El sueño añejo y la nueva vida moderna de la gran Shanghai
El puerto de Shanghai se abrió al comercio internacional en 1843, cuando apenas contaba con unos cientos de miles de habitantes. Pasada la década de los años 30 del siglo XX, Shanghai consiguió ser la primera gran metrópoli de China, incluso de todo Oriente.
El 7 de noviembre de 1843, el gran imperio de la dinastía Qing (1664-1911) se vio obligado a abrir el puerto de Shanghai al comercio internacional. En aquel entonces, esta ciudad sólo tenía una población de unos cientos de miles de personas y apenas contaba con una docena de calles. Pasada la década de los años 30 del siglo XX, Shanghai llegó a ser la primera gran metrópoli de China, incluso de todo Oriente, y era igual de próspera que Londres, París, Nueva York o Berlín.
En comparación con las históricas Beijing, Nanjing o Xi´an, Shanghai es una ciudad bastante joven y también muy especial y única. No se trata de una urbe antigua que evoluciona gradualmente desde un núcleo urbano tradicional, como Londres o París; tampoco es el caso de una ciudad de inmigrantes que ha ido creciendo hasta alcanzar una autonomía completa, como Nueva York; y aún menos, se trata de una nueva metrópoli que se ha desarrollado bajo la dominación colonial, como Calcuta o Hong Kong; sino que fue su gigante puerto comercial, surgido de la mezcla y el choque de las culturas de Oriente y Occidente, el origen de esta gran ciudad. No sólo muestra su peculiaridad con otras ciudades chinas, que consideran que el poder político es el núcleo de todo; sino que también destaca, con otras ciudades portuarias chinas, por su régimen de concesiones.
Desde la apertura de la primera concesión extranjera en 1843 hasta el establecimiento de las últimas con la de Gulangyu (Xiamen, provincia de Fujian) y la concesión de Tianjin, un total de nueve países: Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Alemania, Japón, Rusia, Italia, Bélgica y Austria, establecieron sucesivamente una treintena de concesiones en ciudades como Shanghai, Xiamen (Fujian), Guangzhou, Tianjin, Zhenjiang (Jiangsu), Hankou (Hubei), Jiujiang (Jiangxi), Suzhou (Jiangsu), Hangzhou (Zhejiang) o Chongqing. La llamada “concesión”, se refiere a los puertos comerciales y zonas residenciales que abrieron las potencias occidentales en territorio chino. El poder y control administrativos venían ejercidos directa y autónomamente por el cónsul extranjero o por organizaciones foráneas autorizadas para ello. De esta manera, poco a poco se convirtieron en territorios independientes dentro del estado sin la jurisdicción del Gobierno chino.
Las concesiones fueron los mecanismos a través de los cuales las potencias occidentales explotaron económicamente e invadieron militarmente a China, convirtiéndose en auténticos enclaves coloniales. Por otro lado, el modo del desarrollo económico y social de las concesiones y el ambiente social liberal ofrecieron un ejemplo imitable y un espacio abierto para la difusión de las nuevas corrientes de pensamiento, las nuevas conciencias ideológicas y la nueva cultura en China.
En torno a 1865, el peso que Shanghai ocupaba respecto al comercio exterior de China era bastante considerable y esta situación persistió hasta 1937. El estilo europeo del antiguo casco urbano de Shanghai fue aumentando su encanto día a día, así se llenó del comodidades tradicionales en Occidente y no tanto en la antigua China, como agua corriente, relojes con música, hipódromos, museos de diversos tipos, capillas e iglesias, oficinas comerciales, periódicos en lenguas extranjeras, comisarías de policía, barcos de vapor, restaurantes con comida y vino occidental, salones de baile, bufetes de abogados, luz eléctrica en las casas y en las calles, teléfono privado, ferrocarril, carreteras, camiones cisterna, adelantos científicos como microscopios, pianos de ocho notas o escuela de idiomas para extranjeros (llamadas tóngwénguǎn o 同文馆). Todos estos elementos foráneos, símbolos de modernidad y comodidad, se fueron introduciendo también en China y difundiéndose rápidamente por todo el país.
Fue en aquel entonces, a finales de la dinastía Qing, cuando la nación china sufrió las diversas invasiones de las potencias occidentales, los regímenes independientes de caudillos militares, la parálisis del gobierno, las constantes guerras y conflictos internos, la inestabilidad de la sociedad y la pobreza generalizada. Sin embargo, el núcleo interior de Shanghai, gracias a la existencia de las concesiones extranjeras, evitó, cual burbuja aislada, dichos sufrimientos y además contó con una gran autonomía y amplios contactos internacionales. Por consiguiente, el período de 1912 a 1936 se convirtió en la Edad de Oro del desarrollo próspero de la ciudad de Shanghai.
A partir del antiguo Shanghai, se desarrollaron sucesivamente tres concesiones de considerable tamaño e importancia: en primer lugar, la pública cuyo origen fue la concesión británica situada entre la calle Yan’an Este y el río Suzhou; en segundo lugar, la concesión francesa que tenía su centro en la calle Xiafei (en la actualidad la famosa Huaihai lu); y en tercer lugar, la concesión estadounidense situada en la zona de la calle Sichuan (al norte del río Suzhou), que posteriormente, en la década de los años 30, se convirtió gradualmente en la concesión japonesa.
El malecón (conocido en chino como wàitān o 外滩) no solo es la fachada de las antiguas concesiones, sino también es la zona más emblemática de la vieja Shanghai, en la que se reúnen rascacielos de estilos diferentes, mostrando la ambición y el poder de las potencias occidentales en aquel entonces y, al mismo tiempo, anunciando a todo el mundo la influencia de China en el ámbito mundial.
La famosa calle Beidang de la concesión francesa, rebautizada en 1943 como calle Hengshan, era, en comparación con las ruidosas y bulliciosas Huaihai y Xujianhui, un remanso de tranquilidad y elegancia. Los espesos plátanos de sombra a ambos lados de la vía se extendían hacia los barrios circundantes. Durante 1939 a 1942, la famosa escritora Zhang Ailing (1920-1995, también conocida como Eileen Chang) vivió en el número 195 de la calle Changde y escribió ahí varias novelas clásicas como la que dio origen a la película Crimen y lujuria (2007, del director Ang Lee). Además, en ese lugar se citó en numerosas ocasiones con el también escritor y editor Hu Lancheng (1906-1981), con quien se casaría posteriormente. Las casas antiguas de esta zona, con su aire humilde y casi olvidado, esconden en su interior historias sin fin y secretos inconfesables que denotan su pasado y su cultura.
El nombre original de la actual calle Huaihai era Xiafei y estaba situada en el centro de la ciudad, desde la calle Renmin al este, hacia la calle Kaixuan al oeste. Los edificios en la calle Huaihai tienen un estilo francés muy pronunciado y poseen un carácter europeo muy fuerte. Dicen que esta calle es comparable a los Campos Elíseos de París y a la Quinta Avenida de Nueva York. A los forasteros les encanta ir a la calle Nanjing, mientras que los shanghaineses prefieren pasear por la calle Huaihai,ese antiguo dicho nos muestra el profundo cariño que tiene la gente de Shanghai a esa emblemática vía.
Por su parte, la calle Fuzhou se denominaba antiguamente calle Sima y en ella se instalaron muchas librerías, papelerías, editoriales y sedes de periódicos, en definitiva, todo lo que tuviera que ver con el mundo de las letras, lo que le hizo ganarse la reputación de ser la “primera calle cultural del Lejano Oriente”. En ella abrieron sus puertas la librería Beixin que frecuentaba Lu Xun (1881-1936), padre de la literatura moderna china, la Editorial Vida Cultural, establecida por el también escritor Ba Jin (1904-2005, su nombre real era Li Yaotang), así como las gloriosas antiguas sedes de la Prensa Zhonghua y la Prensa Comercial.
La calle Nanjing, también conocida como la gran carretera, es merecedora del título de “calle número uno” de entre todas las de China. Consiguió su fama tanto dentro del país como fuera de él en la década de los años treinta gracias a sus concesiones. Albergaba, y todavía lo hace, diversos estilos arquitectónicos nuevos y originales, escaparates multicolores, brillantes lámparas de neón, anuncios de todo tipo, centros comerciales, tiendas de mil variedades, restaurantes, un tranvía turístico y, sobre todo, una muchedumbre ávida de pasear por ella día y noche. A lo largo de sus varios kilómetros acoge además el famoso cabaret y salón de baile Paramount Hall (reconstruido y reabierto recientemente), el vigoroso y pasional hipódromo, el lujoso hotel Nuevo Mundo, el Templo Jin’an y el cine Da Guangming, en el que se estrenaban gran parte de las películas de la época.
Por supuesto, los asientos de tercera clase para los chinos en los tranvías, los policías indios que patrullaban las calles, las imágenes de los europeos en los anuncios, la música Jazz que se escuchaba en los salones de baile, las marcas internacionales que se vendían en los centros comerciales, las películas de aventuras importadas directamente de Hollywood, las calles pavimentadas de caoba que regaló el rico empresario judío Silas Aaron Hardoon (1851-1931) a la ciudad, etc. eran símbolos del esplendor de las culturas coloniales en aquel momento. Entre las imágenes de los rascacielos y los caballeros en traje se mezclaban también la de los vagabundos vestidos con harapos y las grandes zonas de barrios bajos. La civilización moderna acostumbrada a la moda más internacional vivía mano a mano con la barbarie y la ignorancia de los chinos analfabetos. La dignidad y el orgullo, la libertad y la esclavitud, la precaución y la imprudencia, la astucia y el ingenio, el coraje y la cobardía estaban enredados inevitablemente.
Las concesiones aportaron tantas cosas buenas a Shanghai como humillaciones a China, aunque también supusieron el desarrollo en diversos campos como en los negocios, el comercio, el transporte, los servicios municipales, las finanzas, la industria pesada y ligeras, hospitales de estilo occidental, escuelas multilingües, el periodismo, editoriales nuevas y mucho entretenimiento.
Shanghai fue el centro del movimiento de auto fortalecimiento de la dinastía Qing. A partir de 1865, se establecieron sucesivamente grandes empresas nacionales como la Arsenal de Jiangnan, la Oficina Comercial de Buques de Vapor, la Fábrica de Máquinas Tejedoras y otras grandes compañías. Las industrias privadas dedicadas a la reparación de barcos, a la fabricación de máquinas pesadas, a la imprenta, a los productos de seda fabricados a máquina y la industria textil también iniciaron su desarrollo, lo cual hizo aumentar con rapidez el grado de industrialización de Shanghai.
Como dice el refrán: “quien con un baúl viejo llega a Shanghai, vuelve a su pueblo con un barco lleno de tesoros”. El puerto de Shanghai era la intersección entre el antiguo imperio y la civilización occidental, los emigrantes nacionales y extranjeros alentados por la ilusión de sus deseos y el anhelo de la fortuna llegaban a Shanghai como olas. Como consecuencia de ello, la población de Shanghai aumentó de una forma vertiginosa. Así, en 1949 la población de la ciudad alcanzó los 5.060.000 personas, mientras que el número de expatriados extranjeros llegó a cientos de miles en su momento más álgido.
El americano Eddie Miller lo describió así en 1937: “Shanghai, esta metrópoli mezcla de lo nacional y lo extranjero, este parque de atracciones con una vida de lujo y disipación, este lugar perfectamente pavimentado en oro, es justamente el paraíso para los busca fortunas. La persona más ignorante, al llegar a Shanghai, puede volverse el más listo, el más honrado en astuto, el más excéntrico en sencillo, la niña mocosa en la chica hermosa de pelo rizado y la señora de ojos rasgados y nariz chata en toda una dama elegante”.
En 1874 el judío británico Silas Aaron Hardoon llegó a las concesiones de Shanghai procedente de la India. En un principio, trabajó como portero en una compañía mixta de comercio mientras, en sus ratos libres, traficaba con opio. Unos años después, con todos sus ahorros acumulados adquirió varios solares abandonados de la calle Nanjing Oeste. En la década de los años 90 del siglo XIX, Shanghai se expandió rápidamente hacia el oeste y el precio de los solares aumentó exageradamente unas veinte mil veces. Hardoon, pasó de ser un buscavidas a convertirse en el hombre más rico del Lejano Oriente. Incluso hoy en día, las personas mayores todavía cuentan con cierta añoranza la historia de cómo Hardoon se enriqueció.
La calle Nanjing también ofreció muchas y buenas oportunidades a los ciudadanos chinos. Así, Xu Run pasó de ser un simple aprendiz a convertirse en el comerciante chino más rico de Shanghai (se estimaba que su fortuna personal equivalía por aquél entonces a los ingresos anuales de unos 310.000 campesinos). Estos aventureros que se enriquecieron de una manera más o menos rápida, no sólo impulsaron la situación económica y social de Shanghai y de China en general, sino que también contribuyeron al desarrollo del llamado “lujo asiático” y a la afición por el consumo elitista entre los ciudadanos pudientes de Shanghai, con lo que la ciudad se convirtió en una enorme cueva donde consumir oro, gastar a espuertas y llevar una vida licenciosa y sin preocupaciones.
Después de la fundación de la República Popular China en 1949, Shanghai, con su larga experiencia económica y cultural, se atrevió a asumir el cargo de “primogénito económico” de la nueva nación. Así, la industria de Shanghai favoreció en aquel momento a casi todo el pueblo, pues produjo desde lápices a gomas, pasando por relojes, bicicletas o máquinas de coser entre otros muchos productos de primera necesidad. Su Producto Interior Bruto (PIB) supuso entonces un tercio del total nacional.
En el siglo XXI se construyeron ente otros el edificio de la televisión local Perla de Oriente (468 m.), el rascacielos Jin Mao (420 m.), el Centro Internacional de Convenciones de Shanghai, el aeropuerto internacional de Pudong, el tren de levitación magnética Maglev (que alcanza una velocidad máxima de 431 kilómetros por hora), el Museo Shanghai y el Gran Teatro de Shanghai. En 2010 tuvo lugar a orillas del río Yangtsé la XLI edición de la Exposición Universal con una participación de 190 países y 56 organizaciones internacionales, lo cual supuso todo un record y sirvió como plataforma de lanzamiento de la megalópolis de Shanghai ante el mundo entero. La construcción del puente Lupu que se encuentra a un lado del recinto de la Expo, conectando la zona de Pudong (el barrio nuevo económico y comercial) con la de Puxi (el barrio antiguo y tradicional sede de las concesiones), supuso la conexión física entre el pasado y el presente de Shanghai: por un lado, representa el sueño añejo del casco antiguo de la vieja ciudad, y por el otro, el vigoroso nuevo perfil de la gran metrópoli moderna que mira al futuro con optimismo.
La Expo, que duró seis meses y recibió más de 30 millones de visitantes, no sólo representó el presente cosmopolita de Shanghai, sino que también mostró la perspectiva de futuro de la urbe, cuyo objetivo primordial es convertirse en una gran metrópoli mundial en todos los aspectos. Como ideal y modelo a seguir tiene a ciudades de la importancia de Tokio, Hong Kong, Londres, París, Nueva York o Frankfurt, mientras que en Asia las hay que ven en Shanghai el espejo donde mirarse. En los últimos años, la razón para la constante añoranza del antiguo sueño de Shanghai en la década de los años 30 no es volver al pasado, sino que desean despertar el anhelo y la pasión del nuevo Shanghai a través de la nostalgia para aprovecharse de ella y obtener un buen rédito.
La flamante Shanghai contemporánea, para los ojos de Occidente, a pesar de que ya es una ciudad inmensa y moderna, en comparación con la antigua Shanghai, carece todavía de muchos encantos. Para sus habitantes, ilusionados por vivir en una urbe de tal potencial, el alto coste de la vida, el tráfico caótico, su desmesurado tamaño, el elevado precio de la vivienda, la falta de espacios verdes, las aglomeraciones, etc. suponen un gran obstáculo difícil de salvar, con lo que despierta en ellos un sentimiento encontrado de amor y odio, de ilusión y desesperanza.
Así pues, nuestra pregunta ahora es: ¿Cómo será el futuro de Shanghai? Nadie puede predecirlo con exactitud. Sin embargo, Shanghai va a seguir adelante entre la retrospección, la reflexión de la historia y la elección de nuevas estrategias de futuro. En qué momento, en qué lugar, de qué manera, con qué postura llegará a su destino, depende del desarrollo y la dirección que tome China; de las políticas y espacios que otorgue el Gobierno central a Shanghai, así como de las alternativas que escojan sus ciudadanos. También dependerá de los cambios ecológicos, del respeto hacia la naturaleza, así como del comportamiento solidario y unido de la sociedad amante de Shanghai.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.Número 9. Volumen VI. Noviembre de 2011.Leer este reportaje en la edición impresa
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