Un brindis por la poesía china
Sin duda, el alcohol jugó un papel insustituible como medio de relación e inspiración entre los poetas, aunque los literatos chinos nunca convirtieron la bebida en un vicio, y siempre se sirvieron de ella para añadir esplendor a sus composiciones.
Desde que el Clásico de poesía hiciera la primera recopilación de obras en verso compuestas entre los siglos XI y VI a.C., la literatura china se ha desarrollado a lo largo de más de tres mil años generando un innumerable legado de obras y autores. Echando un vistazo a su historia, podemos encontrar las huellas de la estrecha relación que siempre ha existido entre los hombres de letras y la ebriedad. Los efluvios del alcohol impregnan el Clásico de poesía, atraviesan los “cielos de Luna y los pasos fronterizos Qin y Han”, se detienen en los poemas Song y Tang y penetran en los campos de batalla hasta dispersarse en las estancias de posadas y lupanares. Y es que gran parte de la poesía china fue escrita bajo los mencionados efectos.
Si hablamos de poetas que escribieron inspirados bajo una leve influencia de bebidas espirituosas, tenemos que citar en primer lugar a Cao Cao (曹操, 155-220 d.C.). Su famosa obra Duan Gexing es un canto solemne y desolado a la sabiduría y el deseo de reconocimiento expresado por un alma ebria. Tao Yuanming (陶渊明, aprox. 365-427 d.C.) escribió la serie de veinte poemas Bebiendo vino, siendo el primero que se atrevió a utilizar tan explícito título. Aunque en ellos no se percibe un estado de embriaguez sino el profundo sentimiento de rechazo al poder y el anhelo por una vida apartada que expresa su autor.
Du Fu (杜甫, 712-770 d.C.) es el autor de la pintura Oda de los ocho inmortales del vino, en la que retrató a ocho hombres de letras y amigos poetas embriagados. En la poesía que acompaña a la obra hace una descripción de cada uno de ellos: uno va sobre su caballo tambaleándose como si estuviera en una barca, por descuido cae en un pozo y se duerme en el agua; otro, al ver un carro que transporta restos de la destilación de vino, se le hace la boca agua y clama al emperador un puesto de oficial en las destilerías de la corte; otro bebe y bebe y no se emborracha, como si pudiera beberse hasta secar ríos y lagos; otro, después de beber, medita y recita sutras budistas; uno más es invadido por la elocuencia y habla sin parar; y el último se quita el sombrero, saca de su capa tinta y pincel y se pone a pintar desenfrenadamente. De todos ellos, el más irreverente es Li Bai (李白, 701-762 d.C.), que tras beber comienza a recitar poemas famosos sin parar y se atreve a rechazar la llamada del emperador alegando ser el “dios del vino”. En esta escena, los integrantes del grupo de poetas muestran su imagen más liberada y alejada del encorsetamiento del día a día, actuando como metáfora viviente de la libertad y el pluralismo ideológico.
Li Bai fue el arquetipo perfecto de poeta de la ebriedad. Su poema Bebiendo solo a la luz de la luna expresa con maestría insuperable los sentimientos producidos por las bebidas etílicas. En él, Li Bai describe la soledad del bebedor, que levanta su copa hacia la Luna para invitarle a compartirla con él. Todos los chinos suelen tener una imagen parecida de Li Bai: vestido de blanco con su espada y su bota de vino a la espalda, recitando versos al aire libre, bebiendo grandes tragos mientras canta “¿cómo voy a ser yo igual que una simple hierba del campo?”, y alejándose ebrio y ajeno al mundo entre el polvo del camino. Sin embargo Li Bai no era tan alegre y desinhibido como se pueda pensar, sino que la mayoría de las veces bebía taciturno y solo para desahogar su tristeza. Una vez, al despedirse de sus amigos en el pabellón Xietiao de Xuanzhou, se lamentaba: “quería beber para olvidar mis penas, pero solo he conseguido apenarme más”. Ese día bebió hasta la extenuación, llegando incluso a intentar cambiar por vino su valioso abrigo de pieles para seguir dando rienda suelta a sus sentimientos. En su poesía, Li Bai utilizó siempre la ebriedad para expresar su tristeza y frustración ante la falta de reconocimiento. El “dios de la poesía y el vino”, probablemente no disfrutó nunca del placer de beber.
Su Dongpo (苏东坡, 1037-1101 d.C.) fue un famoso literato gran conocedor del arte de beber y amante del buen vivir. En su oda de estilo Jiangchengzi Día de caza en Mizhou, se describe a sí mismo “a caballo tirando de un perro con la mano izquierda y portando un halcón en la derecha, caballero del desierto, comandante de un ejército de miles de hombres que levanta a su paso torbellinos de arena”, en una escena sublime cargada de heroísmo y nobleza. En realidad, él mismo afirmó que aguantaba poco el alcohol y se emborrachaba fácilmente. Sin embargo, cuando bebía sin sobrepasarse era capaz de dar vida a la belleza a través de la tinta de su pincel, legando a la posteridad una valiosa obra poética y pictórica.
Prefacio de la colección del pabellón de las orquídeas es considerada la pieza “más hermosa de caligrafía bajo el cielo”. Se trata del prólogo escrito por Wang Xizhi a la serie de poesías escritas por un grupo de poetas que se juntaron a beber y componer un día de primavera. Posteriormente Wang Xizhi volvió a escribir en varias ocasiones de nuevo el prefacio, no alcanzando nunca la contundencia, el encanto fluido y la naturalidad de la obra escrita bajo los efectos del alcohol.
En muchas ocasiones, cuando los poetas se reunían para componer, quién bebía y quién no bebía dependía de la calidad de los poemas de cada uno. Otras veces se escribían entre todos a partir de un verso, que era recogido por el siguiente y así sucesivamente hasta completar una oda larga. Sin duda, el alcohol jugó un papel insustituible como medio de relación e inspiración entre los poetas.
Los literatos chinos nunca convirtieron la bebida en un vicio, y siempre se sirvieron de ella para añadir esplendor a sus composiciones. Es muy posible que hoy no pudiéramos disfrutar de tantas obras maestras de la literatura, la poesía y la pintura si no hubiera sido gracias a ese divino néctar llamado alcohol.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.Número 40. Volumen I. Enero de 2017.
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