerda? ¡La gente hoy ve la Capilla Sixtina y punto! Le dije que se tenía que olvidar un poco de la política, que la política era una cosa puntual pero que el Guernica era para siempre”.
Parece que Galicia convenció a Picasso. “Pablo llamó a Jacqueline y le dijo: ‘Llama a Dumas (Roland Dumas, el abogado francés de Picasso) y que venga cuanto antes, porque voy a cambiar eso de “cuando haya una República” por ‘cuando haya una democracia’. Así que no, yo no traje el Guernica, lo trajeron Javier Tussell y el Gobierno español… pero yo le convencí de que cambiara aquella cláusula. Y si no hubiera sido así, a lo mejor el cuadro seguiría en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde estaba”.
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