El español despoblado
En la nueva novela de Santiago Lorenzo, humorístico alegato del aislamiento, todo está en su sitio, las bombas estallan a su tiempo y la resolución es sencilla pero sobresaliente
Un pueblo abandonado de la provincia de Soria. KIKE PARA
Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964) no compite con nadie más que consigo mismo. Pero de tener contrincantes, es posible que siguiera siendo el mejor. Lo suyo es una poción personal, extraña, de línea clara y cañí, directa al tiempo que digna de saeta de puro barroco. Como una historia de 200 páginas que te explicara Josele de Los Enemigos, de pie apoyado en barra y reposapiés en el barrio de San Blas.
Pero lo fácil para Lorenzo es casi imposible para cualquier escritor o guionista vivo, humorístico, amargo y español (Poncela, Azcona o Buñuel tanto como un Casavella más asilvestrado que versallesco). Tradición y novedad ante tanto autor posmoderno y autoficcionado hasta el bostezo. Crítica social, sentido del equilibrio, mala leche y ternura. Tiene mérito seguir pariendo buenas novelas cuando su primer asalto a la novela es un Everest como Los millones (argumento: a uno del GRAPO le toca la Primitiva y no puede cobrar el premio al carecer de DNI). A ésta le siguieron Los huérfanitos y Las ganas.
En todas ellas aborda, en mayor o menor medida, la cuestión del individuo como un náufrago al que el mundo exterior no deja de tenderle trampas de adaptación o sociabilidad que ni necesita ni quiere. El mundo no le deja en paz tratando de rescatarle del paraíso de estar uno en armonía lejos de las tentaciones capitalistas de san Antonio. Algo como qué bien se está solo (o solos) y qué pesados sois los demás.
En este caso, la historia es contada por un tío del protagonista, Manuel —esa voz y ese punto de vista son unos de los grandes aciertos de Lorenzo—. El sobrino, en defensa propia, en su propio portal, acuchilla con un destornillador a un policía antidisturbios y ha de darse a la fuga de su hábitat, Madrid. Decide esconderse en uno de los mil pueblos de esta España despoblada. En la casa que encuentra vive con poco, encuentra libros de la vieja colección Austral, cultiva, recoge, siembra, se calienta y refresca con lo que tiene a mano a excepción de una compra semanal y básica online al Lidl que le hace su tío. Manuel descubre y se descubre que no necesita casi nada de lo que nos esclaviza tener al resto, atrapados entre la fruslería, la hipnosis y el fraude.
El autor va conformando la narración —a ratos un McGyver rural, a ratos Chuck Norris, cuando no un soldado japonés en la jungla 10 años después del fin de la contienda— no sólo como un humorístico alegato del aislamiento, sino como una crítica feroz al mercantilismo, al timo político y social, a la invasión de la idioticia —y los bárbaros, los nuevos llegados— y a la caza y captura del que es distinto.
Aunque a ratos peque de ensimismamiento narrativo y lingüístico y el título podría ser bastante mejor, lo cierto es que todo está en su sitio, la historia camina bien explicada, las bombas estallan a su tiempo y la resolución es sencilla pero sobresaliente. A este tipo lo conoce Kurt Vonnegut y le pone una casa (en el campo).
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Autor: Santiago Lorenzo.
Editorial: Blackie Books (2018).
Formato: tapa dura (224 páginas).
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