…definió al tango como “un pensamiento triste que se baila”.
Tal vez quieras leer estas “Apostillas”:
Apostillas sobre “el pensamiento triste que se baila”
Enrique Santos Discépolo supo cursar con eficacia y talento las funciones de músico, actor, autor teatral, guionista y director cinematográfico.
1. Desencadenante
He leído con sumo agrado el artículo “Música, cine y literatura (historias de zorzales)”, de Carlos Alberto Villegas Uribe (incluido en el reciente Cine y literatura, editado en mayo de 2017 por Letralia).
Coincido con el autor en su valoración positiva de las letras compuestas por Alfredo Le Pera.
Sin embargo, debo decir que, además de admirar su obra poética, siento especial simpatía hacia Alfredo Le Pera debido a un motivo más bien irracional: el apellido de su madre era Sorrentino, por lo cual no es imposible que el autor del hermoso Volver tuviera alguna relación con la rama paterna de mis antepasados, que llegaron, de Italia a la Argentina, en el último tercio del siglo XIX.
El componente imprescindible en el tango es la música, y no la letra, como lo prueba el simple hecho de que existen tangos sin letra, pero no tangos con letra pero sin música.
Ahora deseo aportar algunos datos sobre el famoso “pensamiento triste que se baila”.
Por supuesto que —tal como lo consigna Villegas Uribe— ha constituido un grotesco error atribuir esa frase a Jorge Luis Borges (suponiendo que tal atribución haya, en efecto, ocurrido, cosa que a mí, al menos, no me consta).
Según parece, esa definición del tango se debe al multifacético Enrique Santos Discépolo1 (1901-1951), que supo cursar con eficacia y talento las funciones de músico, actor, autor teatral, guionista y director cinematográfico… Pero, sobre todo, el mayor aporte a su gloria lo constituyen las letras de muchos de los más célebres y exitosos tangos que compuso en su relativamente corta vida.
De acuerdo con mi (por supuesto, discutible) gusto, me parecen joyas de su arte Yira, yira, Cambalache, Uno, Malevaje, El choclo, así como considero algo tremendistas e inverosímiles las letras de, por ejemplo, Esta noche me emborracho y de Confesión (en este caso compartida la autoría con Luis César Amadori).
2. Sábato y Discépolo
En 1963 apareció el libro Tango. Discusión y clave, firmado por Ernesto Sábato (Buenos Aires, Losada, 168 págs.). En rigor, todo el texto perteneciente a Sábato se extiende sólo entre las páginas 9 y 23 de dicho volumen, bajo el título de “Tango, canción de Buenos Aires”. El resto del volumen contiene una “Antología de informaciones y opiniones sobre el tango y su mundo”, realizada por un terceto de admiradores de tan enérgico e histriónico novelista.
La página 9 registra la bella dedicatoria que Sábato ofrendó a Borges. La 11, esta opinión del autor:
Este baile ha sido sucesivamente reprobado, ensalzado, satirizado y analizado.Pero Enrique Santos Discépolo, su creador máximo, da lo que yo creo la definición más entrañable y exacta: “Es un pensamiento triste que se baila”.
Puesto que Sábato se refiere al baile y que Discépolo jamás ejerció como coreógrafo, será difícil probar que éste es “su creador máximo”.
Acaso don Ernesto quiso expresar que Discépolo, en cuanto letrista, es “su creador máximo”, afirmación que tal vez no constituya una verdad inconcusa pero que circunscribe un poco mejor el objeto definido. Por otra parte, el componente imprescindible en el tango es la música, y no la letra, como lo prueba el simple hecho de que existen tangos sin letra, pero no tangos con letra pero sin música. Además, tampoco pueden obviarse los músicos que dan vida a las partituras y, cuando hay letras, los cantores que las interpretan.
3. Discépolo, Sábato y Borges
En fecha tan lejana como 1970 o 1971 tuve el inmenso honor y experimenté el condigno placer de entrevistar largamente al mayor escritor argentino del siglo XX. Esas entrevistas fueron publicadas en un libro, titulado Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, que alcanzó sucesivas ediciones, la última de las cuales pertenece a la ya citada Editorial Losada (Buenos Aires, 2007).
Con respecto al “pensamiento triste que se baila”, creo que es útil reproducir estos pasajes de dicho libro:
F.S.: ¿Usted leyó la dedicatoria que le dirigió Sábato en su libro sobre el Tango?J.L.B.: Sí: él obró muy generosamente conmigo… Pero yo no sé por qué citó en ese libro una frase tan rara…, tan rara, que me desconcertó. Parece escrita por una persona que nunca hubiera oído un tango en su vida. Dice: “El tango es un pensamiento triste que se baila”. Primero, yo no creo que la música nazca de pensamientos sino de sentimientos. Luego, lo de triste parece escrito por una persona que nunca hubiera oído un tango, porque en todo caso, lo que se llama tango-milonga es una música alegre y valerosa. Y, en cuanto a lo del baile, creo que es aleatorio: creo que, si una persona pasa por la calle y está silbando El choclo o El Marne, nos damos cuenta de que está silbando un tango y que no está bailándolo. Ahora…, no sé de dónde sacó Sábato esa frase.F.S.: Es la definición del tango que dio Discépolo.J.L.B.: ¡Ah, bueno, entonces todo se explica, ya que es de Discépolo! Usted me ha descifrado el misterio, porque, al leerla, yo pensé: “Esta frase ha de estar hecha por alguna persona que no tiene absolutamente nada que ver con el tango”.F.S.: Bueno…, en realidad, es una frase que goza de mucha fama…J.L.B.: Yo no sé por qué.F.S.: Y…, a lo mejor, a causa de la radio…J.L.B.: ¡Ja, ja, ja! Bueno…, pero, de todos modos, no creo que Discépolo sea el inventor de la radio. Y, sobre todo, lo de triste es lo que me parece más raro. Cuando yo digo que el tango es alegre y que suele ser valeroso y compadre (El apache argentino, por ejemplo), lo cual no se aviene con la tristeza, con esto no quiero decir que los compadres no sentirían tristeza: quiero decir que se hubieran avergonzado de confesarlo; quiero decir que ningún compadre se hubiera quejado de que una mujer no lo quiere, por ejemplo, porque eso hubiera pasado por una mariconería (págs. 206-207, ed. cit.).
Teniendo en cuenta su habitual socarronería, merced a la cual Borges solía emitir terribles sarcasmos con el más cándido de sus gestos y la más angelical de sus sonrisas, no me cabe duda de que sabía perfectamente que la frase “el pensamiento triste que se baila” pertenecía a Discépolo. El mismo Borges lo dice: “al leerla, yo pensé…”. Muy bien, entonces yo pregunto: ¿cómo pudo haber leído la frase sin haber visto la escrupulosa mención de los dos nombres y el apellido del autor?
Otro motivo —no ya artístico sino político— de antipatía de Borges hacia Discépolo es el manifiesto apoyo de éste a Juan Domingo Perón durante sus dos primeras presidencias: 1946-1955.
Claro está: afirmar que Discépolo “no tiene absolutamente nada que ver con el tango” es una hipérbole falaz, semejante, por ejemplo, a insinuar siquiera que Miguel de Cervantes no tiene nada que ver con la literatura. (O —agrego yo, por puro “argentinismo”— atreverse a imaginar que Lionel Messi carece de mayor relevancia en el mundo del fútbol.)
Fernando Sorrentino
Escritor argentino (Buenos Aires, 1942). Es profesor de lengua y literatura. En 1993 dictó una serie de conferencias sobre aspectos de la literatura argentina en once universidades de los Estados Unidos. Aunque es autor de una extensa obra ensayística, publicada en diversos periódicos y revistas, su género preferido es la narrativa y, dentro de ésta, especialmente el relato breve. Ha publicado, entre otros, los libros de cuentos Imperios y servidumbres (Seix Barral, 1972; reedición, Torres Agüero Editor, 1992), El mejor de los mundos posibles(Plus Ultra, 1976; 2º Premio Municipal de Literatura), El rigor de las desdichas (Ediciones del Dock, 1994; 2º Premio Municipal de Literatura), La corrección de los corderos, y otros cuentos improbables (Editorial Abismo, Buenos Aires, 2002), Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza (Ediciones Carena, Barcelona, España, 2005), El regreso. Y otros cuentos inquietantes (Editorial Estrada, Buenos Aires, 2005), En defensa propia / El rigor de las desdichas (Editorial Los Cuadernos de Odiseo, Buenos Aires, 2005), Costumbres del alcaucil (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2008), El crimen de san Alberto (Editorial Losada, Buenos Aires, 2008) y El centro de la telaraña, y otros cuentos de crimen y misterio (Editorial Longseller, Buenos Aires, 2008); la novela Sanitarios centenarios (Plus Ultra, 1979; reedición, Editorial Sudamericana, 2000); la nouvelle Crónica costumbrista (Pluma Alta, 1992; reeditada como Costumbres de los muertos, Colihue, 1996); los libros de relatos para niños o adolescentes Cuentos del Mentiroso (Plus Ultra, 1978; Faja de Honor de la Sade; reedición, Norma, 2002), Historias de María Sapa y Fortunato (Sudamericana, 1995; Premio Fantasía Infantil 1996; reedición, Santillana, 2001), El que se enoja, pierde (El Ateneo, 1999), El Viejo que Todo lo Sabe (Santillana, 2001) y Burladores burlados (Editorial Crecer Creando, Buenos Aires, 2006); los libros de entrevistas Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (Casa Pardo, 1974; reediciones, El Ateneo, 1996, 2001, y Losada, 2007) y Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares(Sudamericana, 1992; reedición, El Ateneo, 2001, y Losada, 2007). Libros suyos han sido traducidos al inglés, al portugués, al italiano, al alemán, al polaco, al chino, al vietnamita y al tamil.
Sus textos publicados antes de 2015
120 • 137 • 140 • 148 • 169 • 170 • 171 • 173 • 174 • 180 • 202 • 206 • 227 • 239 • 242 • 272
Editorial Letralia: Poética del reflejo. 15 años de Letralia (coautor)
Editorial Letralia: Letras adolescentes. 16 años de Letralia (coautor)
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