Demasiada sencillez
Tras el éxito de ‘Toda una vida’, Robert Seethaler aborda el relato de iniciación a la vida de un joven que interactúa con un anciano Freud en una Viena bajo la jauría pronazi
Cartel sobre los judios en un escaparate de Viena en 1938. BETTMANN / GETTY IMAGES
Robert Seethaler consiguió un notable éxito de ventas con su anterior novela, Toda una vida, un historia concisa, dura y sencilla de la vida de un hombre valeroso enfrentado a la desdicha; era un ejemplo excelente de lo que podemos llamar “literatura emocional”. Tras un libro así, era difícil pensar que no intentaría seguir el mismo camino, asunto peligroso por el facilismo que tiende a entrañar y que este El vendedor de tabaco confirma.
A fines del verano de 1937, Franz Huchel, un muchacho campesino de las montañas austriacas, es enviado por su madre a Viena, donde un conocido se hace cargo de él incorporándolo a su negocio, un estanco de venta de prensa y tabaco principalmente. Un día se presenta en el estanco a comprar unos puros un cliente que resulta ser Sigmund Freud, ya con 80 años.
Pronto la corriente pronazi empieza a hacer su aparición en la ciudad y comienzan los ataques a los judíos y sus propiedades. El estanco se convierte también en blanco de esos ataques y un día la policía detiene al dueño. Franz, entretanto, ha conocido a una muchacha de dudosa ocupación, Anezka, y comienza así su vida sentimental; la chica desaparece en seguida y Franz, herido en el corazón, busca consuelo, ayuda y sabiduría en el profesor Freud. Finalmente, Freud y su familia marchan al exilio, el valeroso estanquero muere en los calabozos de la policía y Franz se hace cargo del estanco, despide desconsolado y agradecido a Freud y descubre la verdadera profesión de Anezka.
El libro peca de ligereza, y esa ligereza resulta, paradójicamente, una carga demasiado pesada para la novela, que es, sobre todo, el relato de la iniciación a la vida del joven Franz, su paso de la adolescencia a la juventud y al conocimiento de la sexualidad y de la realidad de la vida, que en este caso se produce durante el terrible Anschluss, la anexión de Austria al Tercer Reich. El problema principal es la relación del chico con Freud porque carece de sustancia, es ininteresante, con un Freud lleno de opiniones y comentarios tan vulgares que lo primero que el lector se pregunta es por qué se ha elegido a Freud (aparte del gancho externo que se supone debe tener tan ilustre personaje). Nada lo justifica: bien pudo ser cualquier otro porque no queda nada de Freud, como demuestra la conversación con Franz entre las páginas 117-128 con un final lamentable. Hay descuidos serios; por ejemplo, en las páginas 115 y 118: unos pensamientos que no se corresponden con la edad del chico; y hay también guiños innecesarios para atraerse al lector.
Lo más interesante del libro es la descripción de esa Viena bajo la jauría pronazi, la miseria moral de la sociedad vienesa y también la vida del muchacho en el estanco antes y después del arresto y muerte del estanquero y su empuje juvenil ante la injusticia que se ceba en su patrón. Pero todo ello contado muy por encima, con una superficialidad que en ningún momento bucea en aguas profundas. Es el riesgo que corren las historias sencillas, que a menudo no contienen nada más que pura y simple sencillez.
El vendedor de tabaco. Robert Seethaler .Traducción de Ana Guelbenzu. Salamandra, 2018. 224 páginas. 17 euros.
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