Diario extraordinario de un hombre vulgar
‘Los días rotos’, de Gregorio Casamayor, esconde un secreto apenas enunciado, perdido entre el relato de una vida corriente
Un hombre sentado en un banco en Barcelona.STEFANO BUONAMICI BLOOMBERG
Entre febrero y octubre de 2012, Tomás Sepúlveda escribe un diario. Acaba de ser prejubilado a los 55 años de su empresa y ahora tiene que buscar la manera de transitar por su nueva e inesperada situación personal lo mejor que pueda. No le será fácil. Lleva en su interior un hecho que lo atormenta. No sabremos su naturaleza hasta la última página. Mientras tanto, asume sus varias responsabilidades: como hijo de un padre que apenas lo reconoce cuando va a visitarlo a la residencia, como padre de dos hijos que viven en extranjero y a los que ve de tanto en tanto y como marido de una mujer que ha decidido vivir en el pueblo de sus padres para poder cuidarlos más eficazmente. Sustancialmente este es el hilo argumental de Los días rotos, del escritor Gregorio Casamayor (Cuenca, 1955).
La forma de diario de esta novela disimula la especie de road movie narrativa que es en el fondo. Tomás Sepúlveda necesita callejear para sentirse libre de los problemas que arrastra. Transita por las calles y barrios de Barcelona no como un alma en pena, sino como el sujeto humano que es, consciente y lúcido del siglo y del entorno social que padece. Sus anotaciones no son nunca un monólogo, aunque lo parezcan. Son las reflexiones de un hombre de su tiempo. Absolutamente incrustado en el engranaje de la vida cotidiana, con sus servidumbres familiares y sus escapadas hacia el amor insospechadamente adictivo. El resto es un ir y venir entre los recuerdos, su época de ingeniero triunfador y feliz, sus viajes por todo el mundo, sus relaciones sociales y amicales, la recuperación de su papel de padre y la necesidad de asumir su nueva condición de abuelo.
Los días rotos esconde un secreto apenas enunciado, perdido entre el relato de una vida que casi podríamos calificar de vulgar. Una existencia como muchas de nuestro tiempo, con sus mismas preocupaciones y expectativas. En otro registro narrativo, esta novela se hubiera convertido en una historia realista más. Pero Gregorio Casamayor, que por mor de un estilo inteligentemente pseudoconfesional enfiló el relato hacia la concatenación de instantes reveladores de la condición humana, nos habla de la vejez, de los efectos del neoliberalismo (aunque no lo explicite) de la enfermedad, del amor como epifanía, de la preocupación por los hijos. Todo ello sin una mota de autoconmiseración. Y sobre todo nos habla de la necesidad de ajustar cuentas con uno mismo. Y perdonarse, aunque sea para engañar los remordimientos.
Los días rotos. Gregorio Casamayor. Acantilado, 2018. 320 páginas. 20 euros.
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