Pasiones e ideas compartidas
Nos acaba de dejar huérfanos de amistad el escritor y gran luchador contra la dictadura Javier Alfaya
Conocí a Alfaya en la redacción de la revista Triunfo, a mediados de los años sesenta. Al poco tiempo, debíamos de ser tan rojos que nos despidieron bajo la acusación de que habíamos creado una célula del Partido Comunista de España (PCE), en el que que militábamos. Luego fuimos juntos dando tumbos laborales, haciendo los más variopintos trabajos, siempre en precario: venta de revistas ilustradas, biografías, diccionarios, traducciones, hasta que las mareas de las luchas sociales nos condujeron a frentes diferentes, aunque siempre mantuvimos la amistad y la coincidencia en las ideas.
Alfaya y su mujer Barbara McShane siempre fueron generosos en el compromiso. Recuerdo que su casa, la de toda la vida, situada en el barrio de la Estrella, fue refugio, cuando fue necesario, de militantes de Comisiones Obreras en situaciones de apuro. Alfaya era hombre de amplia cultura y, entre otras cosas, animó y dirigió proyectos fecundos en el campo de la música. Fue director de la revista Scherzo y, luego, presidente de la fundación del mismo nombre; creador, igualmente, de la colección música básica de Alianza Editorial.
De refinado gusto literario tradujo numerosas obras de autores como Joseph Conrad, Graham Greene, Iris Murdoch, George Steiner, Salman Rushdie o Gabriel Jackson, entre otros. Su vocación literaria no le abandonó nunca y es autor de relatos como El traidor melancólico, sobre un infiltrado en las filas del PCE; de las novelas Eminencia o la memoria fingida, sobre el último gran inquisidor; Inquietud y desorden en la casa Abacial, ambientada en el Portugal del dictador Salazar y otras como Leyenda o Un viaje sentimental.
Por encima de todo compartíamos una pasión por el divino Valle, que no le abandonó nunca y que era objeto de largas conversaciones. Menos conocida es su faceta de autor de novelas y relatos para jóvenes, lo que le permitía dedicarse a una de las actividades que más le agradaba, que consistía en dar charlas en los colegios e institutos. Tuve la satisfacción de colaborar con él en un ensayo, bastante pionero, que titulamos La memoria insumisa: sobre la dictadura de Franco. Trabajamos intensamente, durante algunos años, a cuatro manos, con el fin de contribuir a romper un cierto silencio sobre aquel ignominioso periodo de nuestra historia.
Es cierto que cuando desaparece un gran amigo algo de la vida de uno se va con él. Si, como en este caso era, además, un intelectual de izquierda integro y lúcido, algo de muchos también parte con su despedida. Ya no podremos pasear por el Prado, por la cuesta de Moyano, por el Retiro y sentarnos a tomar un vermú-yo-y-un-agua-tónica-tú y hablar de las cosas de este mundo que le preocupaban, el ascenso de los neofascismos, la facilidad con la que se abre paso la mentira... y siempre del divino Valle y de los viejos malos tiempos.
Nos dejas muchas cosas y ahí están Bárbara y tus hijos Javier y Patrick para demostrarlo.
Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.
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