jueves, 15 de marzo de 2018

A VECES, LLEGAN || A veces llegan cartas, y son de Paddy | Cultura | EL PAÍS

A veces llegan cartas, y son de Paddy | Cultura | EL PAÍS

EL CORREO DEL ZAR

A veces llegan cartas, y son de Paddy

La lectura de la antología de misivas de Patrick Leigh Fermor es una verdadera delicia

Patrick Leigh Fermor, escribiendo en su casa del Peloponeso.

Patrick Leigh Fermor, escribiendo en su casa del Peloponeso. 



La publicación de las cartas de Patrick Leigh Fermor, Paddy, el refinado autor de El tiempo de los regalos y el audaz hombre de acción que secuestró al general alemán Kreipe en Creta en 1944, me ha provocado una gran emoción. No en balde era mi amigo (aunque yo no participé en el rapto al haber llegado sustancialmente tarde a la Segunda Guerra Mundial, y mira que lo lamento) y sostuvimos una intensa correspondencia algo condicionada por mi inglés macarrónico –era como si se escribieran Cochise y Wordsworth- y la visión de túnel que él desarrolló en sus últimos años y hacía que su ya endemoniada letra fuera tan difícil de descifrar como el código Enigma. Infinitamente más culto, Paddy decía que para entender la mía había que ser Champollion o Ventris.
Compré el volumen (Dashing for the post, the letters of Patrick Leig Fermor, John Murray Publishers) en Hutchinson, en Picadilly, y apenas había pasado por Fortnum’s rumbo al Club de la Caballería (Cavalry and Guards Club, donde habitualmente no me dejan entrar pero miro por las ventanas) y ya me había leído la lista de correspondientes. Su querida mujer Joan (“Darling angel”), los camaradas de armas y francachelas Billy Moss y Xan Fielding, Freya Stark, Lawrence Durrell, Chatwin, hasta tres hermanas Mitford, los colegas griegos (el bueno de Psychoundakis, Katsimbalis, Seferis, Ghika –ahora una exposición recién inaugurada en el British Museum, Charmed lives, hasta el 15 de julio, junta a Paddy con él y con John Craxton para hablar de amistad y de una edad de oro anglo-griega de colaboración artística y literaria), nuestro mutuo amigo Colin Thubron, varios lords y baronets, Lady Diana Cooper, John Julius Norwich, Balasha (Marie-Blanche) Cantacuzeno, claro, un húsar... Suspiré, tanto de decepción como de alivio: no estaba yo.
Carta original de Patrick Leigh Fermor.
Carta original de Patrick Leigh Fermor.
Las cartas seleccionadas por Adam Sisman (el biógrafo de referencia del historiador Hugh Trevor- Roper) son las que enviaba Paddy, pero me temía que no hubieran metido alguna de las que le escribí, para demostrar la manga ancha que tenía él en materia de amigos y la gente tan rara con la que había llegado a perder su tiempo (quién sabe si incluso fue culpa mía que no llegara a acabar de escribir en vida El último tramo). También estaba la parte personal: recuerdo una carta en la que, por ponerme algo a su altura e insuflado de romanticismo por la historia de sus amores con Balasha en Baleni, en Besarabia, le confesé mis simpatías hacia una periodista rumana, Aura M., de Bucarest, a la que conocí en Egipto y que me inició en la poesía de Lucian Blaga mientras yo le preguntaba por Decébalo y Burebista...
Algunas de las cartas que recibí, desde Kardamyli o The Mill House (Worcestershire), podían haber sido seleccionadas para el libro, aunque acepto deportivamente que entre una dirigida a Larry Durrell o a la duquesa de Devonshire y otra a mí, pues tienen más interés, en general, las primeras. Por no hablar de la hilarante carta de 1961 a Ricki Huston (cuarta mujer de John Huston) en la que se disculpa muy británicamente por haberle contagiado ladillas. La antología reúne 174 cartas, pero Sisman calcula que Paddy escribió entre cinco y diez mil a lo largo de su vida adulta, varias a la semana incluso mientras le perseguían los nazis en Creta (esas sí que eran in a hurry, apuradas, y no las que intercambió con Debo).
Es hilarante la carta en que se disculpa con la cuarta mujer de John Huston por haberle contagiado ladillas
En el libro figuran misivas desde 1940 hasta 2010, un año antes de su muerte. Leerlas es un recorrido fabuloso, en lo público y en lo privado, por la vida de uno de los británicos más excepcionales. Hay cosas muy divertidas, otras muy bellas, algunas morbosas, y varias muy íntimas. Aparece un Paddy distinto al de sus libros, más espontáneo, más inseguro a veces, menos velado por la literatura. Están ahí también sus puntos flacos, la dependencia económica de Joan, el deseo de impresionar, cierto esnobismo y hasta folie de grandeur, la deliciosa fanfarronería del swashbuckler (Freya Stark le llamaba "el auténtico bucanero"), los líos de faldas... En una carta a Kassimbalis le detalla un “formidable meal” en el Roi Gourmet de París: “foie gras, chateaubriand with béarnaise, perfect brie, a botle of Château Margaux, followed by several marc de Bourgogne”. Luego, dice, “fuimos a ver la exposición de los etruscos en el Louvre”. Así cualquiera.
La relación con Dirk Bogarde cuando este hizo de Paddy en el cine, las proezas de guerra de Moss, la metida de pata que le costó que Somerset Maugham lo echara de su casa en Cap Ferrat, la llegada de Niarchos en helicóptero a Kardamyli, la conversación con Camilla Parker-Bowles o con el mayordomo de Lord Bath, o la crisis en Chipre comentada con Durrell, figuran entre los miles de asuntos que aparecen en las cartas. Particularmente dramática y conmovedora es una de las últimas en la que describe a Norwich la muerte de Joan en 2003 al resbalar en el baño y golpearse la cabeza. “No pain, thank heavens, except for survivors”.
Y para no acabar tan tristes, otra, en la que explica cómo en una ocasión emergió de bucear feliz en el agua pura de Grecia para casi chocar con un centelleante martín pescador que se zambullía en dirección contraria. ¡Ah, Paddy!

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